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25 de enero, Grecia. Democracia… o no

 

 

Beatriz Gimeno
Escritora y activista
Tiene razón el eurodiputado de Podemos, Pablo Echenique, cuando dice que las primeras elecciones de España se celebran a finales de enero en Grecia. En realidad, a finales de enero se celebran en Grecia unas elecciones que van a determinar no sólo el futuro de los griegos, sino el futuro de Europa entera y, sobre todo, de la democracia. Lo que está en juego no es sólo si los griegos van a vivir mejor o van a seguir hundidos en la pobreza; lo que está en juego no es si eligen a un partido o a otro. Lo que está en juego es si en el futuro podremos seguir hablando de democracia o no.

Ya sabemos –hemos tenido tiempo de aprenderlo– que tenemos un sistema democrático muy endeble que ha ido cediendo soberanía a instituciones y poderes que quedan fuera del ámbito de lo elegible por la ciudadanía. Ya sabemos que los medios de comunicación masivos, que las amenazas de fin de mundo, que el dinero gastado en publicidad y en expandir mentiras, convierten las campañas electorales en escenarios en los que las posibilidades de los contendientes son de todo menos justas. Cualquier programa emancipatorio es siempre un pequeño David frente al inmenso Goliat del poder económico. Aun así, aun en condiciones muy desiguales, mientras la gente pueda expresar su voluntad política en una urna, estará abierta la posibilidad de un cambio radical. En esas estamos; en ese todavía... ¿Qué pasa si ese "todavía" desaparece?

Grecia no sólo sufre por los recortes. Grecia lleva mucho tiempo sufriendo en su dignidad democrática. Grecia no es sólo el laboratorio que la Troika y los poderes financieros han impuesto para ver hasta dónde se aguantan los ajustes, sino también –no lo olvidemos– el laboratorio para ver hasta dónde es posible desnaturalizar y vaciar de contenido la democracia. Ya en 2011 cuando el primer ministro, Yorgos Papandreu, tuvo un miniarranque de dignidad y se le ocurrió pensar que podía convocar un referéndum en su propio país sobre un asunto político de trascendencia, la Troika se lo impidió. Y después, tuvo que convocar no una, sino dos elecciones porque a los que en verdad mandan no les gustó el resultado de las primeras. Si el resultado de las segundas elecciones no les hubiera gustado lo mismo hacen unas terceras, cuartas o las que hubieran hecho falta.

Las elecciones sirvieron para que la Troika y los acreedores dispusieran de tres años más con las manos libres para hacerse con Grecia, pero sirvieron también para que la confianza en esta democracia se derrumbara. Para conseguir el resultado electoral deseado, los poderes financieros tuvieron que desatar una campaña de terror, de amenazas y chantajes antidemocráticos que les llevó a la victoria, sí, pero a costa de desnaturalizar la democracia de tal manera que no será fácil que se recupere.

En esta ocasión las amenazas se repiten. El ministro alemán lo ha dicho: "No hay alternativa a los recortes". El FMI suspende las ayudas a Grecia, las bolsas se desploman y los gurús de la economía advierten de que lloverá fuego del cielo en caso de que gane Syriza. Incluso Merkel ha dicho que Grecia puede ser expulsada del euro. Lo que pasa es que esto mismo lo dijeron exactamente igual hace tres años. Y en estos años los griegos han empeorado aún más. Uno de cada tres es pobre, no hay medicinas, no hay sanidad, no hay trabajo, ni calefacción, sólo hay pobreza y desesperación. Puede llegar a un momento en que a la mayoría de los griegos les dé igual que les expulsen del euro, puesto que el euro les ha expulsado de la posibilidad de tener una vida decente.

Entonces si, como es probable, gana Syriza pueden pasar dos cosas. Una que se modere, acepte las reglas del juego impuestas y termine por ser un partido más al servicio de los que mandan traicionando a sus votantes. Todos los partidos socialdemócratas europeos han hecho eso. En ese caso, más tarde o más temprano, acabaría surgiendo otra alternativa. La segunda opción es que Syriza haga lo que ha dicho: renegociar la deuda, plantarse ante los ajustes, redistribuir el dinero de otra manera, rescatar a los ciudadanos y ciudadanas antes que seguir pagando cifras imposibles a los acreedores. En este escenario también pueden pasar dos cosas. Si Syriza tiene éxito, si demuestra que es posible hacer otra política contando incluso con las limitaciones que impone una arquitectura institucional pensada para favorecer al poder financiero, entonces no habrá pueblo en Europa que se trague eso de que no hay alternativa. Y los verdugos de los pueblos y todos sus partidos cómplices quedarán al descubierto como lo que son. El cambio real estará en marcha. Por eso es de suponer que todo el entramado político, institucional y financiero de esta Europa de los mercaderes se va a emplear al máximo posible en su empeño de que Syriza fracase. Y si Syriza fracasa, si se demuestra que verdaderamente no es posible hacer la política económica que mayoritariamente desea la gente; si se demuestra que no es posible elegir qué política económica queremos, sino que ésta nos viene impuesta votemos a quien votemos... entonces tendremos que comenzar seriamente a deslegitimar este sistema. No deberíamos seguir siendo cómplices de un sistema que habría demostrado no ser más que una dictadura encubierta.

Si verdaderamente no hay alternativa a los recortes... entonces ¿para qué votamos? ¿Para qué hay distintos partidos, distintas propuestas, si en el fondo todas ellas son la misma? Si no hay alternativas económicas, entonces vivimos en una dictadura económica y si la gente llega a la conclusión de que esa es nuestra realidad, de que verdaderamente esto no es una democracia, entonces es posible que comencemos a ver los parlamentos nacionales o el parlamento europeo no como el lugar de la soberanía popular sino como la casa de los poderosos y por eso un lugar a (re)conquistar. Si resulta que no hay democracia entonces, más que cambiar de partido, lo que tendríamos que hacer de manera perentoria es plantearnos recuperar la democracia y, en ese caso estaremos en nuestro derecho de pensar en otros escenarios, más allá del juego de estos partidos políticos y de estas reglas. Si llegamos a la conclusión de que nos han hecho un juego de manos para engañarnos, entonces estaremos en nuestro derecho de ignorar sus juegos democráticos fatuos para buscar una auténtica ruptura. Comprobar si es posible hacer la política que quiere la mayoría de la gente o no; si verdaderamente vivimos o no en democracia, es lo que nos jugamos, entre otras cosas, el 25 de enero en Grecia.

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