El mundo es un volcán

Japón, en el diván del psiquiatra

Japón lleva dos décadas en el diván del psiquiatra. Debe ser terrible superar el trauma de la derrota en la II Guerra Mundial, afrontar la reconstrucción del país desde las ruinas, convertirlo, gracias a un enorme esfuerzo colectivo, en paradigma del progreso y la innovación tecnológica para ver luego, en el tiempo de una generación, cómo se desmorona ese castillo tan trabajosamente levantado. En los últimos 20 años, el país se ha visto forzado a un ejercicio de modestia que muchos de sus habitantes ven como una humillación. Resultado: escalada brutal de la deuda pública (que ya dobla el PIB), periodos recurrentes de recesión (cuatro veces desde 2008), pérdida de competitividad y de mercados, deflación y deterioro del sistema financiero.

El actual primer ministro, Shinzo Abe, aupado en su rotundo triunfo electoral en 2012, prometía acabar con esta decadencia, iniciar la remontada y recuperar el antiguo esplendor (de ahí su lema Japón vuelve). Su receta, la clave de lo que se conoce como Abenomics: crédito barato y fácil con tipos de interés muy bajos, flexibilidad fiscal, agresiva inversión estatal, aumento del IVA (del 5% al 8%, en una primera fase) y el eufemismo de reformas estructurales que, entre otras cosas, como no, liberalicen el mercado laboral reduciendo los derechos de los trabajadores. El resultado: dos trimestres sucesivos de descenso del PIB, eso sí, para sorpresa general. La respuesta de Abe al golpe: aplazar una segunda subida del IVA (hasta el 10%) y convocar elecciones generales para el 14 de diciembre.

La llamada a las urnas, dos años antes de que concluya la legislatura, no es reflejo de la valentía patriótica de Abe, sino del estricto cálculo político. Sabe que, aunque su popularidad se haya visto mermada, se puede permitir incluso perder 30 diputados sin que se vea amenazada su mayoría absoluta en el Parlamento, aparte de que la oposición está dividida y debilitada, sin probabilidad razonable de arrebatarle el poder. De hecho, nadie excepto él parece querer estas elecciones, que presenta de puertas afuera como un referéndum sobre el IVA y en general su política económica, sobre la que no existen grandes discrepancias.

Por eso, se da por cierto que el propósito real de Abe es tener las manos libres durante cuatro años más, no ya tan solo para desarrollar su agenda de reformas económicas, sino también para afrontar con comodidad algunos retos particularmente espinosos. Como la reactivación de las centrales nucleares, paradas tras la catástrofe de Fukushima en 2011. O como la futura ley de secretos oficiales, que prevé penas rigurosas para los infractores. O como la articulación legislativa que hará efectiva la reinterpretación de una Constitución pacifista por definición, pero que el primer ministro desea que acerque cada vez más las Fuerzas de Autodefensa a un Ejército convencional, que pueda colaborar en misiones exteriores con sus aliados (sobre todo Estados Unidos). Y como no, por fin, la conclusión de las negociaciones para la firma de un acuerdo de libre comercio trans-Pacífico.

Algunos de estos expedientes se enfrentan a una fuerte oposición popular. En el expediente nuclear por el rechazo casi existencial a cuanto suene a atómico, en un país que sufrió las tragedias de Hiroshima y Nagasaki y que aún no ha superado las consecuencias del terrible accidente que provocó el tsunami de 2011, aunque la dependencia del suministro exterior de energía sea ahora desmesurado y estratégicamente muy peligroso. Y en el expediente militar porque está muy arraigado el sentimiento de que es el carácter pacifista de la Constitución, impuesta por los vencederos norteamericanos después de la derrota de 1945, el que ha dado a Japón un  largo período de paz, estabilidad y espectacular desarrollo, que ahora podría peligrar si se ve involucrado en aventuras bélicas que, para colmo, más que a sus intereses nacionales, responderían a los de su aliado estadounidense.

No está de más preguntarse por la relación existente entre esta homologación militar y la guerra templada (ni fría ni caliente) con China por la soberanía de unos islotes cuyas aguas circundantes se cree que son muy ricas en petróleo. Hasta ahora este conflicto, en el que Estados Unidos también es parte indirecta, se ha librado a base de peligrosos y desafiantes gestos por ambas partes, con incidentes que en ocasiones han amenazado con degenerar en enfrentamientos directos y que han envenenado las relaciones Tokio-Pekín. La entrevista Abe-Xi Jinping en la reciente cumbre de la APEC ha disminuido un tanto la tensión, pero no la ha eliminado, ya que persisten en lo esencial los motivos de la disputa territorial.

El primer ministro nipón da prioridad a la recuperación económica, pero no renuncia a un perfil nacionalista que conecta con buena parte de la población, que añora el viejo esplendor imperial, no olvida la humillación sufrida en la II Guerra Mundial y está frustrada por la progresiva pérdida de influencia del país a escala internacional. En ese contexto cabe situar la visita de Abe al santuario de Yasukuni, que alberga las almas de los 2,5 millones de japoneses caídos en los conflictos bélicos de los últimos 150 años, incluidas las de los 14 criminales de guerra condenados a muerte y ejecutados por los ocupantes norteamericanos después de 1945. Ese homenaje, como los anteriores de otros líderes, era sobre todo para consumo interno, pero provocó la indignación de chinos y coreanos, en cuyo territorio cometieron las tropas japonesas de ocupación todo tipo de atrocidades.

Por mucho que funcionen las recetas de Abe, Japón no podrá recuperar ya su puesto de privilegio como la segunda economía mundial, que le arrebató China. Eso está fuera de cuestión. De lo que ahora se trata es de superar una vez más la recesión (lo que podría ser cuestión de meses), emprender la senda de un crecimiento sano, suficiente y sostenible, recomponer el tejido productivo, recuperar el consumo interno y los mercados exteriores, aliviar el peso de una deuda pública desbocada y volver a tener un papel relevante en el mundo, pero no agresivo ni subordinado a los intereses de Estados Unidos. No es seguro que Abe sea el líder adecuado para cumplir estos objetivos pero es a él a quien le toca intentarlo. Entre tanto, Japón seguirá en el diván del psiquiatra, a saber por cuanto tiempo.

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