El mundo es un volcán

El soldado Manning paga los platos rotos

Lo de Salvar al soldado Manning es un sarcasmo, porque a Bradley Manning no hay ya quien le salve. Tanto da que se haya librado de la cadena perpetua sin posibilidad de remisión al ser absuelto de la acusación más grave: colaboración con el enemigo, identificable con Al Qaeda y la red terrorista mundial. Tanto da que le caigan 40, 60 o, en el peor de los casos, 136 años de prisión. Tanto da que, al filtrar a Wikileaks 700.000 documentos diplomáticos y militares que ilustraban la prepotencia y el juego sucio de las autoridades de su país, no le animase el afán de lucro o venganza, sino el deseo de denunciar abusos perpetrados en el sagrado nombre de la seguridad nacional. Nada de eso impedirá que se pudra en la cárcel.

La condena es un imprescindible aviso a navegantes para evitar nuevas brechas de seguridad, de forma que quien ose abrirlas sepa sin lugar a dudas a lo que se expone. Si alguna esperanza podía quedarle a Manning de salir más o menos con bien, se deshizo tras el nuevo frente abierto por las revelaciones de Edward Snowden de que todos estamos al alcance del Gran Hermano del espionaje, sobre todo de EE UU y el Reino Unido.

Quien puede salir ganando con la sentencia de la juez/coronel Denise Lind, es el fundador de Wikileaks, Julian Assange, que lleva 13 meses recluido en la embajada ecuatoriana en Londres para evitar su extradición a Suecia, donde se le acusa de violación en lo que él considera un pretexto para su posterior entrega a Estados Unidos. Dado que él no robó los documentos de marras, sino que se limitó a publicarlos, debería estar libre de la acusación de más peso, pero también de las de espionaje, filtración de secretos de Estado o fraude informático, entre otras. Sería iluso, sin embargo, pensar que saldría bien librado si diese con sus huesos en EE UU. La lección que quieren propinar Obama y el Pentágono –la misma que habrían dado Bush y sus halcones- quedaría incompleta si Assange se fuera de rositas.

Se ha evitado de momento lo que habría sido un grave ataque a la libertad de expresión: el castigo de la difusión de documentos oficiales secretos, militares o diplomáticos. Esa práctica –con precedentes tan sonados como los papeles del Pentágono sobre la guerra del Vietnam- ha funcionado, y aún funciona, como eficaz mecanismo de control del poder. De no existir, éste podría hacer y deshacer a su antojo, aunque la seguridad nacional no estuviese amenazada, sin que existiera el derecho a informar sobre ello a la ciudadanía. Subyace además en este asunto la incongruencia de que, salvando importantes matices, no se cuestione que The Guardian, El País o Publico.es tengan derecho a publicar documentos obtenidos por Manning, pero se pretenda que la web de Assange incurre en delito al facilitárselos, como si Wikileaks no fuese también un medio de comunicación.

Resulta escandalosa la dureza mostrada contra el soldado Manning por lo que millones de personas consideran que fue un comportamiento heroico y altruista. Es un flagrante contraste con la vergonzosa lenidad con la que la que se trata a los nuestros -osea, a los suyos-, aunque perpetren atroces violaciones de los derechos humanos. La impunidad –y sólo en casos muy sonados la clemencia- es la norma cuando se trata de torturas y malos tratos a los presos de la cárcel de la vergüenza de Guantánamo, de los vuelos ilegales de la CIA hacia países amigos con combatientes o presuntos terroristas capturados en Afganistán, o de los asesinatos a distancia con aviones sin piloto autorizados por Obama, que causan numerosas víctimas inocentes y violan con frecuencia la soberanía de los países en los que se realizan.

Que se condene al soldado Manning por espionaje cuando Snowden nos acaba de mostrar que el Gran Hermano no nos pierde de vista ni un minuto desde sus oficinas permanentes en la Casa Blanca, el Pentágono, el cuartel general de la CIA, el MI-5 o el MI-6; eso si es que un sarcasmo cruel.

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