El dedo en la llaga

‘Citius, altius, fortius’

Más rápido, más alto, más fuerte". El lema que invocó el barón de Coubertin cuando puso en marcha los Juegos Olímpicos de la Edad Moderna se ha convertido en el santo y seña del conjunto de los deportes que funcionan ya, para estas alturas, como puros espectáculos de masas destinados a realizar negocios supermillonarios. A todo récord, a toda hazaña, a toda habilidad hay que darle cada tanto una vuelta de tuerca más, para que el show no decaiga y los consumidores sigan haciendo apuestas, pagando entradas, sosteniendo el aparatoso tinglado del periodismo especializado y plantándose delante del televisor para ver retransmisiones –a veces también de pago– que les inyectan publicidad en dosis descomunales.

En cuanto a los protagonistas del espectáculo, los deportistas de elite, la cosa está bien clara: triunfan y hacen dinero, en ocasiones muchísimo, aquellos que, además de tener dotes naturales extraordinarias, se sacrifican disciplinadamente para cumplir con las exigencias del negocio. Así que lo hacen, atienden a los listos que pululan por su entorno, se toman sus pociones mágicas confiando en que sean como la de Astérix y no formulan preguntas impertinentes.

Tras de lo cual aparecen las presuntas almas cándidas que se saben todo lo anterior cien veces mejor que yo pero que les exigen que sus éxitos los logren sin recurrir jamás a ningún estímulo artificial, porque todo ha de ser sano, natural, limpio y caballeroso. Las mismas autoridades deportivas internacionales que aplauden que se vigile con lupa la micción de los ciclistas admiten sin poner la más mínima objeción, por ejemplo, la práctica del boxeo, pese a saber cuán alta es la proporción de boxeadores profesionales que acaban sonados.

¿Y por qué a los deportistas sí, pero no a los integrantes de otras profesiones tan obligados o más a dar ejemplo?

Estaría bien que alguna vez se efectuara por sorpresa un análisis de orina a los miembros del Comité Olímpico Internacional. Ya vimos lo que ocurrió cuando se lo hicieron a un amplio grupo de diputados italianos: la proporción de usuarios de cocaína resultó pasmosa. Pero nadie les expulsó de la carrera.

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