El mapa del mundo

Las debilidades de los Kirchner

Los cortes del campo contra las retenciones de hasta el 44% a las exportaciones de soja duraron 21 días. Faltó la carne y la leche en los supermercados y el pulso con el Gobierno creció al ritmo de crispaciones. No había queso ni dulce de leche, ni frutas, ni verduras, ni helado de limón. El aceite, a litro por cabeza, y los combustibles, sólo en raciones de a 50 pesos. Y nada de tarjetas. Los barcos fondearon en fila en las bocas de los puertos y a cada discurso amenazante de la presidenta, miles de personas contestaron golpeando sus cacerolas por las calles de las ciudades. Nadie lo organizó ni se subió a la ola del descontento.

Ante la marea adversa, la presidenta siguió redoblando la apuesta con discursos de facultad. Acusó de golpistas y conspiradores a los productores agropecuarios y mandó a un piquetero integrista a romper los cacerolazos y retomar la Plaza de Mayo para el pueblo. Cuatro veces en siete días habló a la Argentina en una carrera por buscar apoyos según la estricta liturgia peronista de marchas, banderas y sofismas. Explicó con tono de Maestra Ciruela que la soja es un yuyo que no sirve para nada y se fue de boca cada vez que se la calentaron los bombos de su tropa alquilada con choripanes y vino blanco.

En el último mitin acusó de mafioso a Hermenegildo Sábat: un caricaturista e ilustrador del diario Clarín más
bueno que la compota, que había publicado ese día una acuarela en la que la presidenta aparecía con el perfil de su marido en el lado izquierdo de la cara y la boca cruzada por dos pinceladas.

Así, en tres meses de gobierno, la presidenta Kirchner apiló más enemigos que el presidente Kirchner. Sumó a los de su marido el campo y la prensa. Perdió en una semana 35 puntos de imagen positiva y saturó a los argentinos con su tono de sabelotodo con índices amenazantes y temblor de botox en sus labios.

Desde entonces sólo asiste a los actos en los que nadie se puede acercar con una cacerola. En cuanto puede se recluye en su mansión del Calafate, frente a los glaciares de Santa Cruz, a rumiar su próximo paso. Para los que quizá no lo sepan, Argentina es esencialmente agroindustrial y la soja es su principal fuente de riquezas. El campo es como el himno nacional: todos llevamos un gaucho adentro.

Los Kirchner no dialogan, sentencian. No hablan con la prensa, la denuestan. No oyen a los críticos, los acusan. Para perseguir a los que publican lo que no les gusta han creado un Observatorio de la Discriminación en los Medios. Lo de Sábat colmó la paciencia de
muchos que todavía eran tímidos, pero ahora se soltaron el pelo y les pegan sin disimulo. Parece una carrera para ver quién se anima a más, sobre todo en el ala más progresista de los escribas.

Y el siguiente paso ha sido devolver el poder real a Néstor Kirchner que es quien gobierna hoy en Argentina desde su búnker de Puerto Madero, a 200 metros de la Casa Rosada. Nadie se anima a oponerse a sus diatribas y, como en El Padrino, traidor es el que sugiera que hay que negociar.

La única novedad en el gabinete de Cristina que se inauguró el 10 de diciembre fue su joven ministro de Economía, el que acaba de ser reemplazado por Carlos Fernández, un hombre del riñón de Néstor (tres ministros llevan ese apellido, además de su mujer).

Esta semana se termina la tregua del campo y volverán los cortes de carreteras si no hay marcha atrás en las retenciones. En ese caso, el Gobierno habrá mostrado un punto débil que es un agujero grande como un castillo. Pero Néstor no es de mostrar debilidad. Hasta ahora le ha dado resultado sembrar terror en el enemigo y parece que prefiere morir matando. Por las dudas y como para dar miedo, amenazó el miércoles pasado con ocupar la Jefatura de Gabinete de Ministros.
Todo puede pasar en la cuarta dimensión, la de las democracias dinásticas que ya son furor en el mundo entero.

Gonzalo Peltzer, director del diario argentino ‘El territorio’

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