El mundo es un volcán

Las guerras de Erdogan

Lo más probable es que la autoría del salvaje atentado terrorista del sábado en Ankara quede sin determinar de manera fehaciente, aunque el principal sospechoso es el Estado Islámico, convertido en enemigo declarado de Turquía tras sumarse éste a la coalición internacional que le combate, con apoyo logístico y ataques aéreos. Lo que roza el absurdo es la inclusión por el Gobierno en la lista de sospechosos, no tan solo del EI, sino también de la guerrilla kurda del PKK y dos organizaciones izquierdistas cuyos intereses, en una cierta e indirecta manera, estaban recogidos en buena medida en las reivindicaciones de la manifestación pacifista que terminó en un baño de sangre.

En el otro extremo, culpar de la acción terrorista más grave de la historia del país euroasiático a la extrema derecha o los ultranacionalistas, a esas fuerzas oscuras y siniestras nunca desmanteladas del todo y algunas con una peligrosa cercanía al poder, es también arriesgado, y no tiene de momento base factual sólida. Pero puede relacionarse con la respuesta a esa pregunta elemental que siempre se plantean los detectives reales y de ficción, aunque no siempre conduce a desenmascarar al asesino: ¿A quién beneficia el crimen? Existen pocas dudas: al presidente y hombre fuerte Recep Tayipp Erdogan, protagonista de una lucha desesperada -que tiene marcada en rojo la cita con las urnas del 1 de noviembre- por mantenerse en el poder e incluso incrementarlo con una reforma constitucional que le podría convertirle en el Putin turco.

Entre tanto, el país que hace apenas cuatro años se presentaba como el modelo de islamismo moderado y democrático a seguir por los países protagonistas de la primavera árabe, se hunde en el caos y la inestabilidad, con múltiples frentes abiertos, internos y externos, a cual más difícil de atender: imposibilidad de formar Gobierno, reanudación del violento conflicto con la insurgencia kurda, intervención en la guerra siria y con el Estado Islámico, afluencia de millones de refugiados... Y todo ello, cuando el horizonte de la integración en la Unión Europea se aleja indefinidamente, el reciente milagro económico se desmorona y el autoritarismo y la restricción a libertades clave como la de prensa, marca de la casa de la acción política de Erdogan, comprometen gravemente el modelo turco.

El fantasma de los golpes de Estado militares de la segunda mitad del siglo XX y, sobre todo, del caos y el terrorismo incontrolable de los años setenta, resucita con el atentado de Ankara. Existe un peligro real de que la siempre frágil vía turca hacia la democracia descarrile y se potencia el riesgo, encarnado por Erdogan, de que se establezca un poder basado más en el autoritarismo y la mano dura con la disidencia que en el consenso. Para conseguir su objetivo máximo necesitaría obtener los tres quintos de escaños que le permitirían la aprobación de la reforma constitucional necesaria para convertir el régimen en presidencialista, más según el modelo ruso que el francés. En junio se quedó muy lejos de conseguirlo. Peor aún: ni siquiera obtuvo la mayoría absoluta que, después de 13 años con el bastón de mando, y dada su incapacidad para el pacto, le habría permitido seguir gobernando con comodidad, aunque fuese por la vía interpuesta de un primer ministro a su medida. Se quedó a 18 escaños de distancia, con el 41% del voto popular.

Aunque nada avala la sospecha de una implicación personal de Erdogan en la masacre de Ankara, lo cierto es que éste sirve perfectamente a sus intereses, y mucho es de temer que tenga una incidencia notable en las elecciones, incluso decisiva si el voto del miedo y la aspiración a un liderazgo fuerte que asegure la estabilidad se ceba con sus enemigos. Bastaría quizá con que el prokurdo Partido de la Democracia de los Pueblos (HDP) no superase la barrera del 10% de los votos necesarios para obtener representación parlamentaria (en junio obtuvo 80 diputados y cerca del 13% de sufragios) para que la automática redistribución de escaños facilitase su conquista de la mayoría absoluta, aunque se antoja difícil que llegase a los dos tercios. La posibilidad de tanto poder en unas manos que tantas veces han actuado con prepotencia produce escalofríos.

Turquía necesita desesperadamente la formación de un consenso nacional que abra camino a la solución de sus múltiples y gravísimos problemas, pero ese horizonte parece lejano. Los tres partidos opositores a Erdogan podrían, en teoría, haber formado una mayoría alternativa, pero sus diferencias son irreconciliables. La distancia entre el prokurdo HDP y los ultranacionalistas del Partido del Movimiento Nacionalista (MHP) resultan imposibles de salvar, son el alfa y el omega. Por tanto, la unión de ambos con el socialdemócrata Partido Republicano del Pueblo (CHP, socialdemócrata que reivindica la herencia laica de Atatürk) estaba descartada, ya de entrada. Otras fórmulas menos antinatura tampoco han sido posibles, incluida la que parecía más obvia, la que sumaría las fuerzas del MHP y del AKP de Erdogan, que en ningún momento ha dado muestras de querer alcanzar una alianza que supusiera compartir el poder. El presidente incluso rechazó encargar al líder del CHP que intentase formar una mayoría, tras el fracaso del AKP.

Desde el día siguiente a las elecciones de junio, Erdogan ya apostó por una nueva cita con las urnas, pero no podía presentarse en las mismas condiciones, asumiendo el riesgo de que se repitiesen el resultado y el consiguiente bloqueo. Ahí puede estar la clave de la reanudación de las hostilidades con la guerrilla kurda del PKK (compatible con los ataques al EI, a su vez enemigo del PKK), con la que Ankara lleva décadas de enfrentamientos que se han cobrado 40.000 vidas. Hay pocas dudas de que la mayor parte de la responsabilidad por la ruptura del alto el fuego y la nueva escalada de violencia recae en Erdogan, que da la impresión de que cuenta con que esa causa nacionalista le rendirá buenos dividendos electorales en la mayor parte del país. Mucho más discutible es que con ello preste un buen servicio a sus ciudadanos, que lo último que necesitan es que se reavive un conflicto que parecía encaminarse hacia una solución definitiva y satisfactoria.

El clima creado tras el atentado de Ankara no es el más propicio para una campaña libre. El PKK dice que está haciendo su parte al declarar, pese a la masacre, un alto el fuego que regirá hasta después de los comicios. Erdogan podría responder haciendo otro tanto en el sureste del país y suspendiendo sus bombardeos contra las bases de la guerrilla en Siria e Irak, pero no es probable que lo haga. De aquí al 1 de noviembre cabe esperar nuevos incidentes que incrementen la inquietud entre los ciudadanos. Pero, en cierto sentido, votar con miedo es votar a medias y puede convertir el resultado en menos representativo.

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