El mundo es un volcán

Periodistas secuestrados en Siria: datos para la reflexión

El secuestro de periodistas locales y extranjeros en Siria, entre ellos tres españoles, plantea diversas cuestiones sobre las que conviene reflexionar. Me es difícil hacerlo con la objetividad y distancia necesarios, pero lo intentaré. Vaya por delante que soy amigo desde hace años de uno de los cautivos, Marc Marginedas, de El Periódico de Catalunya, y de Mónica García Prieto, compañera y madre de dos hijos de Javier Espinosa, de El Mundo, y viuda de otro inolvidable compañero, Julio Fuentes, asesinado en Afganistán en 2001. Mi esposa ha cubierto durante décadas guerras y catástrofes naturales, y yo mismo lo he hecho de forma ocasional y he participado de la decisión de enviar a numerosos colegas a zonas de peligro. Comprendo muy bien la pesadilla que viven las familias y allegados de los secuestrados, a los que muestro desde aquí mi solidaridad y mi ferviente deseo de que fructifiquen lo antes posible los esfuerzos para que sean liberados.

Con todo, creo que este es el momento adecuado para hacer algunas puntualizaciones.

La importancia de informar desde dentro. Contar lo que ocurre, en toda su crudeza y desde la observación directa, es muy importante para poner fin a la sangría. Si no se informa de un conflicto es como si no existiera. Eso ha ocurrido por ejemplo con la guerra civil en el Congo, que se ha cobrado más de cuatro millones de vidas entre la indiferencia y el desconocimiento internacional. La información dio la puntilla a la guerra de Vietnam, contribuyó a finalizar la de Bosnia y, pese a las limitaciones a la libertad de movimientos, ha sido y es útil en Irak y Afganistán. Los periodistas que se juegan la vida en Siria, profesionales resistentes a las descargas de adrenalina que asumen un alto riesgo personal, no son héroes, se limitan a hacer su trabajo con profesionalidad, y cumplen un papel trascendental. Si se viesen forzados a huir, sin ellos como testigos imparciales, la barbarie se extendería aún más.

Los periodistas no son espías. El de Siria es un conflicto sin frentes ni bandos definidos, sobre todo entre la oposición a Al Asad, y con una presencia cada vez más notoria de grupos yihadistas próximos a Al Qaeda para los que los reporteros son, de forma especial, un riesgo, antes que una oportunidad para difundir su causa. Ni las diversas facciones de oposición, ni el régimen de Damasco ven con simpatía a los periodistas extranjeros que trabajan por libre, escapan a su control y denuncian las atrocidades que se cometen por doquier. Son enemigos a batir. Tacharles de espías es absurdo, sobre todo cuando basta con rastrear unos minutos por Internet para descubrir la larga e irreprochable trayectoria profesional de Marginedas, Espinosa, el fotoreportero Ricardo García Vilanova y la mayoría –si no todos- de los periodistas hoy retenidos en Siria. La más elemental coherencia, e incluso lo que pueda haber de defendible en su causa, debería conducirles a una liberación inmediata.

La obligación de ser prudentes. La máxima prioridad de cualquier periodista de guerra debe ser su propia seguridad. Entre otras cosas, a la hora de adentrarse en un avispero como Siria, sin reglas ni frentes definidos, sin protección diplomática, debe contar con entrenamiento básico o experiencia en situaciones de conflicto, una buena condición física, un equipo adecuado (chaleco antibalas, cascos...), estudiar las vías de entrada y salida, contactar con los grupos y ONG en cuya zona de acción vayan a trabajar, dotarse de botiquín y conocimientos de primeros auxilios y seguir la máxima de que mejor mal acompañado que solo. Estoy convencido de que los tres españoles secuestrados, todos ellos muy curtidos en estas lides, aplicaban con rigor este catecismo y que si asumían riesgos era de forma calculada. Pero no siempre es así.

La responsabilidad de los medios. Las empresas periodísticas tienen una ineludible responsabilidad subsidiaria en lo que pueda ocurrir a sus enviados a zonas de conflicto. Ellas son la retaguardia que, si las cosas se tuercen, debe acudir al rescate. A ellas corresponde decidir si el objetivo que se persigue compensa el peligro. En mi opinión, aun en circunstancias tan adversas como las de Siria, los medios no deben renunciar a cumplir con su misión de informar, pero sí deben negarse a enviar a redactores sin experiencia, por muy dispuestos y entusiastas que se muestren. En el caso de El País –el que mejor conozco- existe un Estatuto del Corresponsal de Guerra o Conflictos Armados que fija normas para la seguridad personal del periodista, deja en manos de éste la decisión de cuándo ser relevado o concluir su misión y establece una indemnización considerable en caso de muerte o incapacidad permanente total o absoluta. Pero quizás lo más relevante sea este artículo: "Cualquier reportero que sea enviado a una zona de guerra deberá ser fijo de plantilla. Excepcionalmente, el periódico podrá contratar a un colaborador que se encuentre ya en la zona, en cuyo caso contará con garantías similares al redactor de plantilla durante el tiempo que dure su misión informativa para el periódico".

Los riesgos de la precariedad. Aunque dos de los tres secuestrados españoles sean redactores fijos, quienes mayores riesgos corren en Siria y otras zonas de guerra son los free lance, reporteros independientes que, con o sin acuerdo previo de publicación con los medios, se lanzan a una aventura convertida en medio de vida, consolidado en algunos casos, pero precario en la mayoría. Hay bastantes españoles entre ellos. Desanimados por las nulas perspectivas profesionales, expulsados por la explotación laboral, la carencia de empleos estables y el pago miserable de las colaboraciones, buscan abrirse camino y hacerse un nombre en las zonas de conflicto, aunque carezcan de la preparación necesaria. Nadie puede negarles el derecho a intentarlo, aunque la experiencia suele resultar descorazonadora. Hay periódicos que pagan menos de 100 dólares (unos 70 euros) por una crónica sobre el terreno por la que se ha jugado la vida un joven periodista que ha de cubrir por su cuenta todos los gastos de viaje, manutención, hospedaje y comunicaciones. En esas condiciones, dotarse del equipo adecuado –excepto que se lo facilite una ONG-, sufragarse un seguro y no digamos contratar un ayudante y traductor- resulta utópico. Y si le pasa algo, lo más probable es que nadie le respalde. Ellos son la parte más vulnerable de la tribu de corresponsales de guerra. ¿Habría que disuadirles rechazando su trabajo? The Sunday Times y otros medios lo han hecho. Yo no me atrevo a ser tan rotundo, pero si creo que los medios deberían entender que, cuando aceptan la crónica de un colaborador externo, deben asumir la responsabilidad moral y material de asistirle si es herido o secuestrado como consecuencia de su labor. En la lista (incompleta) de casi 20 nombres de informadores secuestrados extranjeros en Siria hay muchos free lance, aunque ninguno español, que se sepa. De momento.

El sentido de la proporción. No hay que caer en la tentación de considerar que es más noticia el secuestro de los periodistas –por mucho que nos duela- que la sangría diaria en Siria ante la inacción –si no la indiferencia- internacional. Marc, Javier y Ricardo lo saben muy bien. Y mientras ellos sufren su cautiverio, la estadística imprecisa de víctimas de la guerra no deja de crecer: más de 10.000 muertos, más de 40.000, más de 80.000, más de 100.000 ya.

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