El mundo es un volcán

Francia debe irse cuanto antes de Malí

François Hollande asegura que las tropas francesas permanecerán en Malí cuanto sea necesario y se retirarán lo antes posible. ¿Es un mensaje o son dos opuestos? ¿Cuánto tiempo es el necesario? ¿Semanas, meses, años? El presidente no debería cantar victoria hasta que la amenaza yihadista esté conjurada, la seguridad garantizada por tropas africanas, la integridad del país consolidada, se implante un régimen democrático, se desactiven las tensiones religiosas y étnicas, se sienten las bases para superar la miseria y se impida el efecto de contagio en todo el Sahel.

Objetivos tan ambiciosos no se pueden conseguir de forma rápida. Algunos son casi utópicos. Pero si los franceses no se van pronto, la intervención militar quedará manchada por la sospecha de neocolonialismo y reforzaría el peligro de que el conflicto se pudra y enquiste.

De momento, Hollande canta victoria, gana un crédito interno que necesitaba con urgencia, y nadie desde Occidente le hace reproches. Si acaso, le piden disculpas por no haber aceptado una mayor implicación en el conflicto, como en el caso de España.

El peligro más inmediato ha pasado. La ofensiva francesa ha impedido la matanza que probablemente habría supuesto que los insurgentes controlasen todo Malí, e incluso les ha expulsado de la mayor parte de Azawad, la desolada región en la que construían un Estado y aplicaban la sharía con puño de hierro. Pero aún no ha ganado la guerra, que prosigue en los norteños reductos montañosos de yihadistas y tuaregs, zonas de difícil acceso en las que no será nada fácil ni exterminarlos ni expulsarlos, y desde las que pueden desvanecerse para lamer sus heridas en países vecinos, como Argelia y Níger, incluso en Libia que, aunque sin frontera con Malí, constituye la principal fuente de suministro de armas a los rebeldes.

Una vez asumido el error de su estrategia de conquista territorial propia de las guerras convencionales, con la lección bien aprendida, los rebeldes recuperarán sus mejores armas: la movilidad por todo el Sahel, la capacidad de picar como una abeja y esfumarse en el desierto. Vuelta a los golpes quirúrgicos: lucrativos secuestros, ataques selectivos a intereses occidentales y ocupaciones temporales de poblaciones, mientras las franquicias de Al Qaeda maquinan atentados al norte del Mediterráneo.

Será una guerra de desgaste difícil de afrontar, sin garantía de éxito y que cuesta creer que Occidente deje en manos exclusivamente africanas, sobre todo tras una implicación norteamericana que pasa por establecer (de momento en Níger) bases para los aviones sin piloto, convertidos por Obama en paradigma de su nueva doctrina militar en Afganistán, Pakistán, Yemen o Somalia.

Habrá que esperar para comprobar si Francia, tras el éxito inicial, no se ha metido en uno de esos avisperos a los que es muy fácil entrar y muy complicado salir, como Vietnam, Irak o Afganistán. Porque el plan de ceder el testigo a tropas africanas está lleno de incertidumbres, aunque esos contingentes estén financiados, equipados y entrenados por Occidente.

El desafío yihadista amenaza a toda la región: a la Libia convaleciente de la guerra, a la Argelia que aún no ha curado las heridas de su guerra civil, al Níger convertido en el principal suministrador de uranio para las centrales nucleares galas, a Mauritania, a Chad, incluso a Marruecos y Túnez, el último foco de tensión tras el asesinato de un dirigente opositor. Son países sometidos a fuertes tensiones internas, la mayoría inestables políticamente y de los más pobres y desiguales del planeta.

El peligro de contagio no se conjura solo con soldados y armas, y mucho menos consolidando la presencia militar extranjera. Porque tiene mucho que ver con los desequilibrios Norte-Sur, con explotación y neocolonialismo, con la bomba de relojería que hace tic tac en el Sahel y cuya onda expansiva puede llegar al Primer Mundo.

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