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Imperialismo yanqui y propaganda amable de los drones

Agustín Franco Martínez
Profesor universitario

"La política [estadounidense] de ejecuciones extrajudiciales –a menudo, indiscriminadas y en masa [utilizando drones]– es incompatible con el Estado de Derecho. Las ejecuciones extrajudiciales forman parte del arsenal terrorista". (Jean Ziegler, vicepresidente del Comité Asesor del Consejo de DD.HH. de la ONU).

¿A quién no le ha llamado la atención la avalancha de propaganda y pseudonoticias protagonizadas por el dron, el último arma de guerra de EEUU en su estrategia imperialista?

¿A nadie le ha sorprendido que los telediarios se hayan llenado de supuestas noticias graciosas, divertidas, frescas en las que el evento o famoso de turno es sólo el gancho o el paisaje para vendernos la imagen estupenda del dron?

En la nueva cultura del bulo y las fake news parece que casi nadie repara en la distracción de tales artimañas propagandísticas, desviando la atención hacia falsedades burdas y dispersas aquí y allá, sin ninguna otra intención que entretener al vulgo y sembrar la discordia entre los de abajo para mantener la hegemonía de la ideología neoliberal. Cuando lo realmente engañoso es la estrategia orquestada y sistemática de engaño y manipulación de la opinión pública, revestida de supuesta verdad e información sin conclusiones (porque "suyas son las conclusiones").

Esto es lo que está ocurriendo ahora con la nueva propaganda sobre el dron. Cuya finalidad es transmitir masivamente un mensaje de asociación positiva ligada a un arma de guerra: el dron. De ahí la proliferación como setas de noticias sobre el dron, donde la aparente verdad o verdad superficial es sólo un maquillaje de la verdadera carga de profundidad: tejer una red de mentiras en las que atrapar la razón y filtrar la verdad real, generando debates artificiales sobre la ética de la tecnología y la robótica.

Todos conocerán alguna noticia graciosa y divertida en la que un dron es el protagonista, ya sea en un concierto de Enrique Iglesias o en una competición deportiva de jóvenes pilotos de drones (en la que el protagonismo, obviamente, no lo tienen los pilotos, sino los omnipresentes aparatos voladores).

Sin embargo, pocos sabrán de su reciente uso militar y criminal, su uso con fines letales. Poca gente asociará mentalmente el dron con las matanzas extrajudiciales orquestadas por Estados Unidos por todo el mundo, documentadas por la ONU y por Amnistía Internacional no hace más de cuatro o cinco años, justo cuando empezaron a llenarse nuestras pantallas de noticias amables y simpáticas sobre el dron.

La industria del armamento ha aprendido mucho desde que la invención de la primera metralleta ‘de bolsillo’ se quedara en los almacenes por haberse acabado antes de tiempo (¡oh, mala fortuna!) la I Guerra Mundial, no encontrando otra salida que la venta a la inesperada demanda de las mafias para sus guerras por el control del narcotráfico en las calles de EEUU. Y así, antes que el uso militar del dron sea prohibido o restringido y el negocio se vaya a pique, ya se está orquestando la reconversión civil de este aparato en el que las inversiones y expectativas de ganancias a gran escala ya habrán sido trazadas y comprometidas para varias generaciones, por lo que será necesario vender drones sí o sí, a quien sea, como churros, como cocacola.

A lo sumo se camuflará la realidad y se disolverá el protagonismo del dron como arma de guerra de la estrategia imperialista de EEUU dentro de un debate artificial sobre las tecnologías y la robótica aplicadas a la industria del armamento (como hizo el pasado 30/08/2018 la televisión pública) [1].

Con todo, lo peor de la noticia de la televisión pública no es la manipulación y tergiversación de la realidad mortífera e inhumana del dron y la ocultación de las causas económicas que hay detrás de este negocio, sino la banalización y caricaturización de las instituciones y agentes de la diplomacia multilateral mediante la inclusión de fragmentos de un relator especial de la ONU en un circo futurista y divertido sobre la necesidad de humanizar y moralizar el nuevo armamento autónomo, colando para ello sin sonrojo y con descaro hasta una escena de Terminator, sin mencionar siquiera, por supuesto, con seriedad y rigor, los informes previos de la ONU sobre las ejecuciones extrajudiciales a distancia realizadas con drones.

En particular, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU contabiliza los casos de ejecuciones extrajudiciales y sumarias de EEUU mediante el uso del dron en un documento de 2014, calculando centenares de muertos cada año. Mientras que el informe de Amnistía Internacional de 2013 denuncia la ineficacia e inexactitud de los drones en la fijación de su rumbo y objetivo criminal en las masacres provocadas al noroeste de Pakistán [2].

Otros estudios clásicos de este siglo XXI, extrañamente poco conocidos, que analizan la censura y la dieta cultural hegemónica que nos administran desde la industria mediática y cultural son, por ejemplo, la tesis doctoral de Jon Illescas (La dictadura del videoclip) sobre la censura en la industria musical y la promoción de los valores belicistas o en términos más generales el Libro Negro de las Marcas de Klaus Werner y Hans Weiss.

En definitiva, en el mundo al revés, el genocidio capitalista de los pobres es banalizado y caricaturizado mediante un tsunami incesante de mentiras, mientras que cuando algunos se escapan del horror el rictus y los discursos se vuelven sesudos y quirúrgicos para medir con exactitud cuántos y cómo deben entrar en el paraíso capitalista prometido, sólo apto para quienes defienden los valores de la democracia... de los ricos y la libertad... de mercado. ¿Y la igualdad?, ¡ah, bueno, eso ya tal!

Dron, dron, dron, dron... ¡Despierta, hijo!, ¿qué quieres este año de regalo de reyes?

Notas

[1] Presupuestando para el año próximo un gasto aproximado equivalente al 1,4% del PIB español. No hay dinero para destinar el 0,7% para cooperación al desarrollo, pero sí para dedicar el doble a armas de destrucción masiva. Y para pensiones ya tal...

[2] Jean Ziegler, 2018, Hay que cambiar el mundo, pp. 162-163.

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