El mundo es un volcán

Paradojas electorales en el Reino Unido

El resultado de las elecciones legislativas de este jueves en el Reino Unido será muy ajustado, de hacer caso a los sondeos que apuntan a un empate técnico, si acaso con una ligera ventaja a última hora de los conservadores que, no obstante, sería insuficiente para darles la mayoría absoluta de escaños necesaria para gobernar en solitario.

Lo más probable es que haya otro hung Parliament o dividido que obligue a repetir la política de pactos, lo que la experiencia demuestra que no tiene por qué traducirse forzosamente en inestabilidad. De hecho, los tories de David Cameron han podido gobernar sin turbulencias los últimos cinco años con los liberal demócratas de Nick Clegg, una fórmula que podría repetirse incluso si estos últimos se pegan el batacazo que se les vaticina y que podría reducir a la mitad su número de diputados.

Los comicios ponen además de manifiesto algunas paradojas. Como las siguientes:

Un europeísta puede separar el Reino Unido de la UE. No resultaría descabellado que el partido en teoría más proeuropeo del espectro político, el Liberal Demócrata (PLD), pusiera la guinda a un proceso que sacaría al Reino Unido de la UE. Cameron se ha comprometido de manera tan rotunda con la celebración en 2017 de un referéndum sobre la cuestión que ya no se puede volver atrás. El todavía primer ministro no es exactamente un euroescéptico, pero sí lo son de forma mayoritaria sus potenciales votantes, una parte no despreciable de los cuáles –la más derechista- podría inclinarse por los ultras del UKIP, que entre otras cosas asocian a la UE y sus políticas con la pérdida de soberanía y la inmigración indeseada.

Clegg, consciente de que en esa cuestión no tiene margen de negociación porque la postura de Cameron es inamovible, y temeroso de que quedar fuera del Gobierno condena a la irrelevancia a su partido, ya ha dejado caer de forma sutil que, por el bien de la eventual coalición, no se opondría al referéndum, lo que ya está provocando una quiebra en el PLD. En su defensa podría aducir que sólo desde el poder tendría capacidad real de influencia, si no para evitar la consulta, sí para negociar antes un acuerdo con la Unión que evitase el amenazante Brexit, un paso de graves consecuencias para el proceso de construcción europea y, por supuesto, para el propio Reino Unido.

Al situarse de forma clara en el centro, los liberal demócratas podrían coligarse también con los laboristas, lo que salvaría su alma europeísta, ya que un Ed Miliband en el número 10 de Downing Street no convocaría un referéndum al que no se ha comprometido y que la mayoría de sus votantes probablemente no cree necesario.

Vista la situación desde este lado del Canal de la Mancha, ese acuerdo de laboristas y liberal demócratas sería el menos azaroso, y permitiría suspirar de alivio a Angela Merkel, François Hollande e incluso Mariano Rajoy, que lo último que quieren es que estalle una mina en la línea de flotación de una UE ya sometida a demasiados temporales. En cualquier caso, la concreción de esa alianza dependerá, sobre todas las cosas, de si los laboristas quedan por delante de los conservadores y de si, incluso en caso contrario, pueden alcanzar la mayoría absoluta con el aporte liberal demócrata.

Un escenario no imposible para 2018: Escocia en la UE, el ‘Reino Desunido’ no. De manera tangencial, el resultado electoral puede conducir a otro escenario  paradójico en la polémica cuestión europea. Si ganan los conservadores, se convoca el referéndum sobre la continuidad en la UE en 2017, y el resultado global consagra la separación, el conflicto estaría servido en Escocia, donde la opinión es rotundamente mayoritaria a favor de la permanencia en Europa. Como jurídicamente sería indefendible que Inglaterra, Gales e Irlanda del Norte siguieran en la UE, pero Escocia no, la única salida sería convocar un nuevo referéndum independentista en la región, en el que con gran probabilidad se impondría –esta vez sí- el divorcio del Reino Unido que se conoce como Scoxit.

La paradoja resulta aún más clamorosa porque uno de los argumentos que laboristas y conservadores utilizaron para convencer a los votantes escoceses de que rechazasen la secesión fue que una Escocia independiente no podría ser ya miembro de la Unión, un argumento similar al que el Gobierno de Rajoy utiliza en el caso catalán. Pero, lo que son las cosas, en ese escenario de nuevo Gobierno de Cameron, sólo la ruptura podría garantizar que Escocia siguiera en la Europa.

Escocia: el que pierde gana. Increíble: el Partido Nacional Escocés derrotado el año pasado con rotundidad en el referéndum independentista, no sólo no ha perdido influencia desde entonces, sino que, según la totalidad de las encuestas, ha multiplicado de forma espectacular su expectativa de voto, hasta el punto de que podría conquistar –en detrimento de los la laboristas- la inmensa mayoría de los escaños en disputa en la región.

No es que, de repente, haya aumentado vertiginosamente el número de independentistas, sino que muchos de los tradicionales votantes laboristas (Escocia era un feudo tradicional del partido de Miliband) se han convencido de que el ascenso del NSP, y el aumento de su peso en el Parlamento de Westminster supondrían una mejor defensa de sus intereses directos, sin que eso supusiera por fuerza que se avanzase hacia la secesión. A ese giro radical ha contribuido y mucho el desencanto porque las dos grandes formaciones han diluido el cumplimiento de su promesa durante la campaña del referéndum de que se aumentarían sustancialmente las atribuciones escocesas y las contribuciones de todo tipo a la región por parte de Londres.

Sobre todo si se concreta el hundimiento del PLD, es probable que el SNP se convierta en el árbitro de la gobernabilidad. Aunque tanto los tories como los laboristas –estos últimos principales damnificados por el auge del SNP- rechazan un pacto con quienes llevan en su ADN el deseo de romper el Reino Unido, el compromiso, en cualquier de sus formas posible, puede resultar inevitable, al menos con los laboristas.

Un sistema electoral imperfecto, pero que no se quiere cambiar. Los diputados británicos se eligen por circunscripciones en cada una de las cuales gana el candidato que más votos obtenga. Por ejemplo: en el caso improbable (pero no imposible) de un distrito en el que un aspirante obtiene el 25,3% de los votos y tres logran el 24,9% cada uno, el primero se lleva el escaño, y el 74,7% de los votos se desperdician.

Llevado a sus extremos –y siempre en teoría- este sistema permitiría que un partido que ganase en la mayoría de los distritos por una diferencia mínima, pero que en el conjunto del país quedase muy por detrás en número de votos de una o más formaciones gozase de una cómoda mayoría absoluta en el Parlamento. En la práctica nunca se ha dado una distorsión de este calado, aunque sí ha ocurrido que una noche electoral empezase otorgando la victoria segura de un partido y terminase dándose la vuelta por completo.

El sistema es imperfecto, beneficia al bipartidismo y en más de una ocasión se ha querido cambiar, pero nunca con éxito. En 2011 incluso se celebró un referéndum para sustituir el first-past-the post (el que gana se lo lleva todo) por el alternative vote o segunda vuelta instantánea que, según los liberal demócratas y los laboristas aumentaría la legitimidad democrática de los diputados, sin eliminar las circunscripciones uninominales, y la identificación y ligazón de cada diputado al distrito que representa. Pero el 67,9% de los votantes rechazó el cambio, así que caso cerrado.

Celebrar la consulta, una aspiración laborista en su origen, fue una de las escasas concesiones de Cameron a Clegg, su socio de coalición, pero que nadie espere que, si continúa la coalición actual, el primer ministro llegue tan lejos como suspender el referéndum europeo de 2017. Ésa parece ser una línea roja inquebrantable.

Además, evitar el desperdicio del sufragio que consagra el sistema electoral hace prosperar el voto táctico que, en esencia, consiste en no depositar la papeleta con el nombre del candidato preferido pero sin posibilidades de triunfo, sino inclinarse por el de otro partido, de forma que el resultado a nivel global y quizás la formación de una mayoría para gobernar sean más cercanos a la preferencia del votante. No es un fenómeno marginal: diversos sondeos apuntan a que afecta a un 9% del electorado y al resultado de unos 45 distritos, suficientes quizá para inclinar la balanza en un sentido u otro en estos comicios.

Aunque todavía sin un efecto determinante en el resultado, el voto táctico se ve favorecido por la aparición de plataformas digitales como swapmyvote.uk, un instrumento para el intercambio de sufragios persona a persona que pone en contacto a votantes que quieren que su participación en las elecciones sea algo más que un trámite inútil y vacío. No hay garantía de que quienes alcancen por esta vía el compromiso de votar a un determinado candidato lo hagan a la hora de la verdad, pero pasma pensar lo que la extensión del procedimiento –que no es ilegal- podría llegar a suponer en una sociedad cada vez más digitalizada y conectada.

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