El detonador

Un terrorista que pasa de treguas

Gonjasufi preferiría la tortura china a dejar las armas. Sus atentados sonoros son generales, permanentes y perfectamente verificables. Solo hay que escuchar 'A sufi and a killer', un disco de debut que parece el decimoquinto (de bueno que es). Sesenta minutos cara a cara con el asesino.

Da miedo y no es para menos. Dos ejemplos:

1. Su voz suena permanentemente rajada, como si cantara con una cuchilla de afeitar atravesada en la nuez (siento ser tan gráfico)

2. El inicio del disco: un minuto de tambores y voces tribales-fantasmales, una banda sonora de una misa negra en mitad del desierto de Nevada.

Sin embargo, Gonjasufi no aterroriza con agresividad amedrentadora, sino con la precisión enferma de un francotirador: pervierte el soul, el folk o el funky manchándolos con dub y un hip hop narcotizante, el folk lo encapsula en píldoras alucinógenas y ametralla con una desquiciante labor de corta y pega donde hay hueco hasta para el flamenco. Bastante flipante, sí. Escucha esta joya:

Su procedencia es un laberinto: nace en San Diego de madre mexicana y padre de origen etíope. Ahora vive en Las Vegas, donde además de hacer música es profesor de yoga. Imagínate ir a clase de yoga y encontrarte con este tipo (no hace falta que veas la entrevista entera):

Suponemos que delante de sus alumnos de yoga no se pone las gafas del revés. Pero vuelvo al disco: editado por Warp el año pasado, ha figurado en casi todas las listas de lo mejor del año (dato que en realidad no es tan relevante, porque casi todas las listas son iguales).

Yo tenía el disco en la estantería de "discos por escuchar" y esta Navidad, finalmente, lo he escuchado. Y puedo decir que se merecería el 'Balón de Oro'.

Escuchaba a Gonjasufi (de nombre real Sumach Valentine) y por momentos pensaba que Tom Waits le envidiaría por hacer este disco, que Devendra Banhart se sonrojaría de estar merodeando por los setenta más machirulos en lugar de entregarse a este folk verdaderamente psicodélico (este sí), que los grandes del blues, ya muertos, bailaban en el cielo al ritmo catatónico de canciones de hip hop sideral que empiezan y terminan cuando quieren. Y hasta pequeños hits, siempre a su manera, como este 'She Gone':

Gonjasufi se levanta sobre el púlpito como un predicador apocalíptico y enseña el rostro del cantautor del 2050, aunque en su música las referencias de tiempo y lugar se diluyen como espejismos en un desierto.

Todo lo que toca se disuelve, se desorganiza, se descuajaringa, enferma, enloquece. Siempre jugando a confundir los sentidos. Dadle un micro, una base de ritmos y un sampler al Jack Nicholson de 'El resplandor' y haría algo parecido a lo que hace Gonjasufi.

'Stardustin'', otra joyita del álbum, podría estar grabada en la Estación Espacial Internacional, 'SuzieQ' es salvajismo de sala de estar, 'Duet' evoca soul de ultratumba, 'Candy Lane' parece la banda sonora funky de 'Tron' y 'Holidays' es un himno synth-pop estropeado.

La última pirueta de Gonjasufi es que semejante delirio de estilos, referencias, formas, sonidos y estructuras no es un pastiche abigarrado, sino que impera el gusto por la unidad y la búsqueda de lo esencial, que al fin y al cabo en este disco es el ritmo (una batería machacona recorre casi todas las canciones) y la atmósfera (pura psicodelia).

El cóctel no es molotov, pero es peligroso y puede estallarte en las manos si no le das, como mínimo, tres escuchas. Hazme caso. Es mi regalo de reyes.

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