El mapa del mundo

Gazprom especula con el gas de otros

CARLOS ENRIQUE BAYO

Hace sólo un año, Vladimir Putin aspiraba a convertir Gazprom en la mayor compañía del mundo. Era ya la tercera, detrás de Exxon Mobil y General Electric, según su valor en bolsa. Hoy, la crisis ha castigado a todas las corporaciones multinacionales, pero el gigante gasístico ruso se ha hundido hasta mucho más abajo de todo lo previsible y, tras una caída de su cotización del 74%, está en el puesto 35º, en vez del primero.
La estrategia de Putin, para la que empleó a su propio delfín, el actual presidente de Rusia y anterior presidente de Gazprom, Dmitri Medvédev, fue económicamente suicida.
En vez de invertir en prospecciones y nuevas explotaciones los ingentes beneficios que proporcionaban los precios récord de los hidrocarburos, dedicó un capital inmenso de la compañía a adquirir empresas petrolíferas privadas, para convertir al Estado ruso en un nuevo monopolio: en 2005, gastó 13.000 millones de dólares en la Sibneft de Roman Abramovich; al año siguiente, 7.000 millones en la mitad del proyecto Sajalin-2 de crudo y gas de Shell; y en 2007 muchos miles de millones más en partes de la caída Yukos, que el Kremlin arrebató a Mijail Jodorkovsky, metiéndolo en la cárcel para cercenar su actividad política de oposición a Putin.
Todo ello fue comprado a precios de saldo, gracias a la tremenda presión política y judicial del Gobierno ruso, pero aún así Gazprom tuvo que desembolsar cantidades de dinero tan importantes que no le quedó más remedio que pedir grandes líneas de crédito a las instituciones financieras occidentales, hoy depauperadas por la crisis global. Así que, en estos momentos, Gazprom está solicitando al Estado ruso un rescate de 5.500 millones de dólares, más de la mitad de todo lo que Moscú está dedicando a salvar a la herida industria nacional del gas y el petróleo.
Que la mayor compañía energética estatal de Rusia necesite una inyección urgente de fondos sólo medio año después de que los precios del petróleo batieran sus máximos históricos indica cuán absurda es la ambición hegemónica del Kremlin. Pero la verdadera revelación para muchos de los que temen que Gazprom se apodere del mercado europeo de hidrocarburos es descubrir que ese coloso tiene pies de alquitrán: su producción total de gas natural (unos 550.000 millones de metros cúbicos) es escasamente suficiente para abastecer su propio mercado doméstico.

El problema es que Gazprom no ha abierto ni un solo campo de extracción de gas desde 1991, y un informe del Ministerio de Industria y Energía de Rusia alertaba ya en 2007 de que, si el declive de sus reservas continúa, el país en 2010 ya no podrá ni siquiera cubrir la demanda interna.
Entonces, ¿cómo es posible que Gazprom exporte 80.000 millones de metros cúbicos de gas al año y tenga a Europa Occidental como rehén de su suministro energético?
La respuesta está en la herencia imperial de la URSS. Gazprom compra todo ese gas natural a las ex repúblicas soviéticas de Asia Central, a unos 65 dólares los mil metros cúbicos, para revenderlo luego a los países industrializados, que pagan 250 dólares o más por esa misma cantidad. De hecho, las grandes potencias de Europa Occidental abonaron a Gazprom un promedio de 420 dólares por cada mil metros cúbicos en este año recién terminado, aunque se espera que ese precio caiga a entre 260 y 300 dólares en 2009.
Pero ese monopolio especulativo, asentado en el control de casi todos los oleoductos y gasoductos que parten de los yacimientos de Asia Central, está quebrándose. Porque China ha cortado ya el nudo gordiano que sostenía el entramado post-soviético de dominio de la zona.
El presidente chino, Hu Jintao, ha cerrado un contrato para adquirir a Turkmenistán 30.000 millones metros cúbicos anuales durante los próximos 30 años y financiar un gasoducto gigante hasta Xinjiang. Y Pekín también está comprando gran cantidad de crudo a Kazajstán.
Así que nuestra futura preocupación puede no ser el precio del gas ruso, sino su grave escasez.

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