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Un elefante blanco llamado Emmanuel Macron

Victor Prieto
Graduado en Ciencias Políticas por la UCM, Máster de Estudios Avanzados en Filosofía y opositor a TAC

Puede que el mejor indicador del desmoronamiento del sistema político francés en las últimas elecciones presidenciales sea la euforia nerviosa de los grandes medios de comunicación de toda Europa ante el advenimiento de Emmanuel Macron, un tercer hombre llamado a sostener el maltrecho edificio de la Vª República. El apretado resultado de la primera vuelta –se piensapronto será olvidado, relegado por la urgencia de una segunda parte en la que está en juego nada menos que la derrota de la punta de lanza del renacido fascismo europeo. La dicotomía es automática en un sistema electoral de dos vueltas: o con nosotros o contra nosotros, pero esta vez el ballotage no augura un férreo cierre de filas republicano ante la extrema derecha (como aquel de 2002 contra Jean Marie Le Pen), sino un parche más que permitirá, a lo sumo, dar una patada adelante a la profunda crisis francesa, o sea, a la europea.

El auge del Frente Nacional no es un fenómeno nuevo. El sistema político francés convive desde hace décadas sin demasiados problemas con un pujante partido de extrema derecha, cuyo crecimiento se asienta más en el personalismo y el discurso antiestablishment (coherente con la deriva presidencialista o cesarista o bonapartista del semipresidencialismo francés) que sobre el racismo o la xenofobia, en cualquier caso presentes. Recordemos que el relevo de Jean Marie por su hija se produjo tras el batacazo del Frente Nacional en las presidenciales que llevaron a Sarkozy al Elíseo, esto es, tras la derrota de un populista de derechas a manos de otro populista de derechas.

Entonces, ¿qué hay de nuevo? El hecho de que Emmanuel Macron haya aparecido presuntamente de la nada engarza de manera lógica, sin embargo, con la tendencia histórica de la democracia occidental: una cierta adecuación entre la mezcla inverosímil de gobiernos por Decreto y legitimidad popular. En este contexto, no es de extrañar que los grandes triunfadores de la noche electoral -el propio Macron, Le Pen y Mélenchon- carezcan de un aparato de partido realmente sólido, justo al contrario que los dos grandes derrotados, Fillon y Hamon. La lectura ha de hacerse a partir de esta nueva fractura que se dibuja entre los partidos sistémicos y los movimientos (ni siquiera podemos hablar de partidos en sentido tradicional) que no arrastran el lastre institucional, lo que otorga una amplia minoría absoluta a los republicanos. Macron será a partir de ahora cooptado por las élites (sabemos que ya pertenecía a ellas), pero la evidencia de la crisis de régimen no la tapa ya ni una abrumadora victoria contra el fascismo.

Como sugeríamos antes, la novedad absoluta de estas elecciones la marca el contexto, radicalmente nuevo. El desastre del Partido Socialista anuncia la renuncia del sistema político francés a la tradicional alternancia. Macron representa, en cierta forma, una comunidad de intereses, un mal menor ante una situación límite. Pero el precio a pagar tal vez haya sido demasiado alto. Sin alternancia posible, el sistema de dos vueltas impide, de momento, la quiebra absoluta, pero deja en manos de la extrema derecha el papel de adversario político, a la espera del presumible agotamiento de un Macron que, más allá del velo mediático, lleva en su ADN un proyecto político que huele a más de lo mismo.

En torno a Macron se ha generado un precario consenso entre las élites francesas, pero sus buenos resultados electorales provienen del cínico distanciamiento de esas mismas élites que el exministro de Hollande ha llevado a cabo. Esta tensión -entre su pretendida novedad y su carácter de clavo ardiendo del poder-, hace prever muchas dificultades para dotar de estabilidad al sistema político francés. Es probable que la propia dinámica política francesa lo acabe engullendo en las próximas elecciones legislativas, para las que se requiere de una estructura de partido con implantación en todo el territorio. Aunque también sería posible una alianza con el desnortado Partido Socialista, lo que conllevaría una vuelta vergonzosa a los orígenes. Sobra decir que ninguna de las dos posibilidades augura mucho futuro.

La pregunta que se nos presenta ahora -a los partidarios de una opción realmente alternativa al sistema político tradicional y frontalmente opuesto al Frente nacionales: ¿cómo posicionarnos? Los medios de comunicación han interpretado la postura reflexiva de Mélenchon como tibieza en la condena de la extrema derecha (huelga decir que en España los medios ya han situado a Podemos en el lado del Frente Nacional). El estás con nosotros o estás contra nosotros es un mecanismo discursivo que impide una salida "limpia". Es preciso posicionarse con claridad. Pero es factible hacerlo, dados los valiosos resultados de La Francia Insumisa, de una manera otra: se hace indispensable construir ahora un tercer espacio de confrontación, ni con unos ni con otros, pues ambos son un desastre para la mayoría social. En ese nuevo espacio de confrontación, quizá agónico, se abre la posibilidad de una nueva identidad política para el futuro próximo de Francia, o sea, de toda Europa.

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