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Hoy puede ser una gran día

Julian Maganto
Economista e Ingeniero Civil

Hace poco más de cuatro años, la inmensa mayoría de los españoles que fuimos a votar lo hicimos sin ilusión. Acudimos a las urnas conmocionados, con una mezcla de indignación, sorpresa y miedo. Podría decirse que realizamos un acto defensivo, como un boxeador sonado, aturdido por un aluvión de golpes inesperados.

Pocos meses antes se había puesto de manifiesto, con toda su crudeza, algo que algunos denunciaban hacía tiempo: nuestro modelo desarrollista asentado en una enorme burbuja inmobiliaria, en la construcción de grandes infraestructuras, muchas de ellas innecesarias y en la adquisición de bienes improductivos mediante un endeudamiento incontrolado, todo ello en beneficio de las entidades bancarias y las grandes constructoras, no era financieramente sostenible. El país del éxito, el ejemplo de Europa, el que estaba a salvo de la crisis financiera global que agitaba el mundo, se encontraba a punto de ser rescatado y todo se iba al garete.

Por el camino habíamos dejado valores éticos imprescindibles, aceptando como algo anecdótico, inevitablemente necesario o intrínseco en nuestra sociedad, según los casos, la corrupción, el aumento de la represión o el despilfarro. El individualismo y el éxito rápido habían primado como pautas de comportamiento.

Pero también había ocurrido algo en la primavera de ese año: la aparición espontánea e inesperada de un movimiento ciudadano que llenó y se asentó en la Puerta del Sol de Madrid, formado por gente corriente que protestaba pacífica pero firmemente contra una clase política que no les representaba. El movimiento 15 M, que aunque fue reprimido resistió en la emblemática plaza madrileña y sus aledaños durante meses, se extendió como la pólvora por otras ciudades del Estado y contagió al resto del mundo, exigiendo a sus gobernantes otra forma de hacer política.

En las elecciones del 20 N los votantes castigaron a un gobierno que, después de años de considerarnos nuevos ricos, al final de su mandato había puesto en evidencia nuestra desnudez y entregó el poder de forma aplastante al entonces partido de la oposición, que prometía sacarnos de la crisis, obviando su condición de co-responsable de la situación. Los poderes económicos respiraron aliviados. El sistema volvía a controlar la situación.

Lo ocurrido a partir de ese momento es de sobra conocido. Un rescate urgente a los bancos a costa del empobrecimiento generalizado de la inmensa mayoría de la gente, impensables recortes de los derechos laborales y sociales, aumento del paro y la exclusión social, exilio forzoso de gran parte de la juventud mejor preparada en la historia de este país, precarización del empleo, crecimiento exponencial de los desahucios, pobreza energética e infantil, masiva privatización de lo público.... Mientras, los casos de corrupción afloraban como algo sistémico.

Todo esto se justificaba como algo inevitable, como la única solución para evitar la quiebra del país, pero lo que veía la gente era que la brecha entre la mayoría y la clase dominante era cada vez más amplia. Los ricos lo eran cada vez más y el resto cada vez más pobre.

A pesar de una represión en aumento, mucha gente salió a la calle protestando contra esas medidas, organizándose en diversas mareas ciudadanas en defensa de la sanidad y la educación públicas, los derechos sociales, laborales y a decidir de las mujeres, la denuncia de la corrupción.... La gente corriente se defendía como podía de la injusticia. El espíritu del 15 M seguía vivo.

Y así llegamos a este intenso año electoral. Tras la sorpresa en enero por la irrupción contra todo pronóstico en el Parlamento Europeo de representantes que no provenían de los partidos tradicionales, las elecciones de mayo dieron el gobierno de ciudades importantes a movimientos ciudadanos que propugnaban otra forma de gobernar más transparente, más participativa, más en contacto con las necesidades reales de la gente corriente.

Y empezaron a cumplir esas promesas.

En este domingo de diciembre algo importante ha cambiado respecto a las elecciones de hace cuatro años. Ahora miro a la gente y veo ILUSIÓN.

Ilusión en los jóvenes que quieren formarse y tener un empleo digno sin tener que irse de aquí, ilusión en aquellos que luchan todos los días por conseguir y mantener un trabajo para sacar adelante a sus familias, ilusión en los que quieren un país mejor para sus hijos, ilusión en los que quieren más democracia, más honestidad, más solidaridad, más equidad, más justicia social. Ilusión también en aquellos que, como me dijo un día mi padre, estamos ya en el último tren de la vida aunque no sepamos en qué vagón.

Este cambio de actitud desde el miedo a la ilusión, puede conseguir que, con permiso de Joan Manuel Serrat, hoy pueda ser un gran día.

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