EconoNuestra

Un alcalde en mi ascensor

José Antonio Nieto Solís
Profesor de Economía, escritor y miembro de econoNuestra 

Está siendo un verano lleno de sorpresas. Por ejemplo, las agencias de información mediáticamente mundiales han empezado a hablar con cierta normalidad de la existencia de un Estado Islámico, al parecer sin fronteras definidas (aunque podrían ser muy amplias). Pocas noticias oficiales había hasta ahora de dicho Estado, aunque no hay duda de que es ilegal, como enfatizan esas mismas agencias, investidas de la más completa legalidad legal legalizada. Parece desprenderse de esas mismas noticias la idea de que algunas fronteras se agrandan, mientras otras se achican, como está sucediendo desde hace tiempo con los territorios de Palestina, sin que podamos hacer nada para comprenderlo ni evitarlo, so pena de que un dron nos sobrevuele legalmente y descargue sobre nosotros algo más que ideas.

¿Será porque la industria militar armamentística globalizada ha acumulado demasiado material en vías de envejecimiento tecnológico y está buscando donde usarlo, descargarlo, evacuarlo o eyacularlo, suponiendo que algunos conciban los bombardeos como una forma de generar nueva vida, a modo de regeneración salvadora de las ideas más nobles de la Humanidad? Nunca me gustaron las religiones. Por eso tampoco me gustan las guerras.

Otro ejemplo de las sorpresas de este verano: la economía europea, ¿crece, se estanca, retrocede, o depende de cómo se mire y quién lo mida? Al parecer, ese es un misterio tan indescifrable y difuso como los ojos del Guadiana en periodo de sequía. Parece que el PIB de la UE emerge y luego se sumerge, ora en Alemania, otrora en Italia, no se sabe si en Francia, aunque sí existe la certeza muy cierta de que "Spain is different", porque así lo ponen de manifiesto los datos que maneja nuestro gobierno. De tal magnitud será en breve nuestro crecimiento económico, según pronostica el gobierno, que cualquier día volveremos a ser la locomotora de Europa. Eso sí, una locomotora cargada de desempleados, emigrantes en ciernes y empresarios encarcelados (o escondidos debajo de las piedras porque es verano,porque buscan sitio en el consejo de administración de una petrolera o porque intentan asociarse con alguna empresa especializada en combatir mareas negras, si es que existen y no son también una ficción).

No obstante, en este acontecer estival el ejemplo que más perplejo me ha dejado ha sido encontrarme a un alcalde en mi ascensor. Sin mediar saludos ni palabra alguna, se bajó los pantalones delante de mí y nada más abrirse la puerta del ascensor empezó a gritar como un poseso: "¡Me quieren aplicar la elección directa! ¡La elección directa!".

"Ufff, menos mal", pensé yo, convencido como estaba de que con su grito iba a acusarme de intentar violarlo, o algo parecido, dado que el muy bribón aprovechó el fragor de su batalla imaginaria para rasgarse la ropa interior, cual fariseo exhibiéndose a las puertas de un templo o en un reality show.

Y es que, ya no te puedes fiar ni de tu alcalde, ni de una jueza por legal que sea y parezca, ni de las supuestas ventajas del turismo como fuente de divisas para la economía española. Porque, donde menos te lo esperas puede brotar el turismo de botellón. O puedes constatar que el sistema judicial es un bombo de la lotería navideña, dado que los jueces ya no levitan para impartir justicia, como sería su deber. Y lo que es peor: te pueden sorprender acusándote de violación solo por usar un ascensor sin comprobar quién va dentro, ni qué hora es, ni cuáles son las intenciones reales del alcalde o alcaldesa. Lamentablemente, de continuar la tendencia de este verano, nuestros regidores municipales podrán ser elegidos algún día en contra de la voluntad de la mayoría de los ciudadanos, por sorprendente que parezca, si es que algo puede sorprendernos ya.

Esperemos que el gobierno no perpetre su idea de reformar el método de elección de los alcaldes, porque un cambio de esa magnitud solo debería contemplarse como parte de una verdadera reforma integral del sistema electoral de nuestro país. Actuar como propone el PP supondría depositar toda la confianza en la lámpara de Aladino, de la que siempre saldría el candidato más deseado, dependiendo de cómo se frotara la lámpara (o la botella). Prescindir de los pactos y alianzas típicos de la democracia, aunque muchas veces estén destinados de antemano a incumplirse, supone un retroceso más en el sistema de normas que deberían tener como objetivo mejorar nuestra forma de vida, aunque no siempre lo consigan. El sistema electoral español es manifiestamente mejorable. Pero parece que algunos se empeñan en lo contrario.

Mientras, tendremos que seguir vigilando con desconfianza los males incurables de la economía europea, aunque algunos vuelvan a insistir en que "España va bien". Y con respecto a la información de más amplio alcance sobre la situación mundial, quizá sea mejor no prestar demasiada atención a las agencias oficiales de noticias, e indagar sobre lo que no dicen y sobre el fondo y la forma de lo que dicen, sin decirlo. Si hacemos caso a esas agencias, malo. Y si no hacemos caso, ¿peor?

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