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Un brote de fascismo judío

Una variante repulsiva de fascismo, como si la hubiera de otro tipo, se ha infiltrado en el partido que probablemente ganará las próximas elecciones de Israel. Los militantes del Likud votaron hace unos días la composición de su lista electoral al Parlamento. Los candidatos propuestos por el líder del partido, Binyamin Netanyahu, fueron derrotados y acabaron en puestos secundarios. Por el contrario, los cinco más votados habían sido apoyados por un personaje llamado Moshe Feiglin, que a su vez recibió el puesto 20 de la lista.

De todos los dirigentes de la extrema derecha israelí, Feiglin es el más imaginativo. En vez de crear su propio partido, de los que hay unos cuantos, apostó en los noventa por entrar en el Likud junto a varios miles de sus partidarios para hacerse con su control. Entonces fracasó, pero la política israelí ha evolucionado hasta posiciones tan extremistas e intolerantes que el tiempo le ha dado la razón a su singular estrategia.

Hubo un tiempo en que las ideas de Feiglin, bien conocidas en Israel, sólo hubieran encontrado acomodo en los rincones más lunáticos del país. Y no es que las suyas estén basadas en generalidades de difícil interpretación. Este dirigente ultra tiene hasta un programa para los primeros 100 días de un Gobierno. Con un evidente desprecio a la democracia occidental, Feiglin propone que Israel abandone la ONU y clausure sus embajadas "en Alemania y los otros países antisemitas". Las fuerzas de seguridad dejarán de emplear munición antidisturbios no letal y utilizarán sólo fuego real para acabar con las manifestaciones. Se cortará de inmediato el suministro de agua y electricidad a los territorios palestinos.

Evidentemente, estos últimos no tendrán ningún derecho a tener su propio Estado porque deberán aceptar la "soberanía judía sobre sus tierras".

El ex ministro Yossi Sarid ha escrito esta semana que es hora de abandonar subterfugios al describir a los políticos como Feiglin. No son radicales, sino fascistas. "Y si no hubieran nacido de madres judías, lo que no es culpa suya, serían unos malditos antisemitas". No será Feiglin quien se escandalice por esta definición. Créanlo o no, hace años llegó a elogiar el "genio militar" de Hitler.

Otros candidatos del Likud no llegan a esos extremos, pero confirman que el partido está controlado por el sector más cercano a los colonos de los asentamientos y menos predispuesto a cualquier concesión real a los palestinos. Son los políticos que permiten que 500 israelíes continúen viviendo en Hebrón –entre más de 150.000 palestinos– y protagonizando escenas de violencia como el pogromo, en definición de Ehud Olmert y de su ministro de Justicia, que se vio hace unos días.

Con la izquierda anestesiada, las elecciones parecen predestinadas a una victoria del Likud y una posterior coalición con los partidos ultraortodoxos. Al igual que en su anterior llegada al poder en 1996, Netanyahu pretende investirse de la condición de centrista. Para ello, ha tomado dos decisiones: obligar al Likud a que Feiglin sea relegado al puesto 36 de la lista y reunirse con los 27 embajadores de la UE para hacerles ver que su victoria no será el fin definitivo de cualquier esperanza de reanudar un proceso de paz.

A ellos y a la futura Administración de Obama, les dice que a falta de progresos políticos ofrecerá a los palestinos una "paz económica", un concepto ridículo porque oculta la intención israelí de continuar haciendo imposible la idea de un Estado palestino.

Una vez más, está por ver que la UE y EEUU afronten su responsabilidad, que pasa por hacer ver a Israel que la defensa de los asentamientos, construidos sobre tierra robada a sus dueños, es incompatible con la causa de la paz. Y que lo hagan con la misma intensidad con que boicotearon a Hamás tras tachar a los islamistas de enemigos de la paz.

¿No lo son también Feiglin y todos los que le votaron?

Iñigo Sáenz de Ugarte

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