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Amancio Ortega y los comunistas liberales

Álvaro Rísquez Ramos
Estudiante del Máster de Economía Internacional y Desarrollo (UCM)

Hace unos días saltó la noticia de que Amancio Ortega, cuarta mayor fortuna del mundo según la lista Forbes, donó 320 millones de euros para la compra de 290 equipos de última generación que servirán para modernizar las unidades de detención y tratamiento radioterápico en los hospitales públicos. Y no es algo excepcional, en los últimos años el magnate español ha venido realizando una serie de acciones filantrópicas a través de su fundación.

Ante acontecimientos así, solemos encontrarnos con dos tipos de reacciones. La mass-media no ha tardado en alabar la buena labor del gallego, generando una larga lista de calificativos en torno a la "calidad humana" del apodado Rey Midas. Por otra parte, y como viene siendo habitual, las acciones altruistas llevadas a cabo por las personas más poderosas no están exentas de llevar consigo una amplia sombra de sospechas entre los más críticos.

Sin ningún atisbo de duda, desde aquí me incluyo en el segundo grupo y rechazo profundamente todo tratamiento miope del asunto en cuestión. Y es que, ante tales acciones, nos encontramos con la puesta en escena del comunista liberal, apodo que provocativamente usó el filósofo esloveno Zizek en uno de sus libros para referirse a personas que encajan con el perfil de Amancio Ortega.

El autor rescata esta caracterización a partir de la autodenominación irónica que algunos grandes empresarios habían hecho en los Foros de Davos, donde anualmente se reúne la élite global política y empresarial. El esloveno expone que éstos están convencidos y afirman que se puede prosperar como empresarios de éxito y, además, aprovechar la inercia cubriendo las causas anticapitalistas de responsabilidad social. Dentro del grupo selecto de comunistas liberales podemos encontrar a otras personalidades como George Soros o Bill Gates, que agolpan un gran número de donativos sobre diversas causas humanitarias en los últimos tiempos. Uno de los denominadores comunes en los comunistas liberales es que suelen representar una retahíla de valores comúnmente ligados al sistema de manera propagandística, como el sacrificio, la creatividad, la perseverancia o el esfuerzo.

Sin embargo, el quid de la cuestión está en la doble moral que impera en este tipo de personas. Como es lógico, para realizar tal volumen de donaciones primero hay que amasar grandes fortunas, siendo aquí donde radica la raíz del problema. Y es que, como es de sobra conocido, algunas de las claves del éxito de personas como Amancio Ortega quedan muy lejos de ser tomadas como ejemplos de prácticas éticas.

Por tanto, asistimos a dos realidades que se retroalimentan. Por un lado, tenemos el afán imperioso de obtener beneficios sin tener en cuenta el cómo y, por otro, la máscara humanitaria que pretende tapar las miserias y crudezas inherentes al propio sistema. Se presenta un intento de dotar al proceso de acumulación de cierto carácter social. ¿Acaso hemos llegado a un punto donde se tiene que recurrir a ingentes cantidades de donativos para renovar las fuentes de legitimación de la economía de mercado?  Al fin y al cabo, acudimos a un interesado acercamiento del sector privado y sus representantes hacia los ciudadanos mediante fórmulas enmascaradoras.

Y detrás de todo esto, y no por ello menos importante, nos encontramos con el papel cada vez más reducido del Estado. Tras la crisis económica hemos visto cómo se ha producido un proceso de desmantelamiento de la sanidad pública, uno de los pilares del Estado de Bienestar. ¿Existe margen para que el Estado pueda recaudar y hacer frente a derechos básicos como una sanidad digna y de calidad? En mi opinión sí. La presión fiscal en España se sitúa en torno a 7 puntos porcentuales por debajo de la media de la Eurozona, por no hablar de la ingente cantidad de recursos económicos que se van por el desagüe en forma de fraude fiscal. Es por ello por lo que un sistema fiscal más progresivo junto con un aumento de los recursos destinados a la prevención del fraude fiscal ampliaría el colchón de ingresos del gobierno.

Por tanto, no pienso que el camino deba transcurrir por iniciativas filantrópicas privadas, sino reivindicar lo que es nuestro, unos derechos básicos cuya calidad se ha venido recortando en los últimos años. Es hora de recuperar terreno perdido y no refugiarnos bajo el paraguas de la caridad.

 

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