El dedo en la llaga

Las historias de Uribe

Empiezo a preguntarme sobre la capacidad de almacenamiento que tenían los discos duros de los ordenadores portátiles del guerrillero colombiano apodado Raúl Reyes. ¡Guardaba todos sus correos electrónicos, incluso los de hace cinco años! Se ve que el hombre, pese a su larga trayectoria clandestina, era un imprudente de tomo y lomo: se paseaba por las montañas propias y foráneas llevando encima las pruebas informáticas de la totalidad de sus maldades, incluyendo sus proyectos de colaboración con organizaciones armadas ultracontinentales y las cuentas de sus financiaciones ilegales activas y pasivas, sin importarle que, dado lo problemático de su deambular selvático, cualquier día cayera todo ello en manos del enemigo.

Ahora el Gobierno colombiano nos informa –nos cuenta, más bien– que, según lo que dice que ha encontrado en esos ordenadores, las FARC pretendieron establecer hace cinco años una alianza con ETA para realizar atentados en España. Se ve que los de por aquí les dieron largas, tal vez porque estaban demasiado ocupados organizando el 11-M mano a mano con Bin Laden, como denunciaron con mucha perspicacia en su momento los de Aznar. Un caso de overbooking terrorista, como quien dice.

¿Verosímil? En absoluto. No me creo ni una palabra.

Cualquiera que esté en posesión de unos mínimos conocimientos jurídicos sabe que las noticias sobre lo hallado en los ordenadores portátiles de Raúl Reyes carecen de credibilidad, porque esos aparatos fueron confiscados en condiciones ilegales y han estado fuera de control judicial durante mucho tiempo, diga lo que diga el secretario general de la Interpol, que ha sido hasta hace poco funcionario del Gobierno de los EEUU y que, por cierto, no dijo que no hubieran sido manipulados, sino que sus servicios no habían encontrado pruebas de que hubieran sido manipulados, que no es lo mismo.

De lo que sí hay abundantes pruebas, en cambio, es de que los servicios policiales de Uribe constituyen un enjambre de corruptos, a los que es mejor no creer ni cuando te dan la hora.

Pese a lo cual, los medios occidentales repiten sus patrañas como si fueran verdades reveladas.

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