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La vacuna puede matar al enfermo

Jamal al-Qaisi habla claro. Las fuerzas de seguridad iraquíes no son bienvenidas en el barrio de Al-Fadhil, en Bagdad: "Somos un Estado independiente. No permitiremos que entre aquí ni el Ejército ni la Policía". Hay tantos grupos armados que no reconocen la autoridad del Gobierno iraquí que estas declaraciones no deberían llamar la atención. Sin embargo, no proceden de un dirigente de Al Qaeda o de un grupo insurgente, sino de un aliado de EEUU.

Al-Qaisi es el número dos de la milicia suní que colabora con los militares norteamericanos en la vigilancia del barrio. Su principal misión es mantener alejados de Bagdad a los miembros de Al Qaeda. El descenso de la violencia en la capital se debe fundamentalmente a grupos armados como el suyo, adoptados y financiados por EEUU para que se enfrenten a su peor enemigo.

Son la demostración de que no sólo las fuerzas occidentales han cometido errores en Irak de los que más tarde se han arrepentido. Al Qaeda intentó someter a las tribus suníes de la provincia de Anbar, a las que hasta el propio Sadam Hussein mantenía a distancia, y terminó por pagar el precio de su osadía.

La lista de gente que mira con recelo a estas milicias no se compone sólo de yihadistas que han jurado lealtad a Osama bin Laden. El Gobierno iraquí, controlado por los partidos chiíes, teme que terminen por extender su influencia hasta Bagdad. Allí a lo largo de 2006 se produjo una carnicería de asesinatos y represalias que desequilibró el balance demográfico de la ciudad a favor de los chiíes. Los vencedores no quieren revisar el resultado de la limpieza étnica que en la práctica limpió de suníes la ciudad.

Durante meses, el Ministerio iraquí del Interior se ha resistido a las presiones norteamericanas para que integre a esos 77.000 milicianos en las fuerzas de seguridad locales. A fin de cuentas, la mayoría de ellos son antiguos insurgentes. La semana pasada, el Ministerio cedió finalmente y anunció la contratación de 12.000. Evidentemente, los denominados Hijos de Irak (un cierto sentido del marketing a la hora de elegir un nombre con gancho también funciona en las guerras) esperaban algo más.

El Ejército de EEUU no es tan optimista sobre el futuro de Irak como la prensa de su país. Sabe que los avances conseguidos son frágiles y que pueden revertirse en no mucho tiempo. La maquinaria militar norteamericana no da más de sí. A partir del verano de este año, le será casi imposible mantener el mismo número de tropas en Bagdad. Las posibilidades de que haya choques armados entre la Policía y las milicias suníes son altas.

De hecho, esos enfrentamientos ya han comenzado. En Baquba, los milicianos han salido a la calle para exigir la dimisión del jefe de la Policía local, al que acusan de detener a suníes de forma indiscriminada. Amenazan con abandonar la primera línea de combate contra Al Qaeda, aunque pocos creen que vayan a dejar las armas y refugiarse en sus casas. Su intención es controlar Baquba, no estar a las órdenes de la Policía.

Algunos de los líderes nacionales de las milicias suníes niegan la legitimidad del Parlamento o incluso de los partidos suníes con representación en la Cámara. Otros no aceptan la nueva bandera iraquí o no permiten la entrada de la Policía en las zonas que patrullan. Hasta acusan a las milicias chiíes, y no a Al Qaeda, de la ola de ataques que han sufrido sus líderes.

La vacuna contra Al Qaeda puede terminar volviéndose contra el enfermo.

En el origen del problema está la falta de un acuerdo nacional entre chiíes, suníes y kurdos. El Parlamento ha aprobado esta semana tres leyes que son un paso en la dirección correcta, incluida una amnistía para muchos de los 26.000 presos, la mayoría suníes, que pueblan las cárceles. No se conocen los detalles de estas leyes, por lo que hay que recordar que parecidos esfuerzos de reconciliación han fracasado antes por la falta de voluntad del Gobierno.

Entre las nuevas iniciativas no hay ninguna relacionada con el petróleo. Los kurdos han entregado por su cuenta concesiones petrolíferas a dos empresas extranjeras, ante la indignación del Gobierno central, y continúan lanzando mensajes amenazadores sobre el estatus de la ciudad de Kirkuk, disputada por árabes y kurdos.

Quizá Irak ya no sea un moribundo agonizante, pero dista mucho de haber recuperado la salud. Se ha convertido en un enfermo crónico propenso a recaídas, que contempla alarmado cómo los médicos no se ponen de acuerdo o, cada vez con más frecuencia, se pelean entre sí.

Los norteamericanos no pueden prescindir de ninguno de sus aliados. Algunos de ellos son casi tan violentos e intolerantes como sus enemigos. Si no consiguen imponer una reconciliación por la fuerza –y ésa es una alianza que tendría todo el aspecto de un matrimonio temporal de conveniencia–, pueden verse forzados a tomar partido en una repetición de la guerra civil de 2006.

Iñigo Sáenz de Ugarte

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