EconoNuestra

Adiós a la crisis, la estafa de la recuperación

Fernando Luengo
Profesor de economía aplicada de la Universidad Complutense de Madrid, miembro de econoNuestra, del círculo Energía, Ecología y Economía y del Consejo Ciudadano de Podemos en la Comunidad de Madrid

¿La economía española ha dejado atrás la crisis? La contestación más apropiada a esta pregunta es, sin paliativos, negativa. La mayoría de la población ha visto cómo empeoraban en los últimos años sus condiciones de vida y no está percibiendo una mejora sustancial en las mismas, a pesar de las mil veces proclamada recuperación. Los salarios han perdido capacidad adquisitiva, ha aumentado la pobreza y la exclusión social, la precariedad se ha generalizado y el desempleo se ha situado en cotas históricas. Estos son algunos de los trazos de un cuadro de fractura social que amenaza con enquistarse... pese a que algunos indicadores macroeconómicos han repuntado recientemente.

Estamos, sin duda, ante un asunto muy relevante, sobre el que ni podemos ni debemos pasar de puntillas, pues la legitimidad de las políticas económicas y de las instituciones que las aplican reside en conseguir que la gente viva mejor. Perder de vista este sencillo pero decisivo principio ha extraviado a buena parte de los profesionales de la economía y de la clase política. Pero la pregunta no queda debidamente contestada poniendo sobre la mesa la evidente discrepancia entre la información estadística macro y la realidad social. Vayamos más allá en el razonamiento, situándonos en unas coordenadas estrictamente económicas.

Para ello, tomemos como referencia el indicador más utilizado por los economistas, algo así como el catalizador de toda la actividad económica de un país, el Producto Interior Bruto (PIB). El buen momento de la economía se reflejaría en el retorno al crecimiento del PIB; si se consolidara esta tendencia, se nos cuenta, habríamos pasado página y estaríamos en un escenario poscrisis.

Seamos conscientes que al centrar el análisis en el PIB pasamos por alto algo que ya debería formar parte de una nueva racionalidad y sentido común y que sin embargo es desdeñado por la mayor parte de los profesionales de la economía: esta ratio mide de manera defectuosa, hasta el punto de que algunos estudiosos que se mueven en el campo de la economía ecológica lo consideran inservible, el coste de los insumos utilizados en el proceso productivo, muy especialmente de los recursos no renovables, y del output resultante. Si hiciéramos nuestro este enfoque, si los precios de mercado, y por lo tanto el PIB, recogiera el coste real de la producción, incluidas las externalidades generadas en la misma, los registros estadísticos serían mucho menores que los calculados en la contabilidad convencional, y con toda seguridad, desde hace tiempo, estaríamos recorriendo la senda del decrecimiento (no deseado).

Nada de lo anterior importará demasiado a los economistas (y a los políticos) que no tienen otra hoja de ruta que el aumento de la producción. Pues bien, desde la perspectiva del PIB, omitiendo todo lo anterior, cosa que no deberíamos hacer, hay que decir que es cierto, hemos salido de la recesión (dos trimestres consecutivos de decrecimiento); habríamos superado asimismo los momentos más álgidos de la crisis económica.

En 2014, según Eurostat, el aumento de la producción, medido en tasa anual, casi habría alcanzado el 1,15%, revirtiendo la tendencia negativa de los dos ejercicios precedentes. Desde el tercer trimestre de 2013, la economía española estaría instalada en registros de crecimiento positivos y, si se cumplen las previsiones del Fondo Monetario Internacional, los próximos años confirmarán una tendencia moderadamente ascendente, si bien el crecimiento del 2%, porcentaje que se suele tomar como referencia en la Europa comunitaria, sólo se alcanzaría en 2020.

Una primera e inevitable puntualización que nos ayuda a situar en su justa medida la información estadística que, como acabamos de ver, apunta a la reactivación de la economía española: el nivel de producción alcanzado en 2014 todavía se encontraba por debajo del obtenido en 2007 en un 5%, ¡y han transcurrido siete años! Considerando la evolución de este y otros indicadores, algunos autores hablan de, como poco, una década perdida. ¿Aplausos, euforia, regocijo? Pues no, no procede.

También ayuda a entender la situación actual saber que, tras un largo periodo dominado por el bajo crecimiento o por la recesión, entra dentro de lo normal que la economía recupere, al menos en parte, el pulso perdido. Las empresas que han quebrado o han reducido su volumen de operaciones han liberado espacios y recursos que han aprovechado las que han sobrevivido; la sistemática presión sobre los costes laborales ha favorecido la recomposición de los márgenes empresariales; los grandes deudores y acreedores han saneado sus balances y han reducido su grado de exposición a la deuda pública; y la ocupación y sometimiento a la lógica mercantil de los espacios públicos ha abierto nuevas posibilidades de negocio. Estos son algunos de los factores que han contribuido al retorno del crecimiento económico.

¿Esto quiere decir que el crecimiento se asienta sobre bases sólidas? ¿Debemos concluir retomando el inicio del texto que la economía española estaría dejando atrás la crisis? La contestación a ambas cuestiones es, en mi opinión, negativa. La gestión realizada por la troika comunitaria y el gobierno español ha mermado de manera considerable el potencial de crecimiento de nuestra economía. Ilustremos este crucial asunto con varios ejemplos. La formación bruta de capital, medida como porcentaje del PIB, ha caído entre 2007 y 2014 en unos catorce puntos porcentuales; el esfuerzo en investigación, desarrollo e innovación también ha conocido un sustancial retroceso, desde el 1,35% en 2009 hasta el 1,24% en 2013, y medido en euros por habitante ha pasado desde 321,9 (2008) hasta 279,3 (2013); la población activa se ha reducido de manera significativa, en casi medio millón de personas desde 2011, como consecuencia del retorno de parte de la población emigrante a sus países de procedencia, el exilio de jóvenes en busca de empleo y la fatiga y frustración por no encontrarlo; y la producción manufacturera ha experimentado un declive muy superior al del PIB, de modo que en 2013 era un 12% inferior al nivel alcanzado en 2007.

Añadamos a ese escenario la amenaza deflacionista que se cierne sobre la economía española, la sequía de crédito que padecen empresas (sobre todo pequeñas y medianas) y familias, y la fragilidad de la balanza comercial, condicionada por la dependencia estructural de las importaciones y la debilidad competitiva de las ventas exteriores.

Si, por último, reparamos en que las causas de fondo de la crisis lejos de haberse resuelto o al menos encauzado se han agravado, tenemos un panorama muy alejado de la optimista, y nada realista, visión de nuestros gobernantes. La desigualdad y la pobreza han alcanzado cotas históricas; las finanzas, los actores y las lógicas financieras continúan articulando la estructura económica; las diferencias productivas, comerciales y tecnológicas entre el Norte y el Sur europeo se han acentuado; y el proyecto comunitario está más atrapado que nunca entre la maraña de intereses de las elites políticas y las oligarquías económicas.

Pero nada de lo anterior importa, nada impide que el poder continúe con el mantra, mucho más en un año de decisiva confrontación electoral. Adiós a la crisis.

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