El mundo es un volcán

Italia, rehén de Berlusconi

Lástima de máquina del tiempo para comprobar qué dirán en el siglo XXII los libros de historia de estos últimos 20 años de vida política en Italia, dominados por la perturbadora presencia de Silvio Berlusconi. Puede que para entonces se haya resuelto el misterio de cómo una elevada proporción de este pueblo culto, emprendedor, imaginativo y refinado se dejó seducir por un tramposo encantador de serpientes. Ni siquiera le expulsan del centro del escenario los tribunales que le tachan de delincuente común. Sus maniobras dignas de un trilero, la utilización de su fabulosa fortuna y de los medios de comunicación que controla, la batería de recursos legales elaborados por una legión de bien retribuidos abogados, y la debilidad de las instituciones le han librado hasta ahora de la cárcel, y lo más probable es que no la pise nunca. Su reciente condena en el llamado caso Ruby a siete años de prisión, con inhabilitación a perpetuidad para todo cargo público, más severa incluso que la petición de la fiscal, no es un punto final, sino un suma y sigue. La partida se juega en realidad es el terreno de la política, justo donde Il Cavaliere ha mostrado hasta ahora una dominio prodigioso para poner el sistema al servicio de sus intereses personales.

Una vez más, Italia es rehén de Berlusconi, que gracias al importante respaldo popular en las legislativas de febrero tiene la llave de la gobernabilidad del país. En la práctica, el jefe del Gobierno, Enrico Letta, del centroizquierdista Partido Democrático (PD), está a merced del líder del Pueblo de la Libertad (PL), quien no deja de amagar con que le retirará su apoyo si le deja en la estacada. De ahí el clamoroso silencio del primer ministro ante la última condena, como si fuese lo más normal del mundo formar coalición con un partido cuyo líder (¿dueño?) está condenado o en vías de serlo por fraude fiscal, corrupción, abuso de poder e inducción a la prostitución de una menor, la ya hiperfamosa Ruby Rompecorazones.

Y lo peor puede estar por venir. Si el acoso judicial le pone aún más contra las cuerdas, Berlusconi intentará que la política llegue al rescate. No le bastaría ya con el control de su partido, que hoy no goza de mayoría absoluta. Tendría que convencer (¿chantajear?) a Letta para que aceptase algo parecido a una ley de perdón o una amnistía a su medida. Cuesta imaginar, aunque no es descabellado, que el generalmente respetado primer ministro acepte una posibilidad tan monstruosa, que anegaría de desprestigio a su partido, a él mismo y a una Italia que busca a la desesperada recuperar la credibilidad exterior imprescindible para superar su peor crisis económica en muchas décadas.

No hay que olvidar que, en la campaña electoral, el PD, que dirigía Pier Luigi Bersani (luego víctima del cataclismo de las urnas), tenía como punta de lanza la necesidad de expulsar a Berlusconi y el rechazo frontal de cualquier acuerdo con él. Pero una cosa son las buenas intenciones y otra la realpolitik. A la hora de la verdad, la antinatural alianza con Il Cavaliere se reveló como única fórmula posible para formar un Gobierno estable, si es que a esto se le puede llamar estabilidad.

La posibilidad de aprovechar aquellos comicios para deshacerse de Berlusconi, revolucionar o cuando menos reformar a fondo un sistema corrupto, desprestigiado e inoperante, se desvaneció por la actitud del Movimiento 5 Estrellas que, con un 25% de los sufragios, se convirtió en la opción más votada y, al menos en teoría, en árbitro de la gobernabilidad. Beppe Grillo, líder de este casi incorpóreo grupo que abomina de la política tradicional, llevó su coherencia al extremo de no pactar siquiera con el PD, al que considera casi tan culpable de los males de Italia como al rey del bunga bunga, al que los italianos no quisieron dar la patada definitiva, al menos el 30% que votó por él. Descartada la alianza PD-M5E, solo quedaban dos opciones: convocar nuevas elecciones –que no tendrían por qué haber resuelto el embrollo- o, por mucho que pesara a Letta (sucesor de Bersani), pactar con el diablo. Y se pactó con el diablo.

Grillo ha salido escaldado. En cuatro meses, su movimiento, muy vivo en las redes sociales pero sin la organización y medios de un partido tradicional, da graves muestras de descomposición, algunos de sus diputados se han rebelado contra el autoritarismo del líder, y proliferan las críticas por permitir que Berlusconi siga marcando la agenda. La desafección popular se puso a prueba hace un mes, en unas municipales parciales en las que el M5E redujo en un 50% su porcentaje de votos. Una pésima noticia, porque socava la única alternativa para superar un sistema estéril y anquilosado. Mantener la coherencia resulta suicida para Grillo.

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