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Cambio demográfico y colapso ecológico...¡cuánta hipocresía y miopía!

Fernando Luengo
Economista y miembro del círculo de Chamberí de Podemos

Cuando se habla de transición demográfica saltan todas las alarmas por las consecuencias del envejecimiento de la población. Los economistas conservadores y el establishment político y mediático aprovechan para poner sobre la mesa la (supuesta) insostenibilidad de las pensiones públicas, defendiendo su congelación y privatización. Una ruptura en toda regla del pacto social, un cambio radical de las reglas del juego en beneficio de los de siempre, los poderosos.

Estos mismos economistas y grupos de presión no pestañean, sin embargo, ante las consecuencias devastadoras del cambio climático y del despilfarro y saqueo de recursos básicos necesarios para la vida y para el sostén de la misma economía.

El radicalismo con que enfrentan el cambio demográfico, se convierte en condescendencia, inacción e inercia cuando se aborda la enorme crisis civilizatoria a la que estamos asistiendo. Infravaloran esa realidad -incuestionable para el grueso de la comunidad científica- y/o depositan, ingenua e interesadamente, toda su confianza en la capacidad de encontrar soluciones en la innovación tecnológica. Además de la ceguera y esterilidad del pensamiento dominante, no hay que perder de vista los inmensos intereses de las elites en mantener el estatus quo, porque contaminar y degradar la naturaleza está en el origen de formidables negocios y fortunas.

En el tiempo de la escasez, en el que ya nos encontramos, cuando se han superado todas las líneas rojas, en un escenario donde la pugna por capturar los recursos disponibles, crecientemente escasos -petróleo, agua, minerales...- es y será en el futuro cada vez más intensa, los privilegiados piensan que podrán utilizar su posición dominante para apropiárselos. Esto es lo que ya está sucediendo y este es el origen de un buen número de conflictos militares, desplazamientos de población, hambrunas, injerencias e invasiones de todo tipo.

Por todo ello, las fuerzas del cambio tienen que tomar la iniciativa -sin reservas, sin complejos- a la hora de poner sobre la mesa el debate sobre la austeridad -nada que ver con los ajustes presupuestarios que penalizan a los más vulnerables, a años luz de la represión salarial con la que hacen caja las empresas-; debate inevitablemente unido a las políticas redistributivas y de reparto de renta, riqueza, tiempos y recursos, y a la defensa de un modelo económico que se reencuentre con la naturaleza, con las mayorías sociales y, en definitiva, con la vida.

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