EconoNuestra

Salarios, poder y democracia

Fernando Luengo
Profesor de economía aplicada de la Universidad Complutense de Madrid y miembro de la asociación econoNuestra 

¿La economía española puede competir en salarios en la economía global? ¿Debe hacerlo? Además del "mantra" de la austeridad y la disciplina salarial, se escuchan voces que, apelando a la necesidad de ganar en competitividad, comparan las retribuciones de nuestros trabajadores con las que reciben los de los denominados capitalismos periféricos; algunos empresarios se han convertido en la "punta de lanza" de un planteamiento que no sólo pretende trasladar el mensaje de que los salarios de aquí son demasiado altos (a pesar de la regresión que han experimentado durante los últimos años) sino que el espejo donde debemos mirarnos es China, por poner un ejemplo muy citado y alabado.

¿Ignorancia, atrevimiento, arrogancia, irresponsabilidad, desprecio a los derechos de los trabajadores? De todo un poco o mucho de todo, pero creo que lo más importante es ser conscientes de que hay una apuesta, apenas disimulada, por intentar definir la agenda política y económica, la de ahora y la de los próximos años; influir y determinar la hoja de ruta, ese es el objetivo, y ya se verá hasta donde se puede llegar. Previsiblemente, muy lejos, dada la correlación de fuerzas cada más favorable a las oligarquías económicas y políticas y la inconsistencia y debilidad de buena parte de las izquierdas.

Poco importa en ese planteamiento que el hundimiento de los salarios arrastrara a la economía en una espiral deflacionista, pues el consumo y la demanda agregada dependen de manera decisiva de las retribuciones de los trabajadores. Tampoco importa demasiado comprobar que, dentro de las fronteras comunitarias, antes y durante la crisis, no ha existido una relación entre salarios más bajos o salarios que han crecido menos, por un lado, y ganancia de cuota de mercado, por otro. Y menos todavía repara este discurso de brocha gorda en que las "historias de éxito" de los capitalismos periféricos se caracterizan por aplicar políticas que desbordan con mucho la mera represión salarial, aunque también la aplican.

Pero a lo que menos importancia conceden los defensores de la competitividad a toda costa es que el precio a pagar sean los derechos ciudadanos; ¿o acaso desean que paguemos ese precio? Pretender alinear nuestra economía con esos países –de los que, no lo olvidemos, nos separa una enorme brecha salarial– simplemente significa llevarse por delante derechos, sindicales, sociales y políticos ciudadanos –los trabajadores son eso, ciudadanos– que creíamos conquistados. También creíamos –erróneamente, a la luz de la deriva actual– que Europa se reconocía en esos derechos, los proclamaba y los defendía como una de sus señas de identidad. Pero todo vale en esa apuesta –agenda muy visible y nada oculta– por configurar un escenario posdemocrático y autoritario. Esto es, sencillamente, lo que nos estamos jugando.

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