El dedo en la llaga

Aguirre y la Caja de Pandora

Esperanza Aguirre se ha topado de bruces con un viejo problema del sistema parlamentario. Se supone que existe una rigurosa división de los tres poderes clásicos del Estado (el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial) y que los tres contrarrestan sus respectivas influencias, lo que contribuye a crear un cierto equilibrio socio-político general. A su modo peculiar –y superficial– parecía sentir una cierta añoranza de Montesquieu.

El cálculo implicaba que, puesto que el poder judicial, en sus principales líneas, es reflejo de la relación de fuerzas patente en el Parlamento, y que Aguirre se apoya en una sólida mayoría parlamentaria, obediente al Ejecutivo, podía emprender sin demasiado riesgo el golpe de Caja Madrid.

Primer error, imperdonable: hoy en día no hay tres poderes diferenciados –más bien forman un amasijo–, sino, por lo menos, cinco. El llamado "cuarto poder" –los medios de comunicación– tienen una influencia considerable, pero el poder económico detenta un peso aún mayor.

Segundo yerro de bulto: creyó que contar con un núcleo importante de empresarios y de medios de agit-prop con poderío le cubría las espaldas, menospreciando que otros no menos influyentes, y con argumentos harto más sólidos, iban a por ella.
Tercero y, a la postre, fundamental: se olvidó de que juega en segunda división y de que los de primera tienen mucha más influencia en los órganos con capacidad decisoria real.

En estos momentos, Caja Madrid más parece la Caja de Pandora. Como Aguirre se descuide, se le escapan todas las virtudes.

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