Distintos diarios austríacos informan de que la prensa amarilla ha llegado a ofrecer hasta un millón de euros por una primera foto de Elisabeth Fritzl, la mujer que pasó 24 años en un sótano en Austria, violada repetidamente por su propio padre. Los médicos dicen que ella y sus hijos necesitan calma. Pero eso a los paparazzi les importa un rábano. Ya sabemos de qué va ese oficio, pero uno no deja de sorprenderse ante la falta de escrúpulos de la gente que se gana la vida de esa manera. Una cosa es fotografiar a un famoso o famosa en pelotas en la playa, pero molestar a una familia que necesita urgentemente tranquilidad, a una mujer y tres niños que se están acostumbrando a la luz natural, es simplemente repugnante.

                Desde que la familia fuera ingresada en una clínica, el personal de seguridad ha tenido que sacudir de los árboles a docenas de fotógrafos. Un servicio privado de seguridad y la unidad especial "Cobra" de la policía austríaca se ocupan de preservar la intimidad de los Fritzl, y no les falta trabajo.  Según "Kurier", los paparazzi se ocultan en bosquecillos colindantes con ropa de camuflaje para disparar sus superteleobjetivos. Uno incluso se llegó a disfrazar de policía. Un equipo de televisión alcanzó a las dependencias de la dirección de la clínica a través de puertas traseras. Llegaron a herir levemente a un trabajador de la clínica que les preguntó quiénes eran y adónde iban. Muchos nervios en Amstetten estos días.

                Los paparazzi satisfacen una demanda de morbo. ¿La crean los medios? Es increíble que una semana después de que saltara la noticia, la casa de los Fritzl siga rodeada de  periodistas y curiosos. Es alucinante que turistas alemanes que se iban de excursión a los Alpes den un rodeo para poder echar una ojeada a la casa del horror. ¿Dónde está la gracia? Una sociedad que reacciona con semejante hambre de morbo a este caso horrible está por lo menos tan mal de la cabeza como Josef Fritzl.

Guillem Sans Mora / Berlín