El día 30 de septiembre, Ecuador celebra la cuarta convocatoria electoral en menos de un año. Dos vueltas presidenciales, un referéndum y, por último, una Asamblea Constituyente encargada de reformar las instituciones y redactar una Constitución nueva. En circunstancias normales serían demasiadas urnas para un solo principio, pero la normalidad de los países americanos tiene lógica propia.
Cuando Rafael Correa accedió a la jefatura de la República, se encontró frente a un Congreso dominado por la oposición y sin posibilidad de llevar a cabo su programa de reformas. El sistema ecuatoriano, tan presidencialista como los del resto del continente, distorsiona la cultura política y tiende a debilitar la base de un Estado que se podría definir como inconcluso. En este caso provocó un punto muerto del que sólo se podía salir si los partidos tradicionales hubieran asumido la magnitud de su derrota, entendido el mensaje de los electores y disuelto la Cámara. No lo hicieron.
Jesús Gómez
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