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El PSOE y la estrategia del centro

David Hernández Martínez
Politólogo y estudiante del Máster de Economía Internacional y Desarrollo de la Universidad Complutense de Madrid

Pese a los tiempos convulsos que azotan la actualidad política española, cada vez son menos los ciudadanos que centran su mirada en las soluciones planteadas desde el Partido Socialista. Y ello, a pesar de haber sido la fuerza política que ha gobernado casi 20 años el Estado, teniendo una presencia significativa en las principales ciudades y comunidades.

Sin duda alguna, para comprender lo acontecido en España en los últimos 40 años resulta imprescindible mencionar la labor del PSOE. Su peso histórico es incuestionable, más allá de la afinidad o no con sus siglas políticas. No obstante, la sensación actual –coincidente con la mayor crisis de las últimas décadas– es que el Partido Socialista se encuentra en una trayectoria decadente, no lo sólo por sus resultados electorales, sino, como evidencian numerosos muestreos sociológicos, por una simpatía ciudadana que se deteriora a pasos agigantados.

Son numerosos los artículos y análisis sobre el PSOE centrados en sus vicisitudes presentes, los errores cometidos en el pasado y las posibilidades futuras. Y lo que parece más evidente es que el Partido Socialista no es percibido nítidamente como alternativa fiable y diferenciada del PP. De hecho, muchos de los que fueron simpatizantes y fieles votantes han comenzado a atender con más interés proyectos provenientes de otras fuerzas políticas.

Ante la deriva perniciosa que estaba tomando el contexto político para los socialistas, se entendió –en el verano del 2014– que era el momento de iniciar un proceso de cambio interno que había sido pospuesto erradamente tras las últimas elecciones generales. Inevitablemente, los más suspicaces centrarán la atención en si la transformación ha sido una mera permuta de imagen o si verdaderamente habrá una evolución distinta a la marcada hasta ahora.

Con la nueva figura socialista, Pedro Sánchez, los cuadros de poder del partido, y una amplia mayoría de militantes, esperan conseguir frenar la caída a la que se habían visto abocados tras la sombra del periodo de liderazgo de Rubalcaba. Aunque es precipitado extraer conclusiones sobre la labor del nuevo Secretario General, las encuestas disponibles hasta la fecha no parecen señalar para él y su partido un panorama electoral más halagüeño[iii]. Tal vez, el verdadero dilema del PSOE no resida en un simple cambio de nombres, sino en la profundización y cuestionamiento de algunas ideas de su propio programa político.

Es cierto que sobre el partido sigue pesando la gestión realizada durante los primeros momentos de la crisis. Asimismo, la peculiar situación del PSOE debe entenderse como parte integrante de la deriva negativa que padece toda la socialdemocracia europea, que no ha sabido aún recuperarse de la fallida tercera vía proyectada durante los noventa y principios del siglo XXI.

Guste o no, con más o menos razón, con sólidos argumentos o expresado de una forma muy simple, lo cierto es que gran parte de la ciudadanía sigue percibiendo al Partido Socialista no sólo como el responsable último de la crisis, sino como uno de los principales problemas del país. Además, sus actuaciones en tiempo de bonanza económica han quedado en entredicho cuando más duramente ha empezado a golpear la recesión a todos los ámbitos. Como prueba, basta mirar al pasado y preguntarse dónde estuvo el PSOE cuando la burbuja inmobiliaria se encontraba en su apogeo, qué hizo en materia de legislación hipotecaria, o cuáles fueron sus comportamientos en materia de supervisión bancaria.

Por distintas circunstancias, socialistas y populares han quedado en el imaginario colectivo como corresponsables de la situación creada y de la falta de respuestas ofrecidas. Y la imagen de ambos partidos se asocia a un amplio abanico de consecuencias que han contribuido a desacreditar más aún a una élite política tachada de despreocupada por los problemas reales de la gente.

Hoy día, el problema central del partido se configura por la confluencia de los dilemas pasados sin resolver y los debates presentes a los que no sabe dar una respuesta creíble. Ante tal acumulación de retos, la postura del PSOE puede llegar a ser percibida como vacilante y ambigua, en lugar de como una estrategia política coherente con la mantenida durante décadas. Y esa ambivalencia se reafirma cuando se aspira a llegar a un electorado de connotaciones ideológicas muy variadas. Aunque esa situación puede resultar favorable en coyunturas propicias, la falta de claridad y los cambios de orientación en cuestiones esenciales suelen ser duramente castigados por el electorado en coyunturas especiales, como la actual, donde la ciudadanía busca respuestas firmes y nítidas frente a la incertidumbre existente.

A expensas de que el panorama se clarifique, la demarcación que se intuye de los últimos discursos de Ferraz tiende a situar al partido en tierra de nadie. O mejor dicho, tiende a situarlo en un campo que lleva siendo habitado desde hace años por otras fuerzas políticas. Todo parece indicar que el nuevo equipo de Pedro Sánchez persigue una línea que intenta alejarlo del PP, a la vez que lo distingue de otras fuerzas de izquierdas y primordialmente de Podemos[vi].

De esta forma, se busca una táctica que traiga de regreso al electorado que pudo preferir en su momento al PP u otras opciones moderadas, o que simplemente decidió no votar. Desde las altas esferas del PSOE se piensa que la partida se disputa en el centro político, un centro que perdieron, creyendo que la moderación podrá devolverles a la senda de la victoria electoral. Como resultado, se obtiene una amalgama de posiciones que dificultan el establecimiento de un marco definitorio, favoreciendo el desapego de gran parte de su potencial electorado.

En resumen, mientras los tiempos parecen exigir alternativas congruentes, desde el PSOE se decantan por una línea de actuación que no provoque la huida de los que considera simpatizantes más valiosos electoralmente, cuando su vacío ideológico y su moderación discursiva generan un proceso evasivo de su electorado más tradicional y mayoritario: precisamente el electorado que al mostrar una actitud más crítica contra los socialistas ha contribuido a mermar de manera decisiva su dimensión política. O dicho de otro modo, cuando el Partido Socialista ha potenciado las aspiraciones de cambio e ilusión de los ciudadanos claramente definidos como progresistas y de izquierda, es precisamente cuando han obtenido resultados regionales y nacionales paradigmáticos. Si eso es lo que se desprende de su historia reciente e incluso más remota, ¿desplazarse hacia el centro es la mejor opción actual del PSOE?

Nada hace pensar que la progresión electoral regresiva seguida hasta el momento por los socialistas se vea alterada. Aunque su posición relativa puede verse fortalecida por la nefasta gestión de los populares en municipios y autonomías, el PSOE no puede posponer un lustro más un necesario repaso de ideario, que los distintos congresos y conferencias políticas no han sabido acometer, dejando un ostensiblemente vacío en su programa ideológico. Tal vez su salida más natural pasa no sólo por retocar nombres y funciones, sino por remover la conciencia de sus militantes y simpatizantes, como un primer paso necesario para definir un proyecto que transcienda sus propias siglas.

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