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Si Cibeles no fuera de piedra, ¿se echaría a llorar?

José Antonio Nieto Solís
Profesor titular de Economía Aplicada en la UCM y miembro de econoNuestra

A diferencia de otros países, en España es difícil mudarse de ciudad y es muy difícil buscar trabajo en otra Comunidad Autónoma. Si no, yo habría huido de Madrid o estaría a punto de hacerlo, ante la que se avecina. Porque me da pavor pensar que —después de la hegemonía de Gallardón— Ana Botella puede transferirle a Esperanza Aguirre el bastón de mando de la ciudad.

Quizá porque siempre mantuve que mientras haya Esperanza (con mayúsculas) no habrá vida, la sombra de la lideresa como presidenta de la Comunidad de Madrid sigue pareciéndome alargada y siniestra. Alargada, entre otras razones, por su obsesión por convertir Madrid en la avanzadilla española de las privatizaciones en Sanidad, Educación y lo que se tercie. Y siniestra, porque alrededor de Esperanza Aguirre se ha situado, desde hace tiempo, una de las mayores camarillas de corruptos de España, sin que al parecer ella se percatara de nada.

Es muy grave que ese nido de víboras madrileño esté en muchos de los casos de corrupción de las últimas décadas. Es más grave que la ahora candidata a alcaldesa alegue no saber lo que hacía antes su mano derecha ni la mano derecha de su mano derecha, y así muchas más manos, normalmente diestras —y a menudo bien granadas—. Y es igualmente grave que esa sombra más que real de corrupción generalizada quiera seguir perpetuándose y dejándonos a oscuras y casi sin medios de subsistencia, ni materiales ni culturales. Es decir, que quiera seguir campando a sus anchas y gozando de impunidad, como si ese clan selecto no pudiera ser multado ni siquiera por aparcar mal su vehículo en la vía pública. Menos aún por favorecer (¿a ciegas?) a los miembros de su secta.

Dice Esperanza Aguirre que ella es liberal y bajará los impuestos, pero nunca habla de la presión fiscal real, ni de la distribución de esa presión fiscal en los distintos grupos de población, ni del impacto de sus propuestas fiscales en los niveles reales de renta de los ciudadanos. Sin embargo, debemos ser plenamente conscientes de al menos dos datos importantes.

En primer lugar, cuando los miembros del Partido Popular hablan de bajar impuestos aluden normalmente a reducir el impacto de la imposición directa sobre algunos sectores muy selectos de la población, al tiempo que suben las tasas y los impuestos indirectos de manera generalizada. Y eso no es bajar los impuestos, sino reducir la presión fiscal a los más privilegiados para incrementarla al grueso de la población, donde resulta más fácil recaudar aunque sea mucho más regresivo socialmente.

En segundo lugar, el cinismo ególatra con el que los dirigentes del Partido Popular —Montoro a la cabeza— perpetran sus propuestas fiscales ha conducido a resultados tan visibles como lamentables en Madrid y en España. En concreto, ha llevado a un aumento de las desigualdades nunca visto en nuestro país, como evidencian los informes más rigurosos realizados en los últimos años, tanto por organizaciones internas como por organismos internacionales de muy distinto ámbito y competencias.

Salvo milagro o reacción unida y rotunda del resto de las fuerzas políticas, la composición socioeconómica de la ciudad de Madrid pone en bandeja un triunfo electoral de la derecha. Por razones demográficas y porque gran parte de la población menos conservadora se ha desplazado fuera del término municipal, Esperanza Aguirre representa una bandera y una garantía de éxito relativo para el Partido Popular en Madrid. Y ello, a pesar de sus discrepancias públicas con algunos de los líderes de su propio partido, y de sus habituales y mediáticas salidas de tono nada agraciadas ni en el fondo ni en la forma, aunque a sus seguidores puedan resultarles graciosas.

Por lo tanto, para evitar perpetuar en Madrid el reinado de la derecha más voraz y recalcitrante queda la esperanza (con minúsculas) de que Esperanza meta la pata de manera rotunda y eso retraiga a algunos de sus votantes, aunque no sean muchos. Pero queda, sobre todo, la ilusión y casi la obligación de que el resto de fuerzas políticas se alíen de forma decidida (¿a modo de frente amplio?) para evitar que la democracia a la madrileña siga bajo la sombra alargada y siniestra de quienes se beneficiaron de la operación Tamayo para hacerse con el poder. Hace ya tanto tiempo que ni la ilusión electoral ni la obligación política y ciudadana parecen haber aguantado con dignidad todo lo que nos ha caído encima desde entonces.

Lamentablemente, esa acción conjunta y coordinada de la ciudadanía y de los políticos de izquierdas no parece fácil, ni antes ni después de las elecciones municipales y autonómicas. La estructura de los partidos políticos es demasiado férrea, sus intereses internos son demasiado poderosos, y los mecanismos de financiación de las formaciones políticas están excesivamente contaminados por la necesidad de satisfacer sus propios compromisos individuales y colectivos, por encima casi siempre de las necesidades reales de los ciudadanos.

¿No debemos tirar aún la toalla quienes estamos censados en la capital de España, porque la democracia puede abrir paso a pactos poselectorales sin el Partido Popular, siempre que no obtenga mayoría absoluta? ¿Hay esperanza al menos de que la situación pueda mejorar en la Comunidad de Madrid y en otras regiones y municipios españoles?

Si la diosa Cibeles no fuera de piedra, ¿se echaría a llorar ante la campaña electoral y el desenlace que nos espera? ¿Vería en el horizonte más sombras que luces y más desigualdad que progreso? ¿Le molestaría saber que el Gobierno municipal pretende emigrar de la plaza que lleva su nombre, sin aclarar si esa y otras propuestas suponen la opción más adecuada para los ciudadanos? ¿O le indignaría mucho más identificar Madrid con Bankia, Bárcenas, la Ley Mordaza, los desahucios... y los líderes empresariales y policiales dejándose asesorar por el pequeño Nicolás?

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