Los designios del Señor son inescrutables. Sobre todo los de Dios padre, Alá y Yaveh.
El uno incita a sus seguidores a atacar a los infieles, así se hallen en sus propias tierras y encerrados en sus casas: lo sabemos desde la Biblia, cuando hacían señales de sangre pintadas en las puertas para saber a quien no matar, pero nos lo recuerdan a diario con bombas incendiarias y tiros disparados sobre niños, quizá porque creen que más vale prevenir que curar.
El otro, el de los islamistas que, guerras aparte, se dedican todos los años a montar peregrinaciones a La Meca en las que nunca faltan los muertos y heridos por aplastamientos.
De modo que los asistentes se aplastaron todo lo quisieron –o no– y aquello acabó con dos mujeres muertas y decenas de heridos.
Lo más llamativo es que el Papa, Benedicto XVI, ante la barbaridad de la tragedia sucedida, volvió a perorar sobre la ventajas de la castidad y el matrimonio y a predicar en contra del espiritismo (como si lo suyo fuera materialismo de la más pura cepa) y no dijo ni palabra sobre la asfixia por exceso de credulidad.
Comentarios
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