El detonador

Desmond Dekker, la vida puede ser maravillosa

Siempre que podía, evitaba tragarme las retransmisiones de Andrés Montes. Para jaleo prefería la radio. Me cargaba en el baloncesto, pero sobre todo en el fútbol. Yo para ver fútbol en televisión siempre preferí los adormilantes tostones de Don José Ángel de la Casa, probablemente el único comentarista capaz de permanecer en silencio con el balón en el pico del área. Algunos lo veían desesperante, yo inquietante.

La voz de De la Casa era como la de un padre: te gustará más o menos, pero es la voz de tu padre. Fueron muchos partidos bañados en la crónica somnolencia de su timbre aterciopelado. Yo no conocí a otro: desde el 12-1 a Malta (el primer partido que recuerdo haber visto de la selección), él siempre estuvo ahí.

Su gran mérito: sus retransmisiones eran reales. No te intentaba vender espectáculo cuando la selección zozobraba en tediosos empates a cero contra Irlanda del Norte. Y cuando perdía los papeles era enternecedor: en el 12-1 a Malta sus gritos eran como los de los niños cuando el último día de clase les dejan salir una hora antes. Lo mismo en aquel 5-1 contra Dinamarca de México 86, cuando nos creímos que éramos la leche y seguíamos siendo una selección de segunda (la Quinta del Buitre, seamos honestos, sólo funcionaba sobre la piel de toro).

Era otra época: la de los dos canales, cuando la televisión todavía no se había convertido en el pozo de bazofia que es hoy día (hablando en general) y De la Casa era el dueño de nuestra pasión futbolística. Eso sí que era tele-realidad.

Al final, se convirtió en un maldito. Comentaristas dicheracheros como Montes le relegaron al cuarto de los trastos viejos y un ERE traicionero en TVE lo jubiló justo un año antes de poder celebrar un título con España. El éxtasis de Viena lo gozó otro. Lástima, José Ángel.

Como decía, Andrés Montes (otro comentarista maldito) tenía todos los 'tics' y vicios que embadurnan una retransmisión futbolística en la tele. Sin embargo, siempre acababa perdonándole cuando llegaba ese momento en el que pronunciaba su gran sentencia: "La vida puede ser maravillosa".

Con su voz ronca, sonaba a película de Frank Capra, a solo de Louis Armstrong, a Rioja añejo, a 'El guardian entre el centeno', a 'American Graffiti'... Bullía de fondo un deseo nostálgico e incontenible de vivir otra cosa de la que se está viviendo, del que está jodido pero sabe que no todo está jodido. Sonaba, en fin, a una canción de Desmond Dekker.

El espíritu de Desmond Dekker vivía de alguna forma, no sé cuál, en la garganta de Andrés Montes. Pero estaba allí. Dekker no era ningún iluso. Lo cantaba en 'Peace of mind': "A cualquier sitio donde voy, siempre encuentro problemas y tristeza". Pero era evidente que sabía algo más, quizás eso que escondían los versos de la saltarina 'I believe': "Yo creo, yo creo; todo depende de en qué crees".

Hoy que ha ganado el Atleti, nada mejor que escuchar a Desmond Dekker, que se arruinó en 1984 mientras seguía viva en su voz su versión de Jimmy Cliff: "Puedes conseguirlo si realmente lo quieres, pero debes intentarlo".

Dekker lo sabía bien: La cuestión no es conseguir algo o no, sino quererlo e intentarlo. Probablemente él lo quiso y lo intentó, arruinado y todo. ¿Es eso importante, acaso?

Vayan desde aquí unas felicitaciones para los atléticos, pero ale pronto a la cama que vaya turra estáis dando en la calle.

Y de regalo, otro temazo de Dekker:

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