El mundo es un volcán

La crisis se traga todo rastro de ‘euroentusiasmo’

Aunque en distinta medida, los gobiernos del PSOE y del PP de las dos últimas décadas son culpables de la utopía con pies de barro de una prosperidad desmedida propia de nuevos ricos y de las terribles consecuencias cuando se pinchó el globo. Los ajustes salvajes del Ejecutivo de Mariano Rajoy, aún más obediente a los dictados de Berlín y Bruselas que el del último Zapatero, han surtido terribles efectos en forma de paro descontrolado, empobrecimiento general y desmantelamiento escalonado del Estado del bienestar.

Como consecuencia, el viejo euroentusiasmo se ha desinflado, tal y como demuestran sondeos de opinión españoles y comunitarios. Nada que ver con la euforia generalizada cuando, sin consulta popular por medio (apenas había opiniones en contra), España ingresó en la UE en 1986. O con el 76,7% de síes cuando, en febrero de 2005, Zapatero, con pasión de novicio, se empeñó en convocar un innecesario referéndum sobre la Constitución Europea. Fallido proyecto, por cierto, que se deshizo como un azucarillo tras rotundos varapalos en las urnas de Francia, Holanda e Irlanda.

Se desvanece la confianza de los europeos en las instituciones comunitarias, y en su capacidad para aplicar una hoja de ruta que venza a la crisis. El descontento se manifiesta en países como Alemania, Holanda o Finlandia, rescatadores, en gran medida por interés propio, de los que no hicieron bien sus deberes. Y es aún más marcado en estos últimos (Portugal, Grecia, Chipre, Italia, España...), donde se considera que la medicina recetada (recortes salvajes sin estímulos al crecimiento) es demasiado dura y provoca efectos secundarios que rozan lo letal.

Es en España donde se ha producido una inversión más acusada del entusiasmo al escepticismo: tres de cada cuatro encuestados desconfía de la UE. Con todo, aún propugnando un cambio de rumbo, la mayoría no cuestiona ni el euro ni la pertenencia a la Unión. La huella de modernización y progreso, financiada en buena medida con fondos europeos, es aún muy profunda.

Los resultados electorales en Italia, donde dos fuerzas muy diferentes pero ambas antieuropeas (las de Berlusconi y Beppe Grillo) obtuvieron más del 50% de los votos, y en especial, la espectacular emergencia del Movimiento 5 Estrellas, dan idea del terremoto que puede provocar una gestión de la crisis alejada de los intereses inmediatos de la ciudadanía. Este euroescepticismo, tan alejado del británico tradicional, se viste tanto de ultraderecha (Frente Nacional francés), como de izquierda (el griego Syriza) o de antisistema (M5S italiano). Y hace tambalearse alternancias y equilibrios que parecían eternos, como el del Pasok y Nueva Democracia en Grecia, o el del centroderecha y el centroizquierda en Italia.

También en España, sobre todo si los dos grandes partidos siguen acumulando errores y escándalos, correrá peligro el duopolio PP-PSOE. En principio, eso beneficiaría a Izquierda Unida y Unión Progreso y Democracia. Pero está por vez que, incluso IU, sepa adaptarse a la amplitud del desafío y recoja las aspiraciones de millones y millones de indignados que no creen ya en la capacidad del sistema mismo para salir del hoyo.

Puede que haga falta que se disparen aún más las cifras del paro, que haya rebajas adicionales de salarios, que muchas más familias pierdan sus viviendas y sigan endeudadas, que la sanidad y la educación gratuitas sean cada vez más caras, que se desvelen nuevos escándalos de corrupción, que la crisis siga robando el futuro a la generación más formada de la historia, para que converja en una alternativa de poder el magma de movimientos ciudadanos que empezaron a cobrar notoriedad con el 15-M. De hacer caso a lo ocurrido en Italia, tal vez convendría la emergencia, si no de un líder convencional, si de una cabeza visible capaz de aglutinar sensibilidades muy diferentes pero con un objetivo común. En ese escenario, la idea de Europa, para sobrevivir, debería transformarse de forma radical.

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