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Contra la incomprensión de la Teoría Monetaria Moderna

Esteban Cruz Hidalgo y Stuart Medina Miltimore
Economistas y miembros de Red MMT

Cuanto menos es llamativo que, mientras los esfuerzos del reducido pero creciente elenco de defensores de esta corriente económica para darla a conocer están encontrándose con una fuerte resistencia -cuando no simplemente indiferencia- de buena parte de la izquierda de este país; un destacado paladín del neoliberalismo haya publicado su segundo libro contra la Teoría Monetaria Moderna. ¿Acaso la habrá identificado como principal azote del status quo?

Ya en el subtítulo Juan Ramón Rallo da pistas de por dónde irá su argumentación, algo que ilustra con la imagen de un helicóptero lanzando billetes. Aquí ya advertimos un grave error, el cual se repite a lo largo del libro: que la Teoría Monetaria Moderna consiste en aumentar la oferta monetaria independientemente de la demanda.

Rallo observa correctamente que el dinero es un pasivo del Estado, un título de deuda pública. Los Estados a través de la fiscalidad determinan qué será aceptado en sus oficinas para el pago de impuestos, lo que dota a la cosa elegida de la cualidad de ser admitida generalmente y de circular por la economía siendo transferida entre terceros.

Ahora bien, ¿qué dice la Teoría Monetaria Moderna sobre cómo se introduce el dinero en la economía? El sector no gubernamental depende del gobierno para obtener los fondos para su ahorro neto deseado y el pago de impuestos, y estos fondos no son otra cosa que los pasivos del gobierno. Para obtener estos fondos, los agentes no gubernamentales ofrecen bienes y servicios reales a la venta a cambio del dinero necesario, incluyéndose aquí la oferta de mano de obra desempleada. Si por ejemplo, para obtener una unidad de dinero el Estado requiere una hora de trabajo, entonces el valor de la moneda valdrá exactamente eso, puesto que es el precio al que proporcionará el dinero. Luego, una vez determinado el precio serán los trabajadores quienes a través de sus demandas de dinero determinarán el gasto del gobierno, y por tanto, el aumento de la oferta monetaria.

Por ello desde la Teoría Monetaria Moderna se afirma que el desempleo es un fenómeno monetario. Si el sector gubernamental desea crónicamente ahorrar más de lo que invierte, el resultado será una brecha de demanda cada vez mayor con el consiguiente incremento del desempleo. Por tanto aquí ya pueden derivarse dos conclusiones: que el gasto se incrementa por la demanda de dinero y no exógenamente como ilustra la imagen del helicóptero, siguiéndose de ello el aumento de la oferta monetaria; y que el tamaño del déficit en el que se incurriría para cerrar esta brecha de demanda de dinero contratando directamente a los trabajadores no es discrecional, sino que viene impuesto por las decisiones del sector privado.

De hecho, el empeño de los gobiernos en fijar "objetivos" de déficit se suelen saldar en fracasos muy costosos, porque a las políticas de austeridad el sector no gubernamental puede responder reduciendo su gasto en función de sus menores expectativas de beneficios, lo cual tiene un efecto contractivo. Además de ser perjudicial para la coyuntura económica, convierte la meta presupuestaria en un objetivo móvil que cuando más se afana el gobierno en conseguir más se aleja. Desde el marco analítico de la Teoría Monetaria Moderna la consecución de superávit gubernamental implica necesariamente la búsqueda del déficit del sector no gubernamental; son las dos caras de la misma moneda.

Una enorme confusión emerge también sobre la función que Juan Ramón Rallo aplica a los impuestos y los bonos del Tesoro. Veamos por qué.

La causalidad temporal es inherente a una economía monetaria, y ésta dimensión temporal explica por qué el Estado no pueden financiar sus gastos con cargo a los ingresos generados en el futuro en base a lo que debe gastarse ahora, es decir, los impuestos. Los gastos se encuentran al inicio del circuito monetario, introducen el dinero en la economía; mientras que los impuestos se encuentran en la fase final, destruyen dinero de la economía.

El error de Rallo de asimilar los pasivos del Estado a un pasivo cualquiera en este punto debe ser ya patente. El gobierno no es un agente económico como los hogares o las empresas y por tanto su deuda no es como la de los demás agentes. Uno de los motivos más importantes es que la deuda del gobierno cuenta con el respaldo del banco central, es decir, el banco central siempre atenderá los pagos del gobierno. Es cierto que por una restricción institucional que nos hemos impuesto hemos decidido que los bancos centrales no deben financiar los déficits públicos directamente. Pero esto no deja de ser una convención. Las emisiones de nueva deuda equivalentes al déficit fiscal no dejan de intercambiar un tipo de depósito que no paga intereses por otro que sí los paga, y en esencia es una forma de política asistencial para las grandes fortunas. Las ventas de bonos del Tesoro, como los impuestos, destruyen dinero.

Sea como fuere, se demuestra que el banco central está al final dispuesto a financiar al gobierno comprando sus emisiones en el mercado secundario en el marco de su política monetaria. Estas operaciones se encargan de absorber el exceso de reservas bancarias surgido por el impacto del déficit sobre las mismas evitando con ello la caída automática del tipo de interés. Esto permite a la autoridad monetaria mantener el precio del dinero al nivel que ha fijado exógenamente. De lo cual se colige que las emisiones de bonos no sirven para financiar los gastos en un contexto de soberanía monetaria, sino que desde la Teoría Monetaria Moderna se especifican como un componente monetario de la política fiscal.

En definitiva, la Teoría Monetaria Moderna argumenta que la contraparte del déficit del Estado es el superávit del sector no gubernamental, es decir, los fondos en manos de las empresas, los trabajadores y los bancos. Cuanto más alto sea el superávit del sector no gubernamental mayor debe ser el déficit del Estado.

Los efectos devastadores de la ortodoxia fiscal, que aboga por el equilibrio presupuestario, fueron compensados durante años por un aumento tremendo en el endeudamiento de los hogares. La deuda de las familias rescató a las empresas de la quiebra inducida por el Estado. Tal situación no es sostenible a largo plazo porque, como señalamos antes, detrás de la deuda de los hogares no existe un banco central que la respalde.

Dado que el Estado había diseñado a largo plazo una presión a la baja sobre los ingresos mediante la aplicación de la austeridad fiscal, los hogares no podían ser rescatados del sobreendeudamiento a través de un crecimiento de sus ingresos. Las alternativas que quedaban ante esta disfunción institucional fueron la quiebra de los hogares, la insolvencia de los bancos, o una disminución dramática y duradera en el tiempo del consumo para pagar la deuda, con el consiguiente colapso de los beneficios agregados.

La incompatibilidad entre la ortodoxia fiscal y la existencia de una economía monetaria es un hecho incontestable, lo cual para nosotros se encuentra agravado por el marco institucional de la Unión Económica y Monetaria Europea. Austericidio significa muerte de los austeros. Europa acordó la eutanasia de las clases populares y trabajadoras hace ya una década, mientras dogmas como el de Juan Ramón Rallo tratan de esconder las víctimas bajo la alfombra aludiendo a un supuesto orden natural de las cosas. Las instituciones importan, y las relaciones de poder, también.

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