El 4º Poder en Red

Guerracivilismo en Catalunya; o ganar en las urnas lo que se perdió en la guerra

Javier de Rivera
Profesor coordinador del Máster CCCD, miembro del grupo de investigación Cibersomosaguas y editor en Teknokultura

"Los independentistas quieren ganar en la urnas lo que perdieron en la guerra civil". Con esta frase cerraban una noticia sobre el referéndum catalán en una cadena privada de ámbito nacional. Es una de esas frases de cierre que se te quedan resonando en la cabeza durante los segundos de silencio que pasan hasta que entra la siguiente noticia. Posiblemente, el redactor de turno pensaría que era un cierre elocuente e ingenioso, pero yo creo que su significado es profundamente turbador, y lo que es peor, que resume bastante bien un tipo de opinión sobre esta cuestión.

La frase es una paráfrasis, o cita modificada, del famoso "quieren ganar en las calles lo que perdieron en la urnas" con el que los políticos de derechas critican las movilizaciones de izquierdas. En este caso, el argumento es que los descontentos intentan imponerse a través de la protesta sobre la "mayoría silenciosa" que pacífica y democráticamente expresó su voluntad en la urnas. Se critica así la falta de legitimidad de la protesta social en una democracia donde la gente puede votar.

Este argumento no tiene en cuenta que se puede obtener mayoría absoluta con tan solo un tercio del electorado y que casi el 30% de la población no vota por lo que resulta un poco engañoso. Aunque hay que reconocer que algo de razón tiene: es más fácil protestar por una mala solución a un problema que hacerse cargo de solucionarlo, y si la izquierda y la clase obrera quiere mejorar su situación podría empezar por mejorar el funcionamiento de sus partidos y ganar las elecciones.

Sin embargo, el problema viene de lejos: las posiciones de izquierda tienen más problemas para representarse políticamente que las de derechas. Históricamente, las izquierdas se fragmentan y se pierden en debates internos, mientras que las derechas se concentran con mayor facilidad. La explicación tiene que ver con la lógica detrás de cada tendencia: los valores conservadores se refuerzan en el liderazgo fuerte, el respeto a la autoridad y la conformidad con las reglas impuestas; mientras que los progresistas tienden a cuestionar la autoridad, desconfían del liderazgo carismático, rechazan lo impuesto y no se pueden contener en discutir quien es más de izquierdas. Por eso existe un problema de agregación del voto en la izquierda, ante el que tampoco faltan propuestas para aceptar liderazgos fuertes y posiciones conformistas, e incluso autoritarias, con lo que se erosiona su identidad crítica, derivando hacia el centro; pero ese es un problema diferente al que nos ocupa.

La frase inquietante del cierre de la noticia nos recuerda a esta crítica a la movilización social porque mantiene el mismo tono, pero invierte los términos. La estructura de la frase indica que alguien quiere lograr de forma ilegítima lo que perdió de forma legítima. En el original lo legítimo es el voto y lo ilegítimo la protesta. En ésta, lo ilegítimo son las urnas y lo legítimo resultado de la guerra civil.

En definitiva, esta frase—aunque quizás fuera pensada como una inocente ocurrencia—sostiene la idea de que la violencia puede imponer un estado de las cosas que debe ser respetado. Contra ella, deberíamos sostener que todo lo que se logra por la imposición de la violencia es ilegítimo y que sus resultados deben ser reparados. Más bien, lo que buscan los catalanes que quieren votar (independentistas o no) es reparar con las urnas el daño que se les hizo en la guerra civil y la dictadura. La convocatoria de un referéndum es el único modo de recuperar la dignidad que se les quitó desde la violencia, ya fuera la ejercida por los generales de Franco o por los dictadores antes conocidos como reyes, como Fernando VII.

En otras palabras, la única forma de legitimar tanto la permanencia de Cataluña en España como su independencia pasa por la convocatoria de un referéndum. Si ya se hubiera convocado, lo más probable es que hubiera ganado el NO y los independentistas tendrían que aceptar estar en España contra su voluntad. Pero la derecha tiene sus propios motivos para oponerse: la unidad de España les resulta tan sagrada como el derecho divino de la monarquía. Esta es, a todas luces, una postura retrógrada, autoritaria y antidemocrática. En democracia solo es legítimo lo que se logra por medio del voto. Es un sistema imperfecto que puede llegar a legitimar abusos y grandes errores, pero es lo mejor a lo que hemos podido llegar. La democracia es una forma de exorcizar la violencia, de expulsarla—aunque sea de forma precaria—de los medios legítimos para lograr nuestros objetivos. Votamos para evitar pegarnos a ver quién tiene razón.

"La revolución es la paz, la reacción es la guerra", es el tema de un libro de Pi i Margall, un político de la I República que abogaba por la República Federal. Este modelo podría habernos permitido construir un país más progresista e inclusivo, pero nadie se atrevió a seguir por esa línea. Pi i Margall era un idealista, en todo el sentido de la palabra, era un hegeliano de izquierdas que creía en el progreso social conforme a los ideales de justicia, igualdad y libertad. La revolución es la paz porque expresa el deseo de los pueblos a realizar estos ideales, a materializarlos para mejorar su situación vital. La reacción es la guerra, porque es la respuesta violenta de quienes tienen el poder ante la posibilidad de perderlo. Quien se beneficia de una situación injusta solo puede defenderla desde la violencia y la manipulación ideológica, que es otra forma de violencia.

Todo nacionalismo—empezando por el español—tiene componentes conservadores y reaccionarios, y el independentismo catalán no está libre de ellos. Sin embargo, eso no es excusa para cuestionar el derecho de un pueblo a votar sobre su destino y decidir democráticamente sobre su condición nacional. Los territorios pertenecen a quienes los habitan, no a quienes sienten que son suyos aunque nunca hayan vivido en ellos, ya sea por la fuerza de la tradición o por la gracia de Dios. Por eso, cuando existe una reclamación multitudinaria para realizar un referéndum de autodeterminación, éste debe realizarse, porque nada es más legítimo que el derecho de un pueblo a decidir su destino.

 

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