El mundo es un volcán

Irán, Israel y el doble rasero

Mahmud Ahmadineyad debería darse cuenta de que la mejor manera de sacar partido a su principal argumento (el doble rasero) en la disputa sobre su programa nuclear es no expresarlo de forma abierta. Entre su propia imprudencia -como llamar a que Israel sea borrado del mapa- y la eficacia de la maquinaria propagandística de sus enemigos –que dominan los medios de comunicación, sobre todo en Estados Unidos-, el presidente iraní se ha ido labrando en Occidente una fama de incontrolable radical que no beneficia en nada a los intereses de su régimen. Poco importa que esa etiqueta se ajuste tan poco a la realidad como la de loco con manías de grandeza que se atribuía a Napoleón en las escuelas franquistas.

Cuando Ahmadineyad señaló en su reciente discurso ante la Asamblea General de la ONU que quienes poseen enormes arsenales nucleares "no tienen derecho a dar lecciones a nadie", su mensaje cayó en el vacío, y no porque no responda a una verdad difícil de rebatir, sino porque, reflejada en los medios occidentales, queda como el sempiterno mantra de un iluminado al que no merece la pena hacer caso. Se ha llegado a una situación en la que la ‘verdad indiscutible’, que ni siquiera necesita ser demostrada, es el resultado de una burda utilización del doble rasero. Consiste éste en considerar que la posibilidad de que Irán llegue a poseer algún día el arma atómica (algo que niega pretender) es infinitamente más desestabilizadora y amenazadora para la paz mundial que el hecho de que su principal enemigo regional, Israel, tenga desde hace ya varias décadas entre 100 y 200 bombas.

Occidente en bloque –con EE UU a la cabeza-, los vecinos árabes de Irán y, como no, Israel, están empeñados en evitar que la república de los ayatolas sea potencia atómica. Cuantos más países tengan la bomba más riesgo hay de que alguno la utilice, cierto, pero ¿por qué Irán no e Israel sí? Pregunta sin respuesta. En lo único que difieren los miembros del frente antiiraní es en la determinación de la proximidad de la amenaza, y en el carácter de las medidas y el calendario a aplicar para conjurarla.

Israel es el gran antagonista de Irán en este juego, porque es el que más cercano siente el peligro, tanto que su jefe de Gobierno y algunos ministros (pero no todos, ni la mayoría de la población y las fuerzas políticas) apuestan por una acción militar quirúrgica para destruir las instalaciones atómicas de Teherán. Sin embargo, y en lo que podría pasar por su primer gesto de moderación en muchos meses, el primer ministro, Benyamin Netanyahu, no amenazó ayer en la ONU con atacar Irán, sino que se limitó a señalar que la única forma de evitar la guerra es marcarle claras "líneas rojas" que no pueda cruzar. Hay que hacerlo rápido, añadió, antes de que la república islámica complete la segunda de las tres etapas (la primera, supuestamente, ya superada) de un programa que daría capacidad militar atómica a Teherán dentro de un año.

Los últimos meses han registrado una sucesión de noticias, medias noticias y rumores sobre el estado real del programa nuclear iraní, la imposición de sanciones para impedir que tenga carácter militar, los preparativos de un ataque israelí, la división en el seno del propio Estado judío, los esfuerzos norteamericanos para que su aliado se contenga, y los devaneos de Netanyahu con el rival republicano de Obama, Mitt Romney, que le ha prometido el oro y el moro con tal de asegurarse el apoyo del poderoso ‘lobby’ judío de Estados Unidos. Porque, todo este baile, no hay que olvidarlo, se celebra en plena campaña electoral norteamericana.

En esa clave hay que interpretar la afirmación de Obama en la ONU de que su país "hará lo que tenga que hacer" para impedir que Teherán consiga la bomba, porque esa es una amenaza para Israel, los países del Golfo y la estabilidad económica mundial. Un punto para el estado hebreo. Y otro en contra de la urgencia con la que éste querría ver resuelto el problema: "Todavía hay tiempo y espacio para la diplomacia". Barack Obama no ve la amenaza tan inminente, cree que aún queda margen a la negociación y parece temer una nueva aventura bélica, en la que sería difícil no respaldar a su aliado israelí.

En resumen: cierto enfriamiento de la crisis y, sobre todo, compás de espera, al menos hasta la cita electoral de noviembre en Estados Unidos. A Obama, que se ha esforzado por salir de dos guerras, no le interesa meterse en una tercera, llena de incertidumbres, y menos en plena campaña, cuando lleva las de ganar y casi ha congelado su política internacional. A Netanyahu no le conviene desafiar al presidente que le ha dejado hacer de su capa un sayo durante cuatro años en el conflicto con los palestinos, y que además va por delante en la carrera por la reelección; y a Romney, una vez que ha dejado en claro su incondicional apoyo a Israel (traducido en muchos millones de dólares), tampoco debe entusiasmarle una crisis de la que su rival podría sacar un alto rédito en votos si se calza el casco de comandante en jefe.

Hasta la república islámica iraní gana algo, al menos un poco de tiempo, una disminución de la tremenda presión a la que está siendo sometida. Aunque la espada de Damocles siga pendiendo sobre su cabeza. Y aunque Ahmadineyad, al que nadie parece hacer caso, esté cargado de razón en su denuncia de doble rasero, porque ¿dónde están las voces que exigen que Israel destruya su arsenal nuclear?

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