Julián Maganto
Economista e ingeniero civil. Miembro del Círculo 3E de Podemos y de EconoNuestra
El viernes pasado el gobierno en funciones, reunido en Consejo de Ministros, aprobó autorizar la firma del CETA.
No voy a entrar en las consecuencias negativas para la calidad de vida y los derechos de la gente de la UE que tiene suscribir tratados como éste con Canadá o el TTPI con USA y otros similares en aras de una supuesta libertad del comercio. Hay informes y artículos muy didácticos, objetivos y claros al alcance de cualquiera que tenga un mínimo de curiosidad sobre ello y que no se conforme con la escasa y sesgada información a la opinión pública que suministran los gobiernos y los medios de información del sistema.
Mis reflexiones van por otro lado, más ligado a la situación política de España y a nuestra anómala singularidad respecto a otros países del entorno.
El citado acuerdo es de una extrema gravedad ya que, por su importancia, excede con mucho las competencias que corresponden a la gestión ordinaria atribuidas a un gobierno en funciones, hurtando del debate parlamentario, cuando menos, un acto de la mayor trascendencia para el presente y el futuro de los ciudadanos de este país.
Este gobierno, cuyos miembros se niegan reiteradamente a comparecer ante el Parlamento cuando lo piden los representantes del pueblo porque no se considera obligado a ello, aduciendo la peregrina justificación de no gozar de su confianza (lo que le sitúa en un cómodo e inexplicable limbo en cuanto al control parlamentario pero que a la vez genera más dudas sobre su legalidad y sobre todo legitimidad), ha puesto en evidencia con este acuerdo una vez más que la Constitución de 1978, en la que se atrinchera cuando le interesa y desprecia y ningunea cuando le conviene, ha reventado las costuras que encerraban un marco de convivencia aceptable y que ya no es adecuada para un proyecto común de futuro.
También pone de manifiesto que aquellos a los que, mientras siguen aflorando pruebas que demuestran su corrupción sistémica, se les llena la boca de las palabras patria, España y Constitución; aquellos que hacen bandera de la unidad mientras que con su desprecio a nuestra pluralidad son la mayor fábrica de separatistas, son los mismos que están dispuestos a malvender al capitalismo global la poca soberanía que nos queda.
Son la mala gente que decía Machado y que, repitiendo la triste historia de España, vuelven a traicionar al pueblo al que dicen representar. Son los de siempre, los que representan lo más rancio, reaccionario e insolidario de la sociedad mientras se consideran por derecho propio garantes y albaceas de valores históricos y trascendentes, casi metafísicos. Son los dueños del cortijo.
Adaptándose al escenario actual, optando por la muerte lenta de la gente en vez de la sangre a borbotones, ponen en práctica una vez más su repugnante juego de patriotas.
Comentarios
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