El dedo en la llaga

Un sistema a prueba de Bush

George W. Bush hace balance de su paso por la Presidencia de los EEUU y el resultado le sale de lo más positivo: él ve mucho en su haber y muy poco en su debe.
Oírlo le sume a uno en la perplejidad. Veamos: ha dejado a su país hundido en una brutal crisis financiera e industrial; las recetas económicas ultraliberales de las que ha hecho bandera durante su mandato han resultado un fiasco y han agravado el desastre; las desigualdades sociales entre los estadounidenses han aumentado; no supo encarar ni de lejos los terribles efectos del huracán Katrina; el desprestigio de los EEUU en el mundo entero es palmario, lo mismo que el deterioro de sus relaciones con numerosos estados; no ha logrado la victoria completa ni en una sola de las guerras en las que se ha involucrado a sangre y fuego; no ha logrado ni desarticular Al Qaeda, ni acabar con Bin Laden; ha violado con indecente descaro las leyes internacionales (y no sólo por el aberrante montaje de Guantánamo); se ha mofado de la Declaración Universal de los Derechos Humanos autorizando explícitamente el uso de la tortura...

Que el pronto ex inquilino de la Casa Blanca presente ese historial como una trayectoria abrumadoramente brillante obliga a preguntarse si estamos ante un perfecto caradura o ante un hombre cuyas luces mentales son tan tenues que no le permiten ver la realidad. Cierto es que no hay ninguna incompatibilidad entre ambas condiciones: puede ser lo uno y lo otro.
Pero en lo que más vale la pena meditar es en la capacidad del sistema estadounidense para situar en su dirección formal a tipos de esta ralea, torpes e incompetentes (Ford, Reagan, Bush), y no hundirse. O no hundirse del todo, por lo menos.

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