El mundo es un volcán

La abdicación del rey hace un año, entre comillas anónimas

Ha pasado un año de su abdicación, el 2 de junio de 2014, y Juan Carlos I ya parece agua pasada, está amortizado incluso para el recuerdo, al menos para el ciudadano común, que en su gran mayoría no considera fundamental el debate monarquía- república. No debería ser ése su destino porque con sus claros –magnificados hasta el ridículo- y sus oscuros –camuflados durante décadas- este rey ha sido un actor fundamental de la reciente historia de España.

En Final de partida (La esfera de los libros), Ana Romero, que durante los acontecimientos que narra, cubría la información real para El Mundo, ha reconstruido el proceso que condujo al relevo en La Zarzuela con una minuciosidad que se ilustra con numerosas citas textuales, resultado al parecer de más de cien entrevistas. Por desgracia, la profusión de entrecomillados coexiste con un número escandalosamente escaso de fuentes identificadas. Se entiende que la autora haya tenido que cumplir la exigencia de anonimato de una retahíla de cortesanos y políticos, pero tendrá también que admitir que con ese velo de secreto resta fuerza a muchos de los testimonios que presenta.

El escenario de los últimos años del reinado juancarlista que se ofrece en el libro es desolador. Recoge una cadena de circunstancias y acontecimientos nefastos para la institución y para quien la encarnaba, empezando por una familia desestructurada, en la que los cónyuges ya estaban distanciados incluso en vida de Franco, con un rosario de infidelidades del rey, con éste despreciando a la reina y ella retribuyéndole con su indiferencia. Una familia que, a la postre, se convirtió en un  descomunal quebradero de cabeza, que afectó a la línea de flotación de la monarquía, cuando estallaron los escándalos de corrupción que salpican a la infanta Cristina e Iñaki Urdangarín.

Añádase a ello la estrecha relación del rey con una exuberante y supuestamente intrigante princesa germano-danesa en la que, al parecer, encontró consuelo personal cuando la tierra se le hundía bajo los pies sin que él pareciese darse cuenta. Fue –si el pretérito indefinido es exacto- la relación tardía de un hombre anciano y enfermo, mezclada con influencias indeseadas e intereses económicos que, supuestamente, alarmó al más estrecho entorno real, que incluía desde al jefe de la Casa, Rafael Spottorno, al director del CNI, Félix Sanz Roldán, al responsable de comunicación, Javier Ayuso, e incluso el ex presidente socialista Felipe González.

Romero ordena lo que hoy es público y notorio, enumera el accidentado historial médico del monarca, rememora hechos que en su momento se ocultaron, recoge el entramado de adulaciones y maniobras cortesanas propias de otros siglos, intenta poner luz y detalles en la historia interior del reinado del heredero designado de Franco y dispone cronológicamente la última, apasionante, psicológica y novelesca cuenta atrás que condujo a la abdicación, anunciada el 2 de junio de 2014.

Más allá de un reconocimiento genérico a los buenos servicios prestados al país, el retrato resultante no es amable para el actual rey emérito, al que se muestra dilapidando un supuesto capital de prestigio acumulado durante décadas y dando prioridad a su interés, bienestar y capricho personales, en línea con otros Borbones de infausto recuerdo, como Fernando VII, Isabel II y Alfonso XIII.

Aunque le venga ancha la banderola de garante de la democracia, quizá tampoco merezca Juan Carlos I que la memoria de su reinado se empañe del todo por las travesuras de su última etapa, en la que se mostró más Borbón que nunca. Después de todo, no es sino el reflejo de una institución anacrónica que se basa en algo tan democrático como que alguien tiene derecho a ser jefe de Estado por el hecho de ser hijo de su padre o nieto de su abuelo, o el capricho de un dictador. Por ende, Ana Romero, que no se ocupa de la época gloriosa del hoy monarca emérito, da claves que dejan muy claro claro que Luis María Anson se pasa tres pueblos cuando le convierte en uno de los cuatro naipes del póker de reyes sobresalientes que completa con Carlos I, Felipe II y Carlos III.

Final de partida recoge hechos que, en otro escenario, serían carne de Hola pero que en este contexto adquieren relevancia política e incluso institucional. No es baladí, por ejemplo, que el rey estuviera ausente en Suiza con una de sus amantes cuando debía firmar un importante nombramiento; ni que se fuese a cazar elefantes a Namibia cuando el país se desangraba por la crisis económica; ni que, supuestamente, pidiera a su hijo y heredero -hoy Felipe VI- que se divorciase de una Letizia Ortiz a la que nunca vio como futura reina; ni que Corinna zu Sayn-Wittgenestein –la otra- llegara a instalarse en una residencia en el monte del Pardo adscrita a la Zarzuela; ni que forzase el planeamiento de una agenda exterior que primaba de forma desproporcionada los viajes a las monarquías autoritarias, multimillonarias y sobre todo amigas personales de la península Arábiga.

Ana Romero muestra con habilidad un escenario complejo y a la postre desolador que, sin definir el balance final de un reinado crucial y menos honorífico de lo que se ha pretendido, sí puede convencer a quienes aún piensen que hay motivos prácticos para que sobreviva la monarquía de que se trata de una institución obsoleta que, por elementales motivos de salud democrática, debería desterrarse a las páginas de historia. Y mejor pronto que tarde.

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