El 4º Poder en Red

El 15M cumple 50 y los medios se hacen eco

Víctor Sampedro Blanco
Catedrático de Comunicación Política

"Sólo se reconoce lo que espera" (Marta Sanz)

El 15M ha sido, ante todo, un espacio de debate y movilización: una red de redes, digitales y físicas, con extensiones en la calle. La oposición a la ley Sinde (la ley "anti-piratería" del PSOE) permitió aglutinar un frente de oposición irreconocible por quienes no estaban conectados, ni en la red ni en las plazas. Expresó un nuevo consenso muy diferente al de la Transición: más amplio y más transversal. Basado en el conflicto y en el diálogo. Contrario al que se logró imponiendo vetos y silencios. De hecho, el 15M expresa un consenso conflictivo, que denuncia a los responsables de una doble crisis: económica (compartida con el resto de países) e institucional (propia de aquí). Ese espacio público también generó nuevas herramientas de intervención pública, de carácter social y político. Cinco años después, las herramientas comunicativas que surgieron a partir del 15M demuestran que la crisis del sistema institucional ha alcanzado a los medios que lo sustentaban.

Todo esto suena muy abstracto. Pero es obvio que desde mayo de 2011 hablamos y participamos en la vida pública abordando temas antes prohibidos, que eran objeto de (auto)censura. Contamos también con nuevos actores y canales para informarnos y debatir. Si alguien hubiese entrado en coma en 2011 y despertase hoy, no reconocería España. Si fuese un afiliado del PP o del PSOE, de CC.OO. o U.G.T... o un lector monodependiente de El País o ABC, fliparía en colores. Sus líderes, organizaciones y plataformas de expresión han perdido el duopolio.

El blanco y negro –"yo o el caos" y "conmigo o contra mí"– ha evolucionado en arcoiris. Como  las opciones sexuales, las ideológicas –modos de ver el mundo– han ganado colorido. Tanto que, ante el empuje podemita para ganar la hegemonía ideológica –establecer un modo de ver el mundo– los socialdemócratas cambian las monturas de sus gafas por otras más pintonas. Ya sabemos que lo que importan son los cristales. Y que la derecha nunca se quitó del todo las gafas ahumadas. La presbicia del PSOE y la ceguera del PP resultan ahora manifiestas. Las de quienes fueron sus periodistas e intelectuales de cabecera, también. No reconocieron el 15M, porque no (se) lo esperaban. Siguen sin hacerlo.

Los cinco años de 15M parecieran 50; cada uno, una década. Como publiqué en los anteriores aniversarios, el primero celebró la toma de conciencia de un cuerpo social desconocido, cuya existencia había sido y quiso ser negada. Con diez años, ya mostraba "uso de razón". Una mayoría social (entre 7 y 8 de cada 10 votantes) rechazaba ser la mercancía de los políticos y los banqueros. Pero los medios del PP y el PSOE –hegemónicos– presentaron a los "perro-flautas" como adanistas (prepotentes) y anti-políticos (rechazaban el Edén de la democracia irreal que les habían regalado).

Para el segundo cumpleaños, ya con 20 –como es de recibo y necesitado de pagarlos– el 15M luchó por el derecho a techo y a los servicios públicos. La PAH y las Mareas fueron sus herramientas o instrumentos, creando un lobby social, redes de protesta y autoayuda, sin el sindicalismo entregado al ladrillo. En el tercer aniversario, algunos quincemayistas treintañeros perfilaron un actor político capaz de desbaratar el juego electoral. Los cinco eurodiputados de Podemos en 2014 ya habían pasado de la protesta a las propuestas. Y, con otros aliados, recabaron el poder a nivel local para intentar llevarlas a cabo. Como responde a un cuarentón que ha demostrado suficientes méritos y reconocimiento.

Ya en su quinto año de vida el 15M, parlamentarizado en Podemos y federalizado en las coaliciones periféricas, tuvo que admitir, como todo cincuentón, que no podía obviar su ADN ni la herencia familiar. El techo electoral de Podemos era manifiesto, así como la necesidad de coaligarse con "los compas" mayores, que antes había menospreciado, y las familias afines de las que renegaba. Esto ocurre, ahora, en un contexto en el que la quiebra del mapa electoral se solapa con la del sistema comunicativo que lo mantenía.

Si los medios hubieran empleado contra el PP el mismo arsenal que contra Podemos, sin duda  habríamos tenido elecciones anticipadas. Un golpe semejante habría sufrido la Cultura de la Transición, que Guillén Martínez denunció a pleno pulmón quincemayista. Tuvo que venir Gregorio Morán  –con más años y lecturas– a hacerle la autopsia en El cura y los mandarines. Es lo que ahora, sin compartir el término ni sus presupuestos, I. Sánchez-Cuenca denuncia como La desfachatez intelectual.

Recordemos que apenas un par de intelectuales reconocidos, Manuel Castells (en la Plaza de Cataluña) y Carlos Taibo (en Sol), tomaron la palabra en las plazas con el consentimiento de las asambleas. El primero hace tiempo que actúa en una esfera pública global y el segundo ha renunciado a participar en los medios nacionales. Castells, también casi en solitario, había sido el primero en reivindicar las manifestaciones del "Pásalo" en 2004. Fue entonces cuando se fraguó la emergencia de una esfera de debate autónoma, antagonista y, a la vez dialogante, con la oficial. Ahora esta última hace aguas.

Nadie mejor para evidenciarlo que su custodio, la Asociación de la Prensa de Madrid, el último vestigio de los sindicatos verticales del franquismo. Quienes dicen representar a los trabajadores y a los dueños de la comunicación, dispararon contra la web del Ayuntamiento de Madrid, negándole la posibilidad de desmentir infundios sobre su actuación. El contraste de las falsedades mediáticas con los documentos y las publicaciones oficiales de una administración pública fue tachado de ataque a la libertad de expresión. Lo afirmaba una asociación que ha permanecido muda ante los excesos de los medios "de referencia".

La APM nunca dijo nada cuando el exdirector de ABC declaró haber "amenazado la estabilidad del Estado", en la coalición de medios que tumbó a Felipe González. No se le conoce opinión sobre la "teoría de la conspiración del 11M" o el cese de los directores del El País, La Vanguardia y El Mundo antes de las elecciones de 2015... Y tampoco cuando se descubrieron los negocios de Cebrián (presidente de PRISA) en el paraíso fiscal panameño. Porque nada hay más deontológico que contravenir las normas de tu empresa, denunciar judicialmente y despedir a los compañeros de profesión que te critican.

La línea de defensa de Cebrián, en la entrevista masaje de Pepa Bueno, atribuyéndolo todo a una conspiración como la sufrida desde la extrema derecha en sus primeros tiempos de El País, queda para la antología de la infamia periodística. Reproduce, punto por punto, la actitud de un político corrupto: no afronta los hechos, no responde ante su propia organización, criminaliza al opositor, judicializa la crítica y despide al colaborador disidente.

Pero las purgas internas del Búnker ya no sirven ante a un periodismo que se ha ido construyendo al margen de los oligopolios mediáticos del bipartidismo. Máxime cuando están en bancarrota y  existen modelos de negocio invulnerables a la censura nacional. En este contexto, resulta lucrativo criticar al periodismo inmundo de las campañas de difamación, ahora encarnadas en Inda y antes por su maestro Pedro J. Porque ese autocontrol profesional se venía pidiendo a gritos y es un clamor de las redes sociales. Ya sale a cuenta (en términos de prestigio y resultados económicos) colaborar entre varios medios, aumentar los márgenes de autonomía de cada uno de ellos y hablar de lo que realmente importa. Por ejemplo, los paraísos fiscales que comparten los banqueros, políticos y "periodistas" del régimen del 78.

La simbiosis colaborativa con los públicos más activos toma forma de buzones de filtraciones contra la corrupción. Entre (verdaderos) compañeros de profesión, se fraguan alianzas internacionales de medios que explotan de forma conjunta informaciones que antes se querían "exclusivas". La colaboración que Podemos realizó con algunas televisiones, viralizando sus apariciones y aumentando las audiencias, seguirá dando réditos a ambas partes. Muestra la potencia de unos contenidos forjados en alianza con actores que actúan como sujetos comunicativos de pleno derecho, con mensajes y canales propios. Ojalá que las lógicas partidarias y corporativas, de la nueva política y el nuevo periodismo, no invisibilicen al movimiento.

 

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