El dedo en la llaga

Las finanzas no son de fiar

Lo he leído en tantos medios que sospecho que incluso puede ser verdad: los más altos ejecutivos de la aseguradora AIG, que el Gobierno de Bush rescató con dinero público hace bien poco cuando se ahogaba, fueron a celebrar su salvación financiera pasándose una semana de vacaciones en un lujoso complejo hotelero de Monarch Beach (California), en el que se pulieron, entre unas cosas y otras, 440.000 dólares, cantidad que no traduzco a euros porque cualquiera sabe cómo estará hoy mismo la paridad de las monedas.
Es una perfecta parábola de cómo funciona el alto standing financiero de estos tiempos que corren. No es que esa gente no sepa estar: es que ni siquiera sabe disimular. Son sinvergüenzas, en el sentido más literal de la expresión. Carecen de vergüenza.

Pero el verdadero problema no son esos ejecutivos vocacionalmente venales, sino los Gobiernos que les están dando dinero público a espuertas para evitar que sus negocios quiebren, pero no controlan qué hacen con las inmensas cantidades que les proporcionan. ¿Son dádivas de libre disposición o persiguen una finalidad concreta? Hay bancos que están ingresando un porrón de millones gracias a las actuales inyecciones estatales de emergencia y, en lugar de dedicarlos a reanimar la economía productiva, los invierten en deuda pública o en la compra de metales preciosos, que es más seguro. Resulta de chiste: reciben dinero del Estado y lo invierten en el Estado. Obtienen beneficio por partida doble.
Dice el ministro Solbes que no nos preocupemos, porque estas cosas no corren a cuenta del contribuyente. Ah, ¿no? ¿Y quién las paga, entonces? ¿Él? Que yo sepa, el erario se alimenta de lo que abonamos año tras año cuantos pagamos nuestros (sus) impuestos. Si se trata de dinero público, es mío, en la parte alícuota que me corresponde, y tengo derecho a exigir que el Gobierno no lo vaya repartiendo alegremente y sin control entre sus amigos ricachos. Lo digo por España, pero extiendo el criterio a EEUU, a Francia, a Gran Bretaña, a Alemania, a Irlanda... y al resto. ¿Cómo querrán los gobernantes que nos fiemos de ellos si nos demuestran a diario que no son de fiar?

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