EconoNuestra

La globalización a debate

Fernando Luengo
Profesor de economía aplicada de la Universidad Complutense de Madrid,
miembro de econoNuestra, del círculo Energía, Ecología y Economía
y del Consejo Ciudadano de Podemos en la Comunidad de Madrid

Convergencia. Término que quiere simbolizar el cierre de la brecha que separa a los denominados países desarrollados de los subdesarrollados (calificativos discutibles sobre los que ahora no entraré). Una de las supuestas ventajas de la globalización económica –comercial, productiva, tecnológica y financiera- debía consistir, según sus defensores, en que, en un escenario donde todos ganarían, los que más lo harían serían los países más atrasados. No creo exagerar si digo que éste ha sido uno de los mantras más repetidos desde la economía dominante.

Tan sólo había que aplicar con decisión políticas claramente comprometidas con la apertura externa; eliminar o reducir al máximo los aranceles sobre las importaciones y desregular los mercados domésticos, permitir la entrada sin restricciones a los grupos transnacionales y liberalizar los movimientos de capital financiero. Actuando de esta manera, las economías rezagadas y los recién llegados atraerían inversiones extranjeras directas, dispondrían de más mercados para colocar su producción exportable, podrían adquirir bienes y servicios de calidad, accederían a tecnologías avanzadas y complementarían su limitada capacidad de generar ahorro interno con recursos foráneos; adicionalmente, se desenvolverían en un entorno gobernado por la competencia, con las consiguientes ganancias de eficiencia. El resultado de todo ello sería un mayor crecimiento y un progresivo cierre del gap entre países "ricos y pobres".

Pero no es esto lo que ha sucedido. El escenario prometido por los partidarios de la globalización rápida, sin condiciones ni restricciones, no se ha materializado.

El gráfico siguiente recoge la información del indicador de convergencia sigma (elaborado para 148 países a partir de la información proporcionada por el Banco Mundial). No me entretendré en los detalles técnicos de su elaboración. Es suficiente con saber que una trayectoria ascendente de la curva debe ser interpretada como un aumento de la divergencia, y lo contrario si es descendente.

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Hay que precisar que los años seleccionados (1990-2014) cubren el periodo de más intensa globalización, donde cabría suponer, por lo tanto, que los efectos positivos de la misma se mostraran con mayor rotundidad. Lo cierto, sin embargo, es que el primer tramo de la década de los 90 del pasado siglo conoció un aumento de las diferencias. En los años siguientes, hasta el estallido de la crisis, no se aprecia una tendencia homogénea, y, en conjunto, la ratio de convergencia se mantiene básicamente estable.

Sólo a partir del crack financiero encontramos una reducción del gap, que no nos debe llevar a equívocos, pues se explica, sobre todo, porque la crisis, más que en la periferia, ha tenido una especial incidencia en el corazón del capitalismo.

Toda la argumentación anterior toma como referencia un indicador –el PIB por habitante- que, a todas luces, mide de manera insuficiente o deficiente las disparidades productivas, sociales, territoriales y de género; por no hablar de las que tienes que ver con la utilización depredadora de recursos naturales no renovables y de las externalidades negativas asociadas al crecimiento, aspectos que sencillamente no mide.

La consideración de estas dimensiones acentuaría con toda seguridad las brechas entre los dos grupos de países.

Partir de esta realidad –la del fracaso de la globalización a la hora de alcanzar uno de los objetivos que, al menos en teoría, la justificaba entre sus partidarios- es crucial para identificar el origen y las claves para la superación de la crisis, que es mucho más que un fenómeno de naturaleza financiera. También nos proporciona una mirada para entender una de las causas de fondo de las corrientes migratorias y los desplazamientos de población.

Pero, claro, introducir esta reflexión en la agenda económica y política, y actuar en consecuencia, supone poner el foco en una de las piedras angulares del actual orden (o desorden) capitalista, las dinámicas globalizadoras, donde se articulan y se hacen fuertes los intereses de los grupos multinacionales y de la industria financiera, donde las elites políticas, de diferente signo ideológico, se reconocen y se refuerzan. ¿Estaremos dispuestos a abrir esa caja de los truenos o seguiremos razonando en clave de estado-nación?

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