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Lo que no puede ser no puede ser y además es imposible

Rubén F. Bustillo
Máster en Economía Internacional y Desarrollo por la Universidad Complutense de Madrid

Auguran los auguradores el augurio más esperado. España crecerá, dicen, entre un 1,5% y un 2,5% en 2015. Según el Ejecutivo, el PIB español crecerá por encima del 2%, un 2,4% según Rajoy en el pasado debate sobre el estado de la nación. La Comisión Europea, por su parte, pronostica para España un crecimiento del 2,1% y por citar un ejemplo más, Funcas, la Fundación de Cajas de Ahorros vaticina un crecimiento de un 2,5% en este año. En esta línea se han pronunciado varios organismos e individuos, desde el Fondo Monetario Internacional a la consultora PriceWaterHouse Coopers. Algunos incluso, como el ministro de Economía, el señor De Guindos, afirma que "no es descabellado" que España crezca este año un 3%.

Muchos son los motivos que explican estos pronósticos optimistas. Es evidente que las medidas de estímulo anunciadas por Banco Central Europeo, que tiene como consecuencia una depreciación del euro con respecto a otras monedas, favoreciendo de esta forma las exportaciones, o la caída de los precios de petróleo, entre otros, son potenciales factores de impulso económico para, entre otras, la economía española. Algunos dirán que España crecerá porque más bajo no podemos caer, así que solo nos queda subir y, quién sabe, quizás a otros les inquiete la coincidencia de que el año de "recuperación" y buenos pronósticos coincida con el año electoral. No obstante, parece que no hay duda, España crecerá en 2015, y para nuestra alegría y regocijo, lo hará por encima de la media europea.

¿Y por qué tanta inquietud sobre cuál será el crecimiento de la economía en 2015 y en los años venideros? La esperanza recae en que el crecimiento económico promoverá, entre otras, la creación de empleo, principal preocupación de los gobiernos y ciudadanos. Llegados a este punto, debemos hacer mención a Arthur M. Okun (1928-1980), economista americano, profesor en la Universidad de Yale y Chairman del Consejo de Asesores Económicos del Presidente Kennedy, que planteó una relación directa y casi lineal entre el crecimiento del producto interior bruto (en el contexto norteamericano de los años 50) y la reducción del desempleo. Siguiendo este planteamiento, y partiendo de la denominada Ley de Okun, varias aproximaciones se han hecho sobre cuánto debe crecer la economía española para reducir la tasa de desempleo. No existe una cifra exacta y definitiva, pero distintos estudios concluyen que España debería crecer entre un 2,5% y un 3% para que la tasa de paro se reduzca.

Cabe preguntarse sobre la viabilidad de mantener este ritmo de crecimiento en un periodo de tiempo prolongado. Es más, debemos plantearnos la viabilidad de un crecimiento que por su naturaleza es exponencial y acumulativo. Aunque muchos autores han señalado la imposibilidad de un crecimiento sostenido en el tiempo, este debate se encuentra todavía fuera de la agenda actual. En este sentido, se pronuncia David Harvey, distinguido profesor de la City University of New York, en su libro Diecisiete Contradicciones y el Fin del Capitalismo. Harvey señala el crecimiento exponencial como una las grandes contradicciones del capitalismo, que, asegura, "en gran medida se ignora y cuyo análisis brilla por su ausencia". El crecimiento exponencial (o acumulativo) se caracteriza por un crecimiento lento en un primer momento, que posteriormente se acelera disparándose hasta el infinito. Por ejemplo, a un hipotético ritmo de crecimiento de un 2% anual (el PIB español era, en 2012, de 1,32 billones de dólares americanos según los datos del Banco Mundial), en un periodo de 10 años el PIB español se incrementaría un 21,9% (21,30% en el caso de crecer a un ritmo de 1,5% anual), situándose en aproximadamente 1,6 billones de dólares. En esta hipotética situación, el PIB español todavía se situaría en 10 años en un PIB inferior al que presentan países vecinos como Francia y Reino Unido en la actualidad (2,8 y 2,6 billones de dólares respectivamente según datos del Banco Mundial).

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En el periodo seleccionado de 10 años, un crecimiento acumulativo a un ritmo del 1,5% o del 2% no parece descabellado. No obstante, como hemos comentado, la situación cambia radicalmente si alargamos el periodo de análisis. A un ritmo de crecimiento acumulativo del 2% anual, el PIB español se habría multiplicado por siete en 100 años, siendo la tasa de crecimiento acumulada superior al 600%. Aproximadamente, en el año 2034, España alcanzaría el PIB que Rusia presentaba en 2012, en 2047 el de Francia, en 2059 el de Alemania, en 2088 el de Japón y en 2104 el de China.

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La evolución mostrada en el gráfico anterior parece insignificante si introducimos, a modo comparativo, dos potencias económicas, Estados Unidos y China. Al mismo ritmo de crecimiento anual Estados Unidos superaría el PIB mundial actual en menos de 75 años y China en poco más de 100.

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Ante este panorama, ciertos autores, entre ellos Harvey, cuestionan la viabilidad del crecimiento exponencial. Por un lado, es evidente la fuerte presión que este ritmo de crecimiento depredador ejerce sobre el medio natural y, por lo tanto, es conveniente tener en consideración la existencia de unos límites planetarios al crecimiento. Por otro, surgen dudas sobre la capacidad de revalorización del capital, que tienen especialmente las economías desarrolladas, que les permita reducir sus niveles de desempleo y continuar una senda de crecimiento económico.

Lo arriba planteado recuerda a la tesis de Thomas Robert Malthus (1766-1834). Malthus defendía que mientras la producción agrícola tiende a crecer de forma aritmética, la población lo hace en proporción geométrica, lo cual acababa teniendo consecuencias fatales sobre las condiciones de vida de la población más pobre, llegándose de nuevo a una situación de equilibrio. Aunque estas predicciones no se cumplieron (Harvey señala diversos factores que van desde la industrialización de la agricultura o la colonización de tierras improductivas a medidas de limitación de la natalidad y población), no se puede por ello descartar como inválidos la totalidad de los planteamientos que alertan sobre los límites al crecimiento, especialmente en un momento en el que estudios científicos, como el del Centro de Resiliencia de la Universidad de Estocolmo, muestran que se han sobrepasado, como consecuencia de la actividad humana, cuatro de los nueve límites planetarios necesarios para la estabilidad de la tierra.

Sin embargo, la invalidez de la tesis de Malthus exige reconocer y recordar la gran capacidad que tiene el sistema capitalista de adaptarse ante situaciones cambiantes, y por ello no podemos, a menos en un principio, negar la posibilidad que tiene el sistema capitalista de perdurar en el tiempo a pesar de sus limitaciones. Ante las limitaciones existentes, cabe la posibilidad de adaptación en varias formas, ya sea a través de un proceso de destrucción creativa como idearon Sombart y Schumpeter, a través del cambio de la producción material a la inmaterial (vinculado al consumo de información) o de la apropiación de los problemas medioambientales por la actividad empresarial, entre otras. El proceso de adaptación es evidente y necesario. No obstante, asegura Harvey, "nos equivocaríamos si no reconociéramos que la rápida expansión de la actividad en estas esferas tiene su origen en el fútil deseo de escapar de las limitaciones materiales del crecimiento exponencial" [1].

Esta disyuntiva nos sitúa en una situación delicada y no muy esperanzadora. Independientemente del crecimiento de actividades como las mencionadas, el objetivo de búsqueda incesante de beneficio del sistema capitalista requiere de un proceso continuo de acumulación de capital. Es por ello que, bajo la lógica dominante, es imposible concebir un sistema capitalista no fundamentado en la búsqueda de beneficio y de crecimiento acumulativo. Además, como hemos mencionado, los países necesitan crecer exponencialmente para reducir su tasa de desempleo y, todo ello, dentro de unas limitaciones impuestas, entre otras cosas, por la naturaleza.

Se le atribuye al diplomático y sacerdote francés Charles Maurice de Talleyrand (1754-1838) la célebre frase "lo que no puede ser no puede ser y además es imposible". En el contexto que nos atañe, yo añado que el crecimiento económico exponencial ad infinitum en el sistema capitalista no puede ser, y además, es imposible, al menos sin aumentar la tasa de explotación, la degradación medioambiental, el aumento de la pobreza y las desigualdades y, en definitiva, el empeoramiento de la mayor parte de la población mundial.

Además, junto a su viabilidad (o falta de ella) debemos también cuestionar su deseabilidad. Numerosos autores han planteado las limitaciones del PIB como indicador económico, ya sea debido su modo de elaboración y cálculo, a las actividades que incluye/excluye o debido a sus carencias como reflejo de la calidad de vida de la población. Aunque diversos organismos, con el fin de superar estas limitaciones, han elaborado indicadores complementarios, el objetivo de incrementar el PIB sigue siendo el que rige las decisiones políticas y económicas y el indicador más utilizado para presentar y comparar los resultados de un país.

Numerosos indicadores y autores nos alertan de la necesidad de cambio de rumbo y de modelo económico y social. No podremos decir que no nos habían avisado. Pero es evidente que los intereses dominantes, y las reticencias de la población, en parte debido al desprestigio de experiencias históricas presentadas como fracasos de cualquier alternativa posible al sistema imperante, dificultarán, e incluso impedirán, cualquier proceso de cambio. Cualquier alternativa propuesta se considerará por lo tanto una utopía. Aun así no cabe desistir. El sistema económico capitalista ha mostrado su capacidad de crear riqueza material, pero también unas profundas contradicciones que imposibilitan su continuidad, al menos sin arruinar las condiciones de vida de gran parte de la población y sin sobrepasar los límites del planeta.
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[1] Harvey, D. (2014): Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo. Instituto de Altos Estudios Nacionales del Ecuador (IAEN), Quito. Pág 234.

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