EconoNuestra

Europa impotente y algo más

José Antonio Nieto
Profesor titular de Economía Aplicada en la UCM, miembro de econoNuestra 

La Europa que tenemos se puede mirar desde muchos ángulos. Uno de ellos es el que proponen la mayoría de los partidos políticos que presentan candidatos a las elecciones del Parlamento Europeo. Otros puntos de vista alternativos pueden poner más énfasis en rechazar los avances de la integración o en proponer otra forma diferente de analizar y construir Europa. Pero es difícil conformarse con lo que tenemos.

Europa es impotente en política exterior porque los intereses que defienden los países miembros son muy distintos: la tradición colonial o las estrategias económicas de Reino Unido, Francia, Alemania o España no coinciden. En Ucrania, por ejemplo, el denominador común es tan simple que asusta: incorporar más consumidores, aunque solo sean potenciales, al "gran" mercado europeo y más territorio al área de influencia de la OTAN. Eso parece indicar que además de los objetivos comerciales prevalecen los intereses del sector armamentístico por encima del propósito de evitar una escalada de la tensión que repercutirá negativamente en otros ámbitos.

Europa es incompetente en materia económica porque la gestión de la crisis y las políticas aplicadas están ampliando la brecha estructural entre sus países. Mientras se fortalece la capacidad productiva, tecnológica y exportadora de Alemania, se debilita la estructura productiva del sur del continente y se deterioran sus finanzas públicas y el bienestar de las personas. Pero la incompetencia va más allá. La UE no puede articular ni siquiera las libertades económicas que la sustentan: la libre circulación de personas parece estar en retroceso desde el momento en que algunos Estados expulsan de "sus territorios" a otros ciudadanos comunitarios, alegando la necesidad de mantener saneados sus presupuestos públicos, sin importar los déficits ni las causas del aumento de la deuda pública en los demás países. Mientras tanto, la libre circulación de capitales avanza a nivel mundial, apoyada en la existencia de paraísos fiscales, también dentro de Europa. Y la libre circulación de mercancías no plantea mayores problemas, siempre que beneficie sobre todo a las grandes empresas, y los gobiernos puedan seguir manejando su propia fiscalidad sin que existan objetivos de convergencia hacia un sistema fiscal común más sólido y equitativo.

Europa es insolidaria en materia social porque ni hay una política social europea que aglutine los supuestos "valores" de bienestar y convivencia en democracia, ni existen mecanismos para activar transferencias en favor de una mayor cohesión (que debería ser la base para construir un área económica común de mayor dimensión real). El presupuesto de la UE es demasiado pequeño, está infectado por disputas internas sobre su reparto y sobre las contribuciones que lo configuran y es heredero de una  distribución ajena a la realidad que viven hoy los ciudadanos europeos. La cohesión y la solidaridad son meros recuerdos de una época en la que Europa planteaba alternativas al modelo de vida norteamericano.

Europa también es impotente en materia de inmigración. Desde hace años se vive una situación insostenible en algunas "fronteras" europeas, y las instituciones de la UE no son capaces de ofrecer alternativas comunes, más solidarias y eficientes (si por eficiencia entendemos en este caso la posibilidad de obtener mejores resultados actuando conjuntamente que haciéndolo de manera individual). Pero es difícil abstraerse al aumento de las desigualdades a nivel mundial, acentuadas por esta globalización que nos agobia y por la hegemonía que sobre ella ejercen las finanzas, el creciente individualismo, el afán consumista y el crecimiento no sostenible.

Europa además es incompetente en la gestión de su política monetaria, porque bajo el pretexto de mantenerla independiente de los demás objetivos de la política económica se están defendiendo prioritariamente los intereses de los agentes financieros privados, mientras los ciudadanos perciben que ni el euro ni el BCE son instrumentos al servicio de la mayoría de la población. Lamentable imagen la que ofrece Europa si en aras de la ortodoxia recalcitrante renuncia a utilizar en favor del bienestar colectivo todos los instrumentos de política económica que tiene a su alcance.

Europa, asimismo, es cada vez más insolidaria porque los beneficios y los costes de la integración no se reparten de manera equitativa, y porque esa desigualdad ha crecido con la crisis y las políticas de austeridad mal entendida. Todo ello ha acentuando las diferencias de renta entre una minoría privilegiada y una mayoría cada vez más empobrecida y con menor acceso a las políticas públicas de bienestar e igualdad de oportunidades. Lo más llamativo es que las instituciones de la UE colaboran en ese proceso.

Por supuesto que hay muchas formas de ver Europa y su integración, y también la UE y sus instituciones, pero dado que lo que se avecinan son unas elecciones al Parlamento Europeo tendrán que cambiar mucho los discursos de la mayoría de los partidos políticos que presentan candidatos a esas elecciones o será francamente difícil convencer al electorado de que el nuevo Parlamento podrá cambiar la situación actual. No basta con plantear modificaciones estéticas en las instituciones, ni con proponer reformas que se dilatarán en el tiempo porque en Europa todo parece ir casi siempre demasiado lento, y porque Europa es –o debería ser– algo más amplio y plural que la UE. Si no se perfila una idea de ciudadanía que sustente Otra Europa los mensajes oficiales que intentarán transmitirnos serán poco creíbles y seguiremos anclados en una Europa que solo contenta a algunos. Por supuesto que es necesario votar en estas elecciones, pero si después de las elecciones del 25 de Mayo se reúnen los partidos mayoritarios para decidir lo de siempre, la Otra Europa que necesitamos no será posible.

Tal vez los propios ciudadanos tendríamos que tomar conciencia de que nuestra Europa necesita avanzar de manera paralela a la Europa oficial que casi siempre nos presentan, ocultando su impotencia, su incompetencia y su insolidaridad. Quizá de esa forma la participación en las elecciones europeas pueda contribuir a cambiar de algún modo el triste panorama actual. Salvo que miremos a Europa como si solo fuera la UE actual, las galas de eurovisión, el fútbol continental, y las disputas económicas y políticas... en lugar fortalecer la base social necesaria para construir Otra Europa.

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