El mundo es un volcán

Chipre es más grande de lo que parece

No hay enemigo pequeño ni país insignificante dentro de la Unión Europea. El Alcorcón puede eliminar al Real Madrid en la Copa del Rey y Chipre puede hacer temblar los cimientos de la zona euro y, en virtud del efecto contagio, propagar el pánico al colapso bancario a lo largo y a lo ancho de la Unión. La economía de la república isleña mediterránea represente tan solo el 0,2% del PIB europeo, pero su colapso puede causar una reacción en cadena con catalizadores como un puñado de decisiones equivocadas en Bruselas (UE), Berlín (Frau Merkel), Washington (FMI) y Nicosia, junto a la volatilidad e irracionalidad de los mercados.

Esta crisis demuestra que Chipre es más grande de lo que parece, que su importancia va más allá de sus 1.100.000 habitantes (incluidos unos 300.000 en el norte ocupado por tropas turcas desde 1974) y de su extensión: 9.250 kilómetros cuadrados, contando 346 de dos bases soberanas británicas, 254 de la zona tampón que controla la ONU y 3.355 de la República Turca del Norte de Chipre, que solo reconoce Ankara.

Por geografía, Chipre se enmarca en Oriente Próximo, por su cercanía a Líbano, Siria, Israel y Turquía; pero sus raíces, su historia y su cultura son griegas. Tanto que la independencia de Grecia del imperio otomano se celebró el pasado lunes en Nicosia casi igual que si fuera Atenas. Ahí reside su carácter y de ahí arrancan muchos de sus problemas. Un golpe de Estado en 1974 de los ultranacionalistas partidarios de la Enosis (unión con Grecia) y que contó con el apoyo de la dictadura de los coroneles provocó la invasión turca del norte y una partición a la que aún no se ve fin.

La estrecha conexión entre las economías griega y chipriota (y en especial de sus sistemas bancarios) es responsable en buena medida de los apuros que tienen la isla de Afrodita al borde el abismo y que, de rebote, agravan la situación desesperada de Grecia. Al menos, el conflicto de hace 39 años, devolvió la democracia al país cuyos antiguos la inventaron, pero esa afinidad ahonda la herida en la delicada situación actual.

Otro motivo por el que Chipre es más grande de lo que parece y que lo emparenta con la Islandia que explotó en 2008 es la desmesurada dimensión de su banca. La diferencia estriba es que Reikiavik evitó la bancarrota del país gracias a que pudo decidir de forma autónoma, sin obedecer a ninguna autoridad externa, para devaluar su moneda o purgar las tres grandes entidades culpables del desaguisado.

En Chipre, sin embargo, la pertenencia a la zona euro supone un corsé asfixiante. Con el agravante de que las primeras decisiones llegadas desde Europa han resultado catastróficas y, más que traer la calma, han provocado un pánico cuyos nefastos efectos psicológicos en los depositantes de la Unión (y sobre todo de países periféricos como España) prometen ser duraderos. La receta para salir del hoyo no solo pone un abrupto fin al paraíso fiscal que se nutrió sobre todo de fondos rusos, sino que impone graves sacrificios inmediatos y dolorosos recortes que hipotecarán el futuro del país durante muchos años, cortarán en seco el crecimiento, dispararán el desempleo y empobrecerán a la población. Un desastre sin paliativos. Parecía un sueño, resultó una pesadilla.

Chipre posee ricos yacimientos de gas, aunque su explotación no producirá rendimientos hasta dentro de varios años. Tiene una estratégica ubicación geográfica como portaviones en el Mediterráneo, un botín por el que Rusia echaría sin dudar mano a la billetera, justo cuando su única base en la región, en  la convulsa Siria, no ofrece garantías de continuidad. Y podría hacer valer la importancia de su voto para abrir la puerta a las llamadas insistentes de Turquía para entrar en la UE, aunque hoy son menos persistentes y los obstáculos para unificar la isla están lejos de superarse. Todos estos activos invisibles cotizan sin duda a la hora de buscar salidas al actual atolladero, pero no tienen un valor contable inmediato.

Hay algo en la situación chipriota que recuerda lo ocurrido en España. Tanto allí como aquí, un Gobierno de izquierda fue incapaz de afrontar la crisis con eficacia, lo que hizo posible el triunfo electoral de partidos conservadores que prometían una mejora inmediata de la situación y una relajación de la presión de los mercados apoyada por una probable mejor química con la UE. Y, también en ambos casos, las expectativas se vieron defraudadas con rapidez, la violación de de las promesas de campaña fue inmediata, la crisis se acentuó con tintes dramáticos y el riesgo de colapso cristalizó: en España (de momento) en forma de un rescate bancario que se presentó falsamente como un triunfo del Gobierno; en Chipre, de momento, como corralito y expolio de los depósitos.

Hay que reconocer algo a Rajoy: su deriva ha resultado (resulta) más paulatina: dura ya más de un año. La del presidente Nikos Anastasiades, en cambio, ha sido ultrarrápida, ya que fue elegido en segunda vuelta el pasado 24 de febrero. Unos días que le deben parecer años. No en vano, el pasado lunes, en plena negociación con la troika, amagó con dimitir.

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