El sótano del indio

¿A ti qué juez te ha tocado?

Hace ya un año que fui a declarar ante la Audiencia Nacional por un delito de humillación a las víctimas del terrorismo. Fui absuelto dos horas después (el tiempo que tardó el juez en redactar el auto). Tampoco importa mucho, ya soy ETA para unos cuantos, lo tengo asumido. Nunca he explicado en público detalles de lo ocurrido dentro de la sala, supongo que, inconscientemente, como muestra de respeto a un magistrado que impone tanto a un chaval de entonces 22 años recién cumplidos. Hoy sí, creo que ha pasado el tiempo suficiente como para describir una situación ya difícil de encontrar en ese obsoleto y politizado tribunal: imperó la cordura.

Para evaluar el delito por el que se me acusaba, el juez debe tener en cuenta la intencionalidad, es decir, las ganas que tuviera uno de ofender y/o humillar a las víctimas del terrorismo. Desde el momento de la imputación dejé claro que no era mi intención (de hecho, las víctimas ni siquiera eran mencionadas en el sketch), y así se lo expliqué a Gómez Bermúdez con toda la naturalidad del mundo. Al terminar la declaración, se vivió un momento que nunca se me va a borrar de la memoria. Me levanté al pensar que todo había terminado, y el juez me pidió que volviera a sentarme. Suspiré, y me puse por primera vez nervioso. Ese señor de mirada seria y penetrante no quería dirigirse a mí, si no a la abogada de la acusación, que se querelló contra mí también por enaltecimiento del terrorismo para poder estar presente en mi declaración. Las palabras del juez fueron:

"A mí me gusta dar la cara, y quiero decirle, a la cara, que hoy mismo voy a archivar esta causa"

Me denunciaron por humillar a las víctimas. Objetivamente no las humillé. No quise hacerlo. Así lo interpretó el juez, y me fui a mi casa. Así funciona la justicia, al menos con este delito. Enaltecimiento tampoco había, por supuesto. Lo que sí pudo haber, a juicio de Bermúdez, fue mal gusto, o una indumentaria desafortunada a la vista de una víctima del terrorismo. Y eso no me cuesta reconocerlo, imagino que para una víctima del terrorismo no debe ser muy agradable ver a un tipo encapuchado haciendo humor, pero eso nunca debe ser judicializado, porque dejar que una persona evalúe si tu mal o buen gusto te debe llevar a la cárcel, es como poco, arriesgado.

Desgraciadamente, percibo en los últimos casos relacionados con la libertad de expresión, que este principio de cordura que en su día tuvo Bermúdez conmigo, no existe. Entre otras cosas, porque, tristemente "depende del juez que te toque". Es lo primero que te pregunta un periodista experto en Tribunales: "¿Qué juez te ha tocado?" No sé si Bermúdez es más o menos progresista, no me interesa, ni me hará tener más o menos simpatía por él, lo que sí sé es que hizo su trabajo al margen de juicios morales, lo cual no me hace avalar, ni mucho menos, su carrera judicial forjada en un tribunal arcaico.

Me es imposible no empatizar con los titiriteros, y creo que declarando han debido poner la misma cara de estupefacción que puse yo en su día. El juez Moreno, cuya trayectoria explica en este periódico Jairo Vargas, ha llegado a decir en su auto que toda su obra es una excusa para difundir alabanzas a ETA. Bastante saben de esta clase de disparates en el País Vasco, donde llevan viviendo y padeciendo aberrantes procesos judiciales insostenibles desde hace años bajo un silencio cómplice de los medios de comunicación (en los que trabajo) y de la izquierda española (en la que milito).

¿Cómo es posible que la lotería del juez de guardia pueda llevar un mismo caso con rumbos tan distintos? ¿Cómo puede ser que lo que uno diga en un escenario, en un vídeo o en una canción pueda llevarnos a la situación de vernos etiquetados y de por vida relacionados con el terrorismo? ¿Cómo puede ser que las asociaciones de víctimas que no pierden ni un segundo en actuar como lobbys no pongan el grito en el cielo al verse constantemente utilizadas como arma política? Seguro que me estoy perdiendo algo.

En mi caso, me ayudó mucho sentir que contaba el apoyo de Pilar Manjón, víctima del terrorismo que vive a diario los insultos y las humillaciones de la caverna mediática sin que parezca generar ningún tipo de alarma. Cualquiera que le pregunte a esta mujer valiente entenderá que existe un doble rasero evidente cuando se habla de víctimas del terrorismo, o de "las víctimas" como marca registrada por la derecha.

Quizá vaya siendo hora de plantearse la desaparición de un tribunal que se está dedicando a justificar su existencia juzgando delitos de opinión. Quizá estas palabras lleguen tarde para muchos. Quizá haya que debatir, reflexionar, y dejar el "Todo es ETA" para los locos que necesitan, hoy en día, una cortina de humo bien denso.

 

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