El mundo es un volcán

Algunos consejos que probablemente no seguirá el rey Felipe

- Recuerde que el Rey reina, pero no gobierna.

- Promueva con los líderes políticos el necesario acuerdo para una profunda reforma constitucional.

- Olvídese de que es el garante de la unidad de España. En política todo se puede cambiar. Lo importante es respetar la voluntad popular y buscar el consenso.

- Busque su legitimación como rey de la mejor forma posible: con un referéndum sobre el sistema de Estado.

- Aprenda (para no repetirlos) de los errores de su padre y de otros de sus ascendientes, como Carlos IV, Fernando VII, Isabel II o Alfonso XIII.

- Renuncie a su inimputabilidad. Si se considera el primer ciudadano del reino, debería ser el primero en rechazar cualquier privilegio, incluidos los que han blindado a su padre.

- Someta sus finanzas a una estricta auditoría que elimine cualquier sospecha de actuación impropia.

- Su vida privada es suya, pero es usted un personaje público muy expuesto. La prudencia y la contención deben regir su conducta.

- Manténgase al margen de los procesos judiciales que afecten a
- miembros de su familia, y deje claro que respeta las decisiones de los tribunales.

- Relegue la religión al ámbito privado. No participe en ceremonias oficiales bajo el rito católico. España es o debería ser un país laico, y el Concordato es una reliquia del pasado más siniestro.

- Relegue el uniforme a los actos de carácter estrictamente militar. Mejor aún: llénele los bolsillos de naftalina y escóndalo en lo más profundo de un armario. Y que su hija no se lo ponga nunca.

- Olvídese de los discursos de corta y pega, como el del jueves, repletos de tópicos y lugares comunes.

- Aproveche que su esposa es una plebeya que sabe lo que es la vida real, radicalmente opuesta a su real vida. Si no la han cambiado demasiado, tiene usted más que aprender de ella que ella de usted.

- Abra su despacho a la sociedad civil, y salga de él todo lo que pueda, porque la vida está aquí fuera.

- Olvide la campechana, castiza e irritante costumbre borbónica de tutear a todo el mundo, incluso a quienes le superan en edad y conocimientos.

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