El dedo en la llaga

Bombas de plástico

No conozco de primera mano la situación social del barrio de Roquetas en el que se ha producido la grave revuelta de obreros inmigrantes que estalló el sábado, pero he visitado poblaciones similares de Almería y otras aledañas y he visto las condiciones en las que trabajan y viven los africanos empleados en tareas de agricultura intensiva.
Calificarlas de penosas no pasa de ser un amable eufemismo. Sólo la fortaleza física y la determinación férrea de esas personas –o su desesperación– permiten comprender que sean capaces de trabajar día tras día en
un medio tan decididamente cruel. Salvo cuando ni siquiera haytrabajo.

Lo extraño es que las explosiones de violencia colectiva sean tan escasas. En hervideros así (y lo de
hervidero va también por el asfixiante calor que soportan bajo el plástico de las plantaciones), lo propio

sería que armaran la marimorena cada dos por tres.

Cuentan los medios de información que esta vez el cisco se ha montado por una pelea con gente gitana, en la que un senegalés acabó muerto. Será así (o no), pero en mi recorrido por aquellas tierras, hace unos pocos años, lo que más me impresionó no fueron las tensiones entre gitanos, magrebíes y subsaharianos, sino el contraste entre la situación de los
inmigrantes y el ostentoso nivel de vida de una población autóctona llamativamente venida a más. Había por allí una densidad de coches de lujo que para sí quisiera Beverly Hills. Y me topé también con la tira de campos de golf, pese a ser –dicen– la zona de Europa donde menos llueve.

Me llamó igualmente la atención, y me dio mucho que pensar, que una parte de los nuevos ricos propietarios de aquellas plantaciones fueran ex emigrantes españoles regresados de Alemania, Francia, Suiza y otros pagos de la Europa próspera. ¿Hoy por mí, mañana contra ti?

Cabe preguntarse cómo ha sido posible tan fulgurante esplendor. Quizá pueda dar una pista
saber que ha habido pueblos de esa franja del Mediterráneo en los que han llegado a realizar huelgas generales para protestar por la actividad de los inspectores de trabajo. En defensa de la explotación ilegal de los inmigrantes, dicho sea por la brava.

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