El 4º Poder en Red

Sin derechos (digitales)

Víctor Sampedro
Director del Máster CCCD (www.cccd.es)

"Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión" – Artículo 19, Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948).

Si con la imprenta la Humanidad aprendió a leer, Internet nos enseñó a publicar, afirma Benjamin Bayart. Con matices, podemos sostener que la Red democratizó y materializó en sus máximos posibles la libertad de expresión; a su vez, garante de los demás derechos humanos. Esos DDHH tienen carácter universal y alcance internacional: igualito que Internet; sostiene la ONU al incluirlo como uno de ellos. Las cibermultitudes que, como el 15M, recorren el mundo desde 2011 son el cuerpo social de un Cuarto Poder en Red que emerge con fuerza y ahora se ve amenazado de muerte. No existe gobierno, parlamento o tribunal que no haya sido interpelado por flujos de contrapoder alimentados en Internet en los últimos años. Justo cuando pueden cobrar más fuerza, la Red ha pasado a ser una plataforma de control masivo y potencial represión.

privacidad-detalleTenían que ser políticos españoles quienes abanderasen la involución de libertades digitales, provocando el escándalo del Consejo de Europa con la Ley de Seguridad Ciudadana. El 15M es un movimiento en red y un espacio social de contestación con una legitimidad y apoyos populares anormales. Sí, estamos fuera de la normalidad. Siete de cada diez votantes no solo apoyan las demandas quincemayistas, sino también sus estrategias más radicalizadas, como rodear el Congreso y los escraches. Si volvemos a ocupar las plazas y las calles, los hospitales y los colegios en las próximas campañas electorales será porque habremos tumbado la nueva Ley de Seguridad Ciudadana. La mordaza a la imprenta se aplica ahora a las denuncias y movilizaciones digitales. El índice de autores prohibidos de la Inquisición será reemplazado por el de cibernautas disidentes.

Ojo, que la importancia de todo esto no se percibe bien con el fetichismo digital. Los parafílicos absolutizan las herramientas —un tacón de agujas o unas medias, una computadora o una tableta— convirtiéndolas en causa y motor de todo. Reconozcamos algo que se aplicaría a cualquier medio de comunicación en tiempos revueltos. La Red no fue condición suficiente, pero sí necesaria para llenar las plazas y recuperarlas como ágoras. Y en nuestro caso no resultó necesaria, sino imprescindible. Para reconocerlo ni siquiera tenemos que idealizar sus virtudes. Apenas reconocer la degradación y pobreza de la esfera pública controlada por los medios y partidos convencionales. ¿Cuántos apagones informativos hemos vivido en los últimos años?, ¿cuántas noticias y convocatorias ha recibido usted que, de no ser por Internet, jamás habría conocido?, ¿algunas eran falsas? Que sí, pero ¿y las del quiosco o la tele?

La reflexión que proponemos cobra alcance considerando las implicaciones sociales de la tecnología digital. El desarrollo político, económico y cultural de la humanidad depende del control existente (y del que está por venir), que señala que ya no vivimos en el Internet del siglo XX. Aquel territorio ofrecía (a quienes saltasen la nada desdeñable brecha digital) una autonomía y una horizontalidad insospechadas. Ahora afrontamos controles alegales e ilegítimos: al margen de la ley. Y, aunque se publiquen como leyes, vulneran el marco internacional de los derechos humanos y los principios constitucionales de las democracias.

El poder político y económico rendirá cuentas (algo imprescindible en democracia), si existen internautas capaces de vigilar a los gobiernos y las corporaciones. Denunciarán sus abusos y corruptelas si cuentan con privacidad y anonimato en sus comunicaciones. La privacidad aseguraba la autonomía de unos sujetos que se pensaban soberanos de su información y opiniones privadas. Nadie podría recabarlas sin su consentimiento. ¿Recuerdan? Antes sosteníamos que nuestro hogar y correspondencia debían ser inviolables. Y la tortura, intolerable en Cuba... quiero decir, Guantánamo. Por otra parte, el anonimato aseguraba cierta igualdad. Minimizaba los riesgos de represión y equiparaba a los interlocutores. El régimen de visibilidad que padecemos invierte la formula de la esfera pública democrática: "Transparencia para el poderoso, privacidad para el débil". Mire por donde, este es el lema de WikiLeaks. El mismo que el poder invierte ahora, como la relación de fuerzas en las que se asienta: "Yo opaco, tú transparente".

Gracias a Snowden, sabemos que hemos perdido esos derechos, imprescindibles para "no ser molestados a causa de [nuestras] opiniones". El retroceso civilizatorio no acaba ahí. La Declaración Universal de los DDHH de 1948 vetaba cualquier "limitación de fronteras" a las libertades de "opinión y expresión". Hoy casi todos los estados aplican filtros que esconden o censuran ciertas informaciones. En China no es posible buscar términos como "Tiananmen" y más de 4.000 censores eliminan contenidos en tiempo real. Otros países legislan para desconectar a los internautas y bloquear webs sin previa intervención judicial (como hace la Ley Sinde-Wert). Según el Informe de la ONU de abril de 2013, apenas quedan estados que no apliquen sistemas de vigilancia masiva. La propuesta de algún empresario español de forjar una fuerza laboral con formato chino no era una ocurrencia ni una provocación.

Nos hemos auto-disciplinado a usar tecnologías fuera de nuestro control. Nadie nos obliga a ello. Sentimos la fuerte presión —interna y social— de actualizar nuestros perfiles en Facebook y de alimentar constantemente las cuentas de Twitter. Trabajando en nuestras "marcas personales", nos convertimos en súbditos monitorizados. Nos controlan las empresas en las que trabajamos o cuyos productos publicitamos. Nos vigilan los partidos que votamos o que, en caso contrario, nos ignoran o censuran. Nos espían las instituciones que acatamos, so pena de ser procesados, multados o encarcelados. Ante esta situación podemos adoptar varias respuestas. Escojan:

1.- Decir que ya lo sabíamos todo. Lo cual es mentira, claro; pero ayuda a hacernos los listos, que en los tiempos que corren, equivale a cínicos. Y deja al resto en el lugar de los ilusos, los soñadores embobados. Si queremos hacer dejación de nuestra soberanía personal y colectiva con una sonrisa en la boca, adelante. Si estamos dispuestos a dejarnos espiar y a desnudarnos ante el estado y los mercados para que atiendan nuestras necesidades y deseos, incluso antes de que lleguemos a formularlos como tales, sabemos como hacerlo. Sigamos pasando de todo, excepto de comprar el último modelo de móvil.  Volquémoslo todo en él. Nos van a pasar muchas cosas que siquiera imaginamos. Y luego alguien dirá que ya lo sabíamos.

2.- Podemos reinventar el ludismo de la revolución industrial. Ahora se trataría de tomar cursillos de sabotaje digital o propugnar la vuelta al primitivismo analógico. El problema es que se nos oirá muy poco, casi nadie sabrá de nuestra existencia. Como actitud personal puede resultar encomiable, pero socialmente seremos irrelevantes.

3.- Si fuésemos ciberescépticos de verdad (y no asustaviejas digitales con cuenta en Twitter), cabe intentar algo más práctico. Igual que no dejamos de comer pepinos cuando nos enteramos de que algunos estaban contaminados y que habían matado a unos cuantos vegetarianos. Estos aprendieron a lavar bien lo que se llevaban a la boca. De igual modo que a todos nos enseñaron a lavarnos las manos antes de comer. Esta estrategia, llevada a Internet, el uso de programas de encriptación y anonimato. Están en código abierto y a nuestra libre disposición, gracias a frikis de la criptografía como Assange. No se le ocurra contratar alguna de las compañías privadas que le ofrecen esos servicios. Antes se los han ofrecido al CNI español y a la NSA norteamericana.

4.- Y si aún creyésemos en la política nos quedarían dos opciones, en nada incompatibles. Intentemos que Internet ayude a forjar aquello que prometía en sus inicios: un sistema de gobernanza global más justo y equilibrado. Si la ONU pasase de ser una institución espiada por EEUU a convertirse en una instancia que fiscalizase al Eje del Bien norteamericano, habríamos avanzado bastante. Si nuestros países —más bien bloques económicos, como la UE— cobrasen autonomía tecnológica y empresarial frente al imperialismo digital de EEUU, algo habríamos avanzado. Y si aplicásemos tecnología de código abierto —en todo momento bajo nuestro control— ya sería(mos) la bomba.

¿Qué sostenemos en este blog del 4º Poder en Red? Pues cada quien lo que puede y prefiere, faltaría más. Porque hay de sobra para escoger. (1) Abandonar la mueca cínica; desconectarse y quedar fuera de cobertura (al menos un día a la semana). Y ver qué pasa, hacer algo con ello, sin máquinas. (2) Emplear software libre, claves de encriptación y canales de anonimato. (3) Presionar para que el Gobierno se tome en serio la soberanía personal de nuestras comunicaciones. Y, por último, (4) buscar el amparo de instituciones de gobernanza mundial que, como las que surgieron tras la derrota del nazifascismo, intenten blindar la democracia frente a sus enemigos.

La amenaza que afrontamos no es menor que entonces. Lo que nos faltan son aquellos ideales, surgidos de una lucha que muchos aún no hemos dado.

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