El mundo es un volcán

Una China, o dos Chinas

La primera cumbre entre los líderes de China y Taiwan desde que las tropas de Mao empujaron en 1949 a las de Chiang Kai-Shek más allá del estrecho de Formosa supone un hito histórico, antes por el hecho en sí de haberse celebrado que por sus resultados inmediatos. Si el presidente de la República Popular, Xi Jinping, aceptó reunirse en Singapur con el máximo dirigente de la "provincia rebelde", Ma Ying-jeou, asumiendo el riesgo político y de imagen de tratarle como a un igual, no fue para renunciar al objetivo de construir una sola China mediante la fusión entre la isla y el continente, sino para enfatizar que esta es factible a largo plazo mediante la negociación y la buena voluntad. También supone terciar en ayuda del Kuomintang de Ma para evitarle una derrota humillante en las elecciones presidenciales y legislativas de enero frente al independentista Partido Democrático Progresistas (PDP), cuya candidata, Tsai Ing-wen, parte como clara favorita para convertirse en la próxima presidenta.

Puede que sea demasiado tarde para que el resultado electoral cambie de signo, y tampoco está claro siquiera que, en un país tan celoso de su democracia y de sus libertades, la cumbre sirva para mejorar la suerte del aspirante del Kuomintang, Eric Chu, reemplazo de emergencia tras desecharse a la inicialmente nominada, Hung Hsiu-chu, castigada duramente en las encuestas. Por eso, hay que entender el mensaje que Xi Jinping ha querido emitir desde Singapur como dirigido también al PDP y al conjunto de la ciudadanía de Taiwan, abrumadoramente partidaria de mantener el statu quo, que se resume así: no reunificación, no independencia, no recurso a la fuerza.

El diálogo Pekín-Taipei será menos fluido si Hung es presidenta, pero la ideología del PDP es compatible con un pragmatismo que le hace ver que sería un suicidio optar por la proclamación de la independencia, que la "otra China" -la continental convertida ya en una superpotencia- consideraría casus belli, es decir, motivo suficiente para impedirlo incluso al precio de una invasión, y aún a riesgo de una extensión del conflicto, dado el firme compromiso norteamericano con la seguridad de la isla.

En definitiva, se trata de que en ningún caso –aunque el PDP llegue al poder- quede excluida la aspiración a una sola China que resuelva la anomalía surgida de la guerra civil entre comunistas y nacionalistas que dio origen en 1949 a dos regímenes que se consideraban depositarios de la soberanía tanto de la parte continental como de la insular del país. Desde entonces, a ambos lados del estrecho de Taiwan se desarrollaron dos modelos opuestos: el de Pekín evolucionó en lo económico sin que el partido comunista cediese un ápice de su poder, y el de Taipei dijo adiós a la dictadura nacionalista para abrazar un sistema democrático, perfectamente homologable con el de Occidente y tras lograr un espectacular desarrollo económico.

Ni Pekín va a cambiar su modelo político –al menos en el próximo futuro-, ni mucho menos Taipei el suyo, por lo que la reunificación es más una aspiración teórica que una posibilidad real a corto o medio plazo. De lo que se trata, más bien, es de que no se excluya ni se interrumpa a causa de un cambio de Gobierno en Taiwan ese camino a la reconciliación por la vía de los hechos por el que tanto han avanzado en los últimos años el Kuomintang y el PCCh: facilidades a los inversores taiwaneses en el continente, aumento espectacular de los intercambios comerciales, establecimiento de enlaces aéreos y marítimos directos, desarrollo exponencial del  turismo en las dos direcciones, establecimiento de contactos a niveles ministerial (y ahora en lo más alto), etc.

La cumbre de Singapur ha abierto la puerta a que Pekín haga menos opresivo el aislamiento internacional de Taipei, excluido de la ONU desde 1971 y solo reconocido por veintidós países, la mayoría comprados a golpe de talonario. Xi ya ha dado un primer paso al ofrecer a Ma el ingreso de la isla en el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras. Es discutible si la celebración de la cumbre es o no un reconocimiento tácito (no oficial ni jurídico, por supuesto) del régimen taiwanés por parte de Pekín, pero está claro que se le admite como un interlocutor privilegiado. Sin embargo, para que este entendimiento no sea flor de un día debería ser extensible al PDP en el caso de que el Kuomintang pierda el poder.

No se trata de que el principal partido de la oposición renuncie a su código genético, tampoco de que admita el llamado "consenso del 92" (que hay una sola China, aunque cada parte interpreta esta afirmación a su manera), pero sí de que actúe con prudencia, sin pasos hacia la independencia que Pekín consideraría provocaciones y que devolvería el contencioso a un peligroso terreno de confrontación y desafío. Después de todo, ambas partes del estrecho, no en último lugar por poderosos motivos económicos, están interesadas en que dejen de retumbar los tambores de guerra que se dejan oír en una de las zonas más militarizadas del planeta cuando fracasan los esfuerzos diplomáticos.

Xi y Ma han dado un paso de gigante. No es de la misma dimensión que el viaje de Richard Nixon a China en 1972, en plena Guerra Fría, que abrió el camino para la reconciliación entre las dos potencias en detrimento de la Unión Soviética, pero sí puede tener una importancia histórica, si no para que exista una sola China, y no dos, sí al menos para que ambas no se miren como enemigos sino como socios unidos por el interés mutuo y por algo más fuerte. En palabras de Xi. "Somos hermanos conectados por la carne aunque nuestros huesos estén rotos, una familia cuya sangre es más espesa que el agua". Y también: "Nos sentimos como viejos amigos. Ahora, ante nuestros ojos, tenemos los frutos de la conciliación en lugar de la confrontación".

Falta por ver la reacción de Estados Unidos al nuevo cauce al entendimiento entre los hermanos separados. La nueva gran prioridad geoestratégica de Washington hacia la región de Asia-Pacífico pretende impedir que la gran potencia emergente, China, amenace su hegemonía global en el siglo XXI.

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