El dedo en la llaga

Mataderos de toda suerte

He leído las nueve razones esgrimidas por el etólogo Fernando Álvarez para reclamar la supresión de la lidia de toros. Estoy de acuerdo con ellas en líneas generales, pero creo que podrían añadirse varias más. Aportaré dos, por lo que puedan valer.
Décima razón: el espectáculo taurino implica una constante exhibición y exaltación de actitudes y poses machistas. Los lances y desplantes de los toreros responden a una estética chulesca que no ignoro que hay quien admira y toma por donosura, pero que se vincula de manera chirriante con una concepción de la virilidad que a otros (y otras) nos resulta rancia y prepotente. (No faltará quien tome este argumento como demasiado tiquismiquis, pero, lo siento: a algunos nos irrita ver cómo los de luces desafían al toro haciendo compulsiva ostentación de su entrepierna.)
Undécima razón: la llamada "fiesta nacional" se basa en la insensibilidad del público hacia determinados aspectos crueles que él se toma como arte.

Los partidarios de la tauromaquia afirman que ellos no disfrutan con el acoso, burla y muerte de los animales. Y yo estoy convencido de que dicen la verdad, pero eso no me tranquiliza lo más mínimo. Al contrario. Ser capaz de ver lo que sucede en el ruedo y quedarse sólo con el garbo del capotazo, la precisión de la puya, la buena colocación de los rehiletes, el tino de la estocada, etc., etc., haciendo abstracción de los aspectos sanguinolentos del espectáculo y de los mugidos de dolor del bicho, implica un muy preocupante adormecimiento de la sensibilidad que prefiero suponer que no abarca al resto de la existencia civil de los aficionados.
"¡Los bichos no lo pasan mucho mejor en el matadero!", replican los amigos de la tauromaquia, burlándose de quienes criticamos sus corridas. No sé cómo se las arreglan para medir cuánto sufren las reses en los mataderos. Lo que sí sé es que una cosa es matar para comer y sobrevivir, típico comportamiento de casi todos los animales, y otra matar por diversión. Y no digamos pagar por ver sufrir y morir.
Ésa es una exclusiva de los animales que tienen el morro de autodefinirse como racionales.

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