El dedo en la llaga

Democracia ateniense

Siempre se pone como ejemplo precursor de las modernas democracias la que rigió en la Grecia clásica polarizada por Atenas: aseguraba al pueblo el derecho a discutir y decidir directamente sobre los asuntos de su interés, excluidos los pocos que ponía en manos de determinados servidores públicos elegidos al efecto.

Aquella democracia ateniense engendró dos valiosos ideales que tuvieron problemático encaje ya entonces y de los que hoy en día no quedan sino tristes parodias. Uno fue el principio de democracia directa: la ciudadanía debía examinar sus problemas en asambleas y proporcionarles solución sobre la marcha, reduciendo al mínimo la delegación en terceros de capacidades decisorias. El segundo, complementario del anterior, era la anarquía, entendida en su sentido primigenio: la reducción de la autoridad del Estado al mínimo, para evitar sus abusos. De aquel bello ideal alabado por Platón hemos pasado hoy a la consideración de la anarquía como sinónimo de caos.

Sin embargo, hay otros elementos de la democracia ateniense que, bajo formas específicas, han resistido muy bien el paso de los siglos. Su idea de "pueblo", por ejemplo. La consideración ateniense de la ciudadanía no abarcaba al conjunto de los habitantes de la polis. Excluía a los esclavos, a los extranjeros residentes (conocidos como metoikos) y a los asimilados a ellos. Hasta tal punto esas ideas-base han pervivido que se conservan hasta en las lenguas: en castellano, meteco es sinónimo de extranjero, y el francés añade al término métèque una connotación abiertamente peyorativa.

Como puede verse, el principio fundamental es lo que mejor se mantiene. Nuestro equivalente actual al esclavo (el inmigrante indocumentado) y el moderno metoikos (el inmigrante con residencia legal) tampoco tienen derecho a la participación política, ni activa ni pasiva.

Según vamos a comprobar una vez más dentro de cuatro días, tienen derecho a trabajar más y a cobrar menos, gozan del singular privilegio de pagar impuestos como cualquier español en plenitud de sus derechos, pero ni pueden votar ni pueden ser candidatos.

Como en la vieja y ejemplar democracia ateniense.

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